Yo era atea, pero ahora creo. Creo en la corona de la Almudena, quiero decir. Hasta antes de ayer la negué. Una, dos y más de tres veces.
Viví de espaldas a ella porque no quería entrar en la costumbre de celebrar el día de la patrona de la Villa de Madrid comiendo corona de la Almudena. ¿Por qué? Pues porque soy una impía. Una pecadora. Una renegá. Una saboría.
“Que es comer roscón de reyes fuera de fecha”, “que es una costumbre nueva”, repetía. Yo era atea, pero ahora creo porque estaba equivocada. Y no sé si es de sabios, pero rectificar te hace menos tonto cuando no tienes razón. Y ahora quiero hacerle religión a su crema, a su rosca y a su masa.
La corona de la Almudena no es un roscón de reyes, como creía yo, porque sus ingredientes son diferentes y la decoración también. Sabe a naranja, porque lleva ralladura de naranja, zumo y a veces Cointreau, pero no encontrarás en ella ni rastro de sabor a agua de azahar.
Va rellena de nata, crema o trufa. O sin relleno. La decoración, al igual que la del roscón y otros dulces, varía según el pastelero, pero normalmente no lleva fruta escarchada sino azúcar espolvoreada o crema (a veces le ponen también guindas). Y tampoco lleva sorpresa ni haba. Algunas pastelerías le ponen una imagen de la virgen de la Almudena encima de la corona y otras, directamente una corona de papel.
Hay pastelerías, como la Antigua Pastelería del Pozo, la más antigua de Madrid, que sí que hacen la masa de la corona exactamente igual que la de su roscón. Pero no, tampoco en este caso podemos decir que la corona y el roscón sean lo mismo, puesto que, palabras textuales de Antonio Pérez, el encargado de la Pastelería del Pozo, “nuestra corona siempre va rellena de trufa o crema y por mucho que me llores, no te voy a rellenar el roscón”.
También he atendido a razones y ya no rechazo las costumbres porque sean nuevas. ¿Por qué? Porque no he conocido todavía ninguna costumbre que naciera vieja.
Yo era atea, pero ahora creo. Y que me perdone la virgen de la Almudena las cosas que dije de su corona. Yo, que no quería honrar a la patrona de Madrid con su dulce, pero me comía a dos carrillos el pan de Sant Jordi sin preguntarme si esa tradición era nueva o herencia de los visigodos. Por cierto, el pan de Sant Jordi ahora mismo tiene 33 años.
Además, qué bonito es que los pasteleros madrileños pensasen en elaborar un dulce para la Almudena ya que ella, además de la patrona de Madrid, también lo es de los pasteleros. Fue en 1978 cuando se creó la corona, pero no se “oficializó”, por decirlo así, hasta 1993, año en el que el Papa Juan Pablo II consagró la catedral de la Almudena, convirtiéndose así en la primera catedral consagrada fuera de Roma.
Yo era atea, pero ahora creo en la corona de la Almudena. Razones tengo y razones traigo para celebrar este día con este dulce. Y quien siga diciendo que esto es un roscón de reyes, una tradición nueva, una tontería, que siga en sus trece. Déjales que hablen mal. Se mueran de envidia.