Se acerca la fecha de los enamorados, San Valentín, donde todo son gestos de amor, regalos y atenciones hacia nuestra alma gemela. Pero claro, somos todos Cocinillas, y no nos vale eso de comprarle una tarta al afortunado o afortunada, tenemos que hacerla nosotros. Y no hay tarta más apropiada para ésta fecha que la tarta Red Velvet o Terciopelo Rojo, procedente de Estados Unidos y famosa por su espectacularidad.
Ingredientes
- 170 g de mantequilla
- 450 g de azúcar
- 500 g de harina
- 3 huevos
- 2 cucharadas de colorante rojo en gel o en pasta
- 13 g de cacao puro en polvo
- 1 vaina de vainilla o 1 cucharadita de esencia de vainilla
- 1,5 cuacharaditas de sal
- 300 ml de buttermilk
- 1,5 cucharaditas de vinagre
- 1,5 cucharadas de bicarbonato sódico
- 150 g de queso de untar
- 200 ml de nata para montar
- 75 g de azúcar glass
Os adelanto que tiene un poquito de trabajo, porque lleva bastantes ingredientes y la decoración también puede llevar algo de tiempo, pero merece la pena y además, con ésta receta de San Valentín le sorprenderá. Las cantidades que os voy a poner serán para un molde de bizcocho alto, de los que se usan para después cortar capas de bizcocho y rellenar entre medias. Al final os cuento unas cuantas recomendaciones y truquitos.
Preparación de la Tarta Red Velvet
Lo primero que os vendrá a la mente si no estáis familiarizados en el ingrediente es: ¿qué narices es la buttermilk? Tranquilos, yo tampoco sabía lo que era. La buttermilk es el suero que contiene la leche, que se puede obtener de varias formas, pero que hoy os voy a explicar una de ellas. Hace tiempo, en Cocinillas os contamos cómo hacer fácilmente mantequilla casera, y como todos somos cocineros amateur, en los comentarios uno de nosotros dio un dato interesantísimo (¡gracias David!): al batir la nata se obtienen dos productos, la mantequilla por un lado, y el suero por otro. Y ¡sorpresa! éste suero es la buttermilk. Por lo tanto, y como os voy a contar más adelante, para ésta receta he hecho la mantequilla casera aprovechando también la buttermilk, 2 en 1. Por lo tanto, para conseguir la cantidad de mantequilla y buttermilk suficiente para la receta, utilicé unos 600 ml de nata para montar adicionales.
Antes de nada, tenemos que hacer dos cosas: la primera, meter los 200 ml de nata para montar en la nevera o incluso en el congelador, pues la necesitaremos bien fría para poder montarla, y precalentar el horno a 180º. Por otro lado, engrasamos nuestro molde con mantequilla y harina (poned especial empeño en esta labor si, como yo, vais a utilizar uno de los fantásticos moldes de Bundt Cake de Nordic Ware).
Vamos a necesitar bastantes recipientes. En un bol, tamizamos la harina con la sal y el cacao en polvo, lo mezclamos bien y lo reservamos. En otro bol bastante grande y adecuado para batir en él con una batidora, ponemos la mantequilla (casera o industrial) a temperatura ambiente junto con el azúcar, y con unas varillas y un poquito de paciencia, vamos batiendo poco a poco hasta obtener una masa homogénea. Una vez bien batido, se van echando uno a uno los huevos, batiendo de nuevo cada vez que añadamos un huevo a la mezcla hasta que sea uniforme.
En un recipiente a parte, ponemos el bicarbonato al que le añadiremos el vinagre, lo que producirá una reacción química y empezarán a salir burbujitas (base + ácido), y tras mezclarlos bien, lo añadiremos a la mezcla de mantequilla y azúcar anterior junto con el colorante rojo. Por otro lado, hacemos un corte a lo largo de la vaina de vainilla para abrirla y, con el cuchillo, vamos raspando el interior para extraer las semillas, que son lo que dan el sabor al bizcocho, y lo agregamos a la mezcla (si váis a usar esencia de vainilla, simplemente añadidla ahora a la mezcla). Batimos todo junto muy bien hasta que nuestra masa tenga un dramático color rojo bien uniforme.
Es el momento de añadir la mezcla de harina y cacao a la mezcla junto con la famosa buttermilk. Si tenemos un robot de cocina que nos mezcle todo, será mucho más sencillo. Si no es el caso, no pasa nada, solo tendréis que darle al brazo hasta que la mezcla no tenga ni rastro de grumos ni de harina sin mezclar, os aconsejo hacerlo con unas varillas fuertes para romper bien los grumos.
Vertemos nuestra masa en el molde que vayamos a utilizar y lo introducimos en el horno durante 50-60 minutos. Os recomiendo que a los 45 minutos lo pinchéis y miréis si el pincho sale limpio, porque no es adecuado que éste bizcocho se os haga de más, pues pierde un poco la intensidad de color (de hecho, ésto fue lo que me ocurrió a mi a la hora de hacer uno de los bizcochos, y se nota la diferencia con el que sí me quedó en su punto, ¡de todo se aprende!).
Mientras se hornea, vamos a preparar el frosting. Ponemos en un bol el queso de untar (receta aquí) y el azúcar glass y lo mezclamos bien. Sacamos la nata que teníamos en la nevera y, con unas varillas eléctricas, montamos la nata (cuidado de no hacer más mantequilla). Vamos añadiendo poco a poco la nata a la mezcla de queso azucarado, hasta obtener una crema suave y esponjosa (y que está de muerte).
Cuando esté horneado, lo sacamos y lo dejamos enfriar, desmoldándolo cuando esté frío. Si habéis utilizado un molde de Bundt Cake, deberéis esperar 10 minutos y después desmoldarlo y dejarlo enfriar totalmente sobre una rejilla. Cuando esté frío, cortamos una o dos capas (en función del grosor del bizcocho) y vamos poniendo entre medias una capa de frosting. Montamos una capa sobre otra hasta que tengamos de nuevo el bizcocho recompuesto, y le damos una buena capa de frosting por todas partes, hasta cubrirlo bien y que se quede bien blanquito.
Como también hice una versión mini Bundt Cake, decidí que era una pena cortarlo, así que con una manga pastelera le he ido haciendo montoncitos alrededor a modo de decoración, y lo he espolvoreado con azúcar glass. La decoración del bizcocho es algo muy personal, así que imaginación al poder.
Truco: si, como yo, habéis echado más masa de la que deberíais en el molde y os ha crecido demasiado, podéis aprovechar el sobrante de dos formas: lo trituramos hasta tener un polvo de bizcocho rojo precioso y se lo ponemos por encima del frosting (incluso podemos poner una plantilla en forma de corazón para ya rematar la faena), o si el sobrante es suficientemente grueso, podéis sacar otro bizcocho más pequeño cortándolo con un aro de emplatar, y repetir la operación de hacer las capas, rellenar y cubrir con frosting. ¡Aquí n0 se tira nada!.
Resultado
Qué os voy a decir que no veáis por vosotros mismos en las imágenes de la galería: es espectacular, esponjoso y jugoso. Tiene un sabor especial, muy distinto al clásico bizcocho que conocemos. Es sorprendente lo bien que funciona la mezcla de bicarbonato y vinagre para hacerlo crecer, y el frosting de queso le va que ni pintado. Le váis a conquistar con éste detallazo. ¡Feliz San Valentín!
Tiempo: unas 2 horas en total
Dificultad: 3,5/5
Digestión: 3/5
Precio: 12€