Ingredientes para 5-6 personas
- 6 huevos
- 12 cucharadas rasas de azúcar (2 por huevo)
- 750 gr de leche
- Canela en polvo
- Maicena (opcional)
A mi me gusta más con los suspiros, sobre todo porque no me gusta la textura de la galleta empapada y blanda. La textura que le da a cada bocado, esponjoso y suave, con la canela por encima, es de otro mundo. Además, son facilísimas de hacer, no tienen ningún misterio, y sólo requieren de tener un poco de paciencia mientras removemos. ¡Espero que os gusten las mejores natillas del mundo!
Preparación de las natillas de mi abuela
En primer lugar, separamos las yemas de las claras, dejando las claras reservadas y poniendo las yema en un cazo. En el post del tiramisú ya os contamos cómo hacerlo fácilmente, haciendo uso de una botella de plástico. Después, añadimos el azúcar a las yemas y lo mezclamos bien, hasta que tenga una consistencia cremosa. Yo os recomiendo que las cucharadas sean tirando a rasas, que no hagan copete, para que no queden demasiado dulces, pero podéis ir probando y dejarlas al punto que más o guste.
Ponemos el cazo a fuego medio-bajo y removemos constantemente y siempre en la misma dirección (esto ayudará a que vayan cogiendo consistencia y espesor más fácilmente) para evitar que hierva. A continuación, vamos añadiendo la leche poco a poco a chorritos al cazo, que seguiremos removiendo. Cuando notemos que la mezcla va espesando, echamos más leche, así hasta que hayamos vertido toda. Una vez esté la mezcla completa, continuaremos removiendo a fuego medio-bajo durante al menos 10 minutos sin dejarle hervir, o hasta que notemos que va cogiendo cuerpo. Llegados a este punto, tenemos dos opciones: o dejarlas tirando a líquidas (como las ha hecho mi abuela siempre) o añadir un poco de maicena tamizada, y seguir removiendo hasta que haya espesado. La cantidad de maicena depende del espesor que queráis conseguir, os aconsejo que comencéis con media cucharadita, y a partir de ahí vayáis modificando. Como os digo, yo procuro no echarle maicena y ser paciente y remover hasta obtener el punto deseado.
Cuando las tengamos al punto perfecto, retiramos del fuego y vertemos en cuencos individuales o en una fuente grande y dejamos enfriar. Lo bueno de esta receta es que se puede hacer perfectamente de un día para otro, pues cuando las natillas hayan templado, se pueden meter a la nevera tapadas con papel film y dejarlas sin problemas. Lo importante es que estén bien frías antes de añadirle los suspiros.
Y hablando del rey de Roma, os voy a contar cómo se hacen los suspiros de monja. Es la cosa más tonta del mundo, pues no dejan de ser claras montadas a punto de nieve con canela. El truco que yo sigo habitualmente y que funciona muy bien es montarlas cuando estén frías (por eso lo de hacer natillas de un día para otro es perfecto, porque podemos enfriar también las claras) y, mientras las estamos batiendo, añadirle un pellizco (literalmente) de sal. Tanto si lo hacemos con unas varillas manuales como si lo hacemos con unas eléctricas, sólo necesitamos paciencia y un poco de insistencia, no tiene nada más. Sabremos que están perfectamente montadas cuando cojamos un poco con una cuchara, le demos la vuelta a ésta y las claras montadas no se caigan.
Una vez montadas, con una cuchara cogemos montoncitos y los vamos echando sobre las natillas frías, de forma que cubran toda la superficie. Para finalizar, echamos canela al gusto por encima y servimos.
Resultado
El sabor de estas natillas me transporta a mi niñez. Son suaves, saben a huevo y están dulces y cremosas. Os aviso, no son espesas, nada espesas, son tirando a líquidas y cremosas, y es por eso que me gustan tanto y que sólo como natillas si son echas por mi abuela. Si no os gustan los suspiros o sois fan de la galleta por encima, podéis añadirla sin problemas, seguro que están igual de buenas. Es un postre barato y que causará sensación. Ya todos conocéis el secreto de mi abuela 🙂
Tiempo: 20 minutos + tiempo de enfriado
Dificultad: 1/5
Digestión: 2/5
Precio: 3€