Qué es el café pendiente, la iniciativa que nació en Nápoles para ayudar a quien no pueda pagarse ni un cortado
- Una práctica tan sencilla como pagar un café adicional al disfrutar el propio que ha hecho feliz a mucha gente y se mantiene viva en un buen número de establecimientos del mundo.
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Cuentan las lenguas que de esto algo saben, que en tiempos remotos, en Nápoles, surgió una tradición que aún hoy representa un símbolo de humanidad y solidaridad: el caffè sospeso. Este gesto sencillo y cargado de significado consiste en pagar un café adicional al disfrutar el propio, para que un desconocido pueda tomarlo más tarde sin coste alguno.
En tiempos de dificultades económicas y sociales, esta práctica regresa con fuerza —o, ¿acaso nunca se fue?— llevando consigo un mensaje de empatía y comunidad, que no entiende de idiomas, y por eso también ha llegado hasta otros rincones de España, incluidas históricas cafeterías de Madrid.
Un gesto nacido de la resiliencia napolitana
El origen del caffè sospeso se remonta al barrio de Sanitá en Nápoles, una ciudad marcada por su historia de adversidades y grandeza. Según el escritor italiano Luciano De Crescenzo, esta costumbre surgió como una forma espontánea de celebrar momentos felices: pagar un café extra era un pequeño regalo al mundo, una manera de compartir la alegría con alguien que quizá la necesitara más. En el histórico Caffe Gambrinus de la ciudad, decidieron revivir esta iniciativa en 2010, como celebración de su 150 aniversario.
Algunos sitúan su nacimiento en el siglo XVII, en medio de crisis políticas y sociales, mientras otros lo vinculan a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando la solidaridad era clave para enfrentar las penurias de la posguerra. Sea cual sea su origen exacto, lo cierto es que el caffè sospeso se convirtió en una tradición popular, reflejo de la generosidad napolitana.
De Nápoles al mundo
Con el tiempo, esta práctica trascendió las fronteras italianas, encontrando eco en países como Argentina, Chile y México. En estas naciones, sobre todo en comunidades obreras, el caffè sospeso se adoptó como un gesto de camaradería y apoyo mutuo. Incluso grandes cadenas como Starbucks han promovido iniciativas similares, incorporando este espíritu de ayuda en sus campañas.
En España, el emblemático Café Comercial, en Madrid, fue pionero en traer esta tradición en 2012, momento en el que el país atravesaba una dura crisis. Durante los primeros dos años, se llegaron a servir 7.500 cafés pendientes, una cifra que comparten en el diario El País. Ahora, 12 años más tarde, nos cuentan desde el establecimiento, que cerró en 2015 y abrió más tarde renovado bajo la gestión de otro propietario, no es una práctica que sigan haciendo.
Un acto de generosidad anónimo, más allá de la beneficencia
Lo que distingue al caffè sospeso de otras formas de ayuda es su carácter profundamente humano y desinteresado. No se trata de caridad en el sentido tradicional, sino de un gesto anónimo que busca compartir uno de los pequeños placeres de la vida: una taza de café caliente. En algunos países con niveles de vida más altos, como Canadá, la práctica se mantiene viva incluso entre personas que no necesitan ayuda económica, reforzando su dimensión simbólica de comunidad.
Un retorno oportuno
En la actualidad, con el aumento de las desigualdades y las dificultades económicas en muchas partes del mundo, el caffè sospeso ha vuelto a cobrar relevancia. La digitalización ha facilitado su expansión, con proyectos como la web cafespendientes.es, que conecta a cafeterías y clientes interesados en participar. La pandemia también ha recordado la importancia de estos pequeños gestos, que generan un impacto significativo en la vida cotidiana.
La próxima vez que tomes un café, considera dejar uno pendiente. Este simple acto podría no cambiar el mundo, pero sin duda hará más cálido el día de alguien. Así, el legado de Nápoles sigue vivo, un sorbo de solidaridad que cruza fronteras y nos invita a ser parte de algo más grande.
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