La primera vez que fui a Casa Manteca tuve la sensación de haber encontrado mi sitio favorito de la ciudad de Cádiz. Y mira que eso está complicado, sabiendo cómo es Cádiz.
Casa Manteca se fundó en 1953 como un ultramarinos que tenía una zona de bar separada por una puertecita. En un lado estaba la tienda con las chacinas y conservas y en otro, el despacho de vinos.
Con el tiempo, el ultramarinos desapareció y ganó todo el espacio la taberna. Pero quien tuvo retuvo, así que de aquella época quedó la báscula y el recuerdo de servir las tapitas de chicharrones, mojama de atún y payoyo con mermelada de espárragos en papelones.
Y ahora comienza la fiesta.
Casa Manteca está fundada por un torero. O, mejor dicho, por un almacenero que antes de almacenero, fue torero. Pepe Manteca toreó desde tan joven que en su primera corrida tuvo que salir con el nombre de su padre, Lorenzo, porque él no tenía aún la edad para darle al capote.
Tras tardes de puertas grandes y algunos revolcones, la cosa se puso más seria, como aquel día en Valdepeñas que un toro le atravesó el muslo izquierdo. Por unas cosas y otras, Pepe Manteca se fue alejando del ruedo. Tanto se alejó que llegó a Alemania a trabajar, pero aquella experiencia no le gustó y volvió a Cádiz. Y para que no viniese el hambre a cornearlo también, a Pepe, que le sobraba arte, tampoco le faltaron oficios, así que se puso de almacenero, trabajo que tenía su padre, e hizo dinero y conoció mundo como exportador de gallos.
De aquellas tardes de toros llenó las paredes de Casa Manteca. Carteles, fotos, y recortes de prensa. Pero también de aquellos años quedaron muchas amistades. Flamencos, artistas de todas las disciplinas, intelectuales, políticos, todos iban ahora a ver torear al Manteca a otra plaza, su taberna.
Y como el vino de Jerez entona, salen solos los tirititranes. Así que, no era raro que allí, en el Manteca, se dieran las juergas flamencas más sonadas de la Tacita de Plata. Remedios Amaya, Rancapino, José Mercé… no había ni hay artista que pase por Cádiz y no haga parada técnica en Casa Manteca. Y si lo hay, peor para él.
Pepe era un hombre elegante, de los que regalan pañuelos de hilo a sus amigos, porque un hombre bien plantao, siempre lleva un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta. Añoraba su época, pero no renegaba de los nuevos tiempos. Unos tiempos donde, según él, “vale más ser que parecer, no como antes, que no sabíamos nada y todo el mundo parecía algo. Yo fui más de cuarenta veces a la escuela a que me enseñaran a hacer la o con un canuto”, decía jocoso.
Más de cuarenta veces habrá ido cualquier gaditano a Casa Manteca a tomarse un fino y unos boquerones en vinagre. Y si no son más de cuarenta, son más de cincuenta, las veces que nos acordamos de Casa Manteca quienes hemos pasado por allí alguna vez.
Ni el cocinero Rick Stein quiso perderse “el auténtico sabor de Cádiz”: sus albóndigas con hierbabuena, los boquerones, los chicharrones with lemmon and pepper y la Uchi, que le regaló, con to su ahe, uno de los momentos más célebres de la televisión. Aún me río con aquel mítico: “Bloody hell!” salido del alma.
José Ruiz Calderón, como se llamaba “en los papeles” Pepe Manteca, nos dejó este 19 de marzo. Yo prefiero pensar que se fue para abrir un Casa Manteca 2 allí arriba, y no quiero ni imaginarme la juerga que le habrán montado sus compadres para darle la bienvenida.
Vaya tranquilo, Pepe, y descanse en paz. Y muchas gracias por dejarnos en la tierra tanta gloria, su querida Casa Manteca.