Ayer hablaba con una amiga sobre tópicos que no sólo es que no se cumplan, es que en la práctica descubres que la realidad es todo lo contrario. Mientras hablaba con ella sobre esto por teléfono, yo me preparaba una ensalada.
La ensalada llevaba hojas de espinaca, canónigos, salmón ahumado, almendra tostada y picada, aceitunas negras troceadas, tomate seco en aceite, aguacate y mango. La aliñé con aceite de oliva virgen extra, zumo de limón y sal Maldon. Colgamos y me puse a comer, pero seguía pensando en la conversación que había tenido con ella.
Entonces, me di cuenta de que no sólo tenemos asimilados unos tópicos sobre terceros, también elaboramos sobre nosotros mismos unas ideas y unos tópicos que no son verdad. Por ejemplo, yo siempre digo que no me gustan los alimentos dulces en los platos salados. Es más, digo que no me gusta ponerle fruta dulce a las ensaladas. Lo digo tan convencida y me quedo tan contenta mientras me meto entre pecho y espalda una ensalada con su bien de mango.
De hecho, es tan mentira esto de que no me gusta la fruta en las ensaladas, que es habitual que en mi casa las ensaladas lleven fresas cuando es temporada de fresas. Y en este artículo que enlazo hay una prueba. Así que, no sé de dónde me he sacado yo que la fruta en las ensaladas “saladas” no me gusta. Mentira cochina.
Hecha mi revelación, me acordé de lo bien que queda también en ensalada la sandía. Y precisamente esta semana Clara Villalón dejaba la receta de una ensalada de pollo confitado con sandía asada que me dio envidia al verla.
Otra ensalada que me encanta y su secreto radica en el contraste del dulce de la naranja con el saladito del bacalao es el remojón andaluz, receta que detalló en este artículo Mer Bonilla.
Echando cuentas, realmente no hay ensalada a la que no le puedas encajar alguna fruta. Pienso en lo bien que queda la granada con la escarola y los ajos encurtidos; o la pera con la rúcula, gorgonzola y frutos secos; o lo que me gusta la manzana con rúcula, cecina y nueces y me río porque me imagino muy seria diciendo: “Odio la fruta en las ensaladas”, mientras la engullo a dos carrillos.
Una vez, un nutricionista me dijo que a las personas nos encanta hacernos las especiales, y esto ocurre también en el comer. Me decía que se ha encontrado muchos pacientes que se sienten mejor diciendo que son intolerantes a algún alimento (que no les suponga mucho trastorno en sus vidas, claro). Nos sentimos menos sofisticados si decimos que nos gusta todo, porque pensamos que transmitimos una falta de criterio: “¿Te gusta todo? ¿Qué eres una trituradora?”, suponemos que pensarán de nosotros. Así que tendemos a poner siempre alguna puñetita para que no se diga que tenemos un paladar de esparto. Supongo que esta tontuna mía de decir lo de la fruta en las ensaladas viene de ahí, de alguna época en la que quise hacerme la especial diciendo esta sandez y lo interioricé. Aclarado, mi odio era inventado. Menos mal que de la estupidez se sale.