Tres intentos de suicidio y 11 ingresos psiquiátricos en cuatro años, del 2017 al 2021. Ese es el balance, grosso modo, de la etapa más convulsa y frenética en la vida de Pol Turró (Barcelona, 1992), el joven que con sólo 20 años fundó Telemaki, una de las primeras cadenas de comida japonesa a domicilio en España.
La inauguración de su primer local, el 8 de febrero de 2013 en Esplugues de Llobregat (Barcelona), fue todo un éxito. "Terminamos la noche facturando más de mil euros. Me sentía el Steve Jobs del sushi. Estaba eufórico, y cuando me pongo así no hay quien me pare", escribe Turró en las primeras páginas de Escapa de las tinieblas (Alt autores, 2024), el libro donde cuenta, sin eufemismos, su acelerado triunfo y su posterior caída a ese espinoso abismo que es a veces la mente humana.
Pol tuvo todo lo que un veinteañero puede desear, aparentemente: muchos amigos, muchas mujeres y mucho dinero. En la primavera de 2015 ya contaba con cuatro restaurantes que facturaban cerca de dos millones de euros. Sin embargo, su cabeza le jugó una mala pasada. En marzo de 2014 fue diagnosticado con bipolaridad y durante ocho años ha estado lidiando una ardua batalla para lograr mantener a raya su enfermedad.
Este libro, que empezó a escribir justo el día después de recibir el alta de su último internamiento psiquiátrico, pretende servir de ayuda a todos los familiares de enfermos mentales, así como reflejar "las memorias de un joven entre los veinte y los treinta años en pleno siglo XXI; un siglo acelerado, un tiempo donde te venden la promesa de vivir meses en días". Un siglo que, con tanta prisa, a veces se escapa, con violencia, de las manos.
Desde niño soñabas con ser un gran empresario, ¿por qué?
Nací en una familia, entre comillas, rica, y no entendía por qué no más. Quise multiplicar por diez o por mil lo que había vivido de pequeño. Si había un barco, yo quería otro más grande; si había dos casas, pues yo quería diez. Una estupidez infantil, un reto personal. Aparte, siempre me ha flipado la economía, ya de niño leía El Economista y otros medios del estilo.
¿A qué se dedican tus padres?
Mi padre ya está jubilado, pero ha sido director de Recursos Humanos en CaixaBank, Secretario General de Justicia de la Generalitat de Catalunya, director de grandes presupuestos... él no entiende de cientos de euros, él entiende de millones. Y mi madre es una gran emprendedora, hace años montó empresas de economía y marketing digital y comenzó a formar a los primeros community manager del país.
En tu libro insistes mucho en el concepto de "cultura del esfuerzo", ¿qué significa para ti?
Para mí es mi abuelo materno, José. Él nació muy pobre y a base de mucho trabajo, de tener plantaciones de olivos en Jaén, de vender tomates un poco más caro de lo que los había comprado, de venir a Barcelona y luego volver a Jaén, consiguió sacar adelante a su familia. Nadie le ha regalado nada. Mi abuelo empezó de cero, mi madre empezó de cinco, y yo empecé de 10 y luego lo multipliqué.
Escribes que El Lobo de Wall Street se diferencia en que él procede de la especulación... ¿en qué consiste exactamente esa cultura de la especulación?
La cultura de la especulación tiene algo de inteligencia, pero de esfuerzo no tiene nada. Creo en el comprar barato y vender caro, así que tampoco te puedo hablar muy mal de la especulación, pero consiste básicamente en ver una pequeña oportunidad, comprarla y luego venderla más cara porque sí y no aportar ningún valor añadido. De malo en sí no tiene nada, pero si todo el mundo lo hace es una mierda, no aporta nada a la vida. Nosotros nos esforzamos mucho en Telemaki, fuimos pioneros, creamos tipos de maki que ni siquiera existían, me pasé semanas estudiando el arroz para lograr uno que fuera bastante bueno.
El crecimiento sin límites nos lleva a la destrucción. Yo las últimas tres veces he votado a Abascal, pero no creo que vuelva a votar.
Hablando del arroz: cuentas que le echabais el doble o el triple de azúcar que la mayoría, lo que lo hacía más adictivo, ¿cierto?
Sí, le daba más sabor. El arroz de sushi siempre lleva azúcar. A los niños les encanta el azúcar; el azúcar es, entre comillas, adictivo. Hacía que el maki estuviera más bueno y fuese distinto a lo que había en el mercado. Por cada olla echábamos un par o tres de kilos más. Luego, con el tiempo, lo rectificamos.
No parece muy sano... ¿debería haber más control en los restaurantes respecto a este tipo de cosas?
Yo muchas inspecciones no he tenido, pero cuando las ha habido las he pasado bien. No se controla mucho lo que cocinas. En el mundo del sushi el atún tiene que congelarse por norma para matar el anisakis, sin embargo muchos restaurantes no lo congelan y no pasa nada. Mucho carnet de manipulador de alimentos, mucha parafernalia... pero a la hora de la verdad, nada.
"Mi ambición no tenía limites", dices. ¿Sigues con ese afán insaciable?
Ya no. La ambición me enfermó. Aunque sigo teniendo esa lucha interna, ese impulso va a estar dentro de mí toda la vida. Me nace, pero ahora busco el equilibrio. De hecho, yo, que soy plenamente de derechas y he votado a la derecha en España, con el tiempo estoy siendo más comunista. Una cosa muy rara. Pero comunista de lo que pasó en Rusia, no lo de Podemos.
¿Y eso por qué?
Bueno, llevo dos años estudiando ruso... pero, más allá de eso... por el 'más, más, más', por ese deseo de querer crecer siempre y pensar que si decreces, la has cagado. El crecimiento sin límites y la ambición desmedida nos llevan a la destrucción. Y aunque el comunismo no funcionó, ahora me quito el sombrero a probar una utopía. Stalin fue un dictador, pero también estuvieron Lenin, Gorbachov, Trotsky... hay mucha gente buena. Yo las últimas tres veces he votado a Abascal, pero no creo que vuelva a votar.
¿Crees que si Telemaki no hubiese tenido éxito no se habría desatado tu bipolaridad?
Probablemente no, porque la bipolaridad llegó justo cuando Telemaki cumplió un año, con un consumo desaforado de cocaína, de marihuana, de compra de coches de lujo, de no dormir... A mí Telemaki me jodió la vida. Viví el sueño americano, el que todo el mundo quiere, pero me tocó la otra cara de la moneda y me pegué una hostia brutal.
"Os anticipo que ser bipolar es una gran putada, pero también es algo fascinante", afirmas. ¿Qué tiene de bueno ser bipolar?
Es la única enfermedad que tiene una parte positiva. Hay de dos tipos: el mío tiende más a la euforia, a la manía... entonces, eres más rápido corriendo, eres más bueno jugando al basket, ligas más, cocinas mejor, se multiplican tus habilidades. Yo he follado muchísimo estando eufórico. Hasta que llega un punto en que la energía se te va de las manos y juega en tu contra y te destroza.
Intentaste suicidarte tres veces saltando desde las alturas, ¿por qué ese método y no otro, sobre todo cuando viste que no era efectivo?
Yo siempre bromeo diciendo que soy medallista olímpico de salto sin cuerda. Las pastillas no funcionan, cortarse las venas es muy complicado, lo de las vías del tren... busca el tren perfecto, que pase rápido y que no pare... Imposible. Encontrar una altura determinada (en mi caso lo máximo fueron 14 metros y lo mínimo, siete) no es difícil. Yo estaría muerto si la ambulancia no hubiese venido al instante. Vivimos en un país donde la gente se queja de la sanidad y tiene razón, pero su nivel de reacción inmediata es increíble. Tú no te vas a morir por la calle, mira a Alejo Vidal-Quadras.
Salté porque era lo más fácil. La primera vez me daba mucho miedo, pero luego ya lo fui naturalizando. En mi cabeza siempre estuvo la idea de ahorcarme, pero pese a que mi padre tiene un barco y me crié haciendo nudos, nunca aprendí a hacerlos bien del todo. También te digo que no planifiqué ninguno de mis intentos de suicido. Si lo hubiera hecho sí estaría muerto, supongo.
Telemaki me jodió la vida. Viví el sueño americano, pero me tocó la otra cara de la moneda y me pegué una hostia brutal.
¿Qué consejos darías a alguien que tiene un ser querido con una enfermedad mental grave?
Lo principal: que pida ayuda él también a la gente de su alrededor y si va a terapia, mejor. Que intente tratar a esa persona con el máximo cariño posible, que no le juzgue. Juicios a Bárcenas. Hay que ser comprensivo, aunque suene muy etéreo, e intentar que no se quede solo, que se sienta arropado por su familia y amigos y, sobre todo, por profesionales médicos.
Pero, ¿cómo mantenerse comprensivo con una persona que actúa de forma tóxica y destructiva con los demás? ¿Cómo no tirar la toalla?
El cómo que cada uno lo encuentre... yo te puedo decir el porqué. Por amor. El amor es una fuerza de la naturaleza muy bestia, el amor de un padre o de una madre, de un hermano, de un hijo... es algo que muchas veces está por encima del dolor. A mí me cuesta llevarlo a la práctica porque he sufrido demasiado, he pasado mucho miedo, pero al final lo que me ha salvado es todo el amor que he recibido.
¿El amor lo puede todo, lo justifica todo?
El enamoramiento puede una mierda, pero el amor puede mucho. Y la acción, actuar. Llamar a psicólogos, a psiquiatras, a quien sea. En España la salud mental todavía está muy mal, pero un padre no puede soportarlo todo por amor y, a veces, se necesitan apoyos profesionales. Y, en situaciones extremas, hay que internar a la persona. Si hay recursos, en un centro privado y, si no, en uno público. Y que se encarguen otros. Y ya llamaremos, ya iremos a verle. Pero hay momentos que en casa ya no puede estar más.
Sin embargo, aseguras que los centros públicos no son suficiente...
No, pero hacen de contención, de parachoque. Esos días que pasas internado logran que no te destroces, que no te mates, que no te vuelvan más loco, que bajes revoluciones, aunque las formas sean una mierda. Al final, es la lucha entre el interés del paciente y el interés económico. Un centro privado puede costar entre 4.500 y 6.000 euros al mes. Mi familia se habrá gastado 200.000 o 300.000 euros en mi recuperación.
Según tu experiencia, ¿qué es lo más urgente que tiene que cambiar en el sistema público de salud mental en España?
Hay que hacer desaparecer lo que llaman 'contenciones mecánicas', que básicamente es violencia injustificada contra el paciente. Cuando alguien se pone nervioso porque está encerrado y empieza a golpear la puerta, llegan siete celadores, te tumban, te pinchan y te dejan dormido todo el día. En los privados eso no pasa.
¿Has visto alguna mejora en el sistema desde tu primer ingreso, en 2014, hasta ahora?
Muchas. Sobre todo en la sociedad. Se habla más del tema, está más naturalizado. Pero una cosa es el tabú y otra el estigma. El tabú se está rompiendo, y rápido; pero el estigma es más complicado, que es el juicio que la gente hace de esas personas. Los centros públicos también son un poco más amables, se tiene más en cuenta al paciente, te preguntan si prefieres que te lleve un terapeuta u otro. Esto en mis tiempos era impensable.
No creo en la felicidad. Creo en la palabra 'bienestar', que es más amplia y asume que puedan haber también momentos chungos.
¿Qué dirías que fue lo que, finalmente, te hizo escapar de las tinieblas?
Los seis mandamientos que sigo a diario: no consumir drogas de ningún tipo, respetar las horas de sueño, no tomar café (antes podía llegar a beber 20 tazas en un día), ir a terapia, hacer deporte y mantenerme activo.
¿Cómo te sientes en este momento de tu vida?
Estoy feliz, aunque no me gusta usar esta palabra porque me parece un error. Parece que tenemos que ser felices y comer perdices, pero la vida no es así. Creo en la palabra bienestar, que es más amplia y asume que puedan haber también momentos chungos. Estoy mejor que nunca, estoy tranquilo, no pienso en matarme.
¿Y cómo se compagina ese bienestar con la culpa por ciertas actitudes de tu pasado?
La culpa ya voló. En la guerra pierden todos. He hecho las paces con mucha gente y creo que me he perdonado a mí mismo por ser un imbécil y un gilipollas. Nací súper bien colocado y me vine tan arriba que fallé a todo el mundo. Todavía hoy pienso: "¿si hubiese estado metido full time en la empresa, ahora tendríamos 30 locales y seríamos los segundos o los terceros de España?". Esto me da rabia.
¿Cuánto se puede justificar o excusar por la propia enfermedad?
Dile a mi socio que todo se debe a una enfermedad y te cruje. Hay de las dos cosas. Yo no soy sólo una enfermedad con patas, tengo una personalidad, y aparte mi personalidad se parece mucho a la del bipolar maníaco. Yo, Pol Turró, la he cagado mucho y, además, la bipolaridad ha afectado también, y eso ya no es mi culpa y lo he sufrido como paciente.
¿Qué presencia tiene ahora la gastronomía en tu vida? ¿Cómo ha evolucionado el sushi en España desde que abriste Telemaki hasta hoy?
Estoy buscando un curro de cocinero de pocas horas, porque no tengo mucho tiempo, pero me gustaría enseñar a la gente a cocinar platos asiáticos. El sushi no ha perdido calidad, hay sitios muy buenos. Por ejemplo, si visitas Barcelona tienes que ir al restaurante Yashima. Sí ha perdido esa gracia gourmet, se ha convertido en algo común en la cultura española. Mucha gente me preguntaba si esta burbuja explotaría: no lo ha hecho.
Pol Turró termina la entrevista encendiendo un cigarro y recreándose en el barco que lleva tiempo reformando junto a su padre. "Es mi mayor proyecto", sonríe. Telemaki ya no existe como empresa, aunque sí como sociedad y aún hay dos locales abiertos en Barcelona que dirigen algunos de sus antiguos trabajadores. "Hubo un concurso de acreedores que salió a favor nuestro; ya no nos pertenece, pero seguimos pasando por ahí a saludar", explica.
Además de restaurar el velero y cumplir sus seis mandamientos diarios, Turró está inmerso en el lanzamiento de Big Mental Change, una ONG sin ánimo de lucro pensada para ayudar a personas con problemas de salud mental como él: "Vamos a hacerlo diferente, bajaremos el precio de las terapias, no tienen por qué costar 70 u 80 euros". También espera ofrecer sesiones de "soporte entre iguales" para que personas que estén recuperadas ayuden a otras que no se encuentran bien.
Pero todo esto llegará despacio, sin urgencia, "poc a poc i amb bona lletra, como decimos en Cataluña", hacia febrero de 2025. Pol ya no quiere correr, ya no le hace falta. Ahora, por fin, él controla a las tinieblas.