Los alimentos procesados, característicos de la Dieta Occidental, suelen estar saturados de aditivos alimentarios cuyo objetivo es mejorar el sabor, textura, durabilidad y, esencialmente, la palatabilidad del alimento consumido. Aunque puedan catalogarse como seguros, eso no significa que a largo plazo sean inocuos, como también parece suceder con el caso de los edulcorantes: se sabe que son seguros, pero pueden provocar problemas a nivel inestinal.
De hecho, algunos de estos aditivos alimentarios más comunes, podrían tener efectos adversos no deseados y poco conocidos. Ese sería el caso de los aditivos carboximetilcelulosa (CMC) y polisorbato 80 (P80), según un reciente estudio publicado en Scientific Reports a cargo de la Universidad de Georgia, tendrían algunos efectos adversos nada halagüeños, al menos en estudios con ratones: pueden aumentar la ansiedad y los comportamientos antisociales.
Los desconocidos peligros de los aditivos alimentarios
Según este nuevo trabajo, a cargo de Geer de Vries y Benoit Chassaing, de la Universidad de Georgia, y Andrew T. Gewirtz, del Instituto de Ciencias Biomédicas, estos aditivos alimentarios afectarían de forma diferente según el sexo, lo que sugeriría que tendrían diversos mecanismos a nivel cerebral en marchos y hembras, en los ratones estudiados.
De hecho, en investigaciones anteriores de Chassaing y Gewirtz se habría llegado a la conclusión de que estas sustancias pueden causar inflamación intestinal de bajo grado, alterando el microbioma intestinal, aunque de forma diferente al caso de los edulcorantes. Así mismo, sus estudios habrían relacionado el uso de aditivos alimentarios a enfermedades tales como la obesidad, síndrome metabólico o enfermedades inflamatorias intestinales.
P0r ello, los mismos investigadores plantearon la tesitura de que lo los aditivos alimentarios pudiesen contribuir a una inflamación sistémica, llegando a afectar al cerebro y en consecuencia al comportamiento.
Así pues, agregaron uno de los dos aditivos alimentarios, o bien CMC o bien p80 al agua potable de los ratones del estudio. Tras el paso de 12 semanas, detectaron cambios en el microbioma intestinal de los roedores a diferentes niveles. Además, los animales experimentaron comportamientos de ansiedad en el caso de los machos, y comportamientos antisociales en el caso de las hembras.
Por el momento, no es posible saber qué mecanismo es el responsable que de los aditivos alimentarios contribuyan a estas alteraciones del comportamiento, aunque los investigadores sospechan que la inflamación intestinal podría colaborar, produciendo mensajeros moleculares con efectos a larga distancia (como en el cerebro).
Las diferencias de comportamiento por los aditivos alimentarios
Por otro lado, respecto a las diferencias de comportamientos en machos o hembras, los investigadores sugieren que habría varios factores en juego. Una de ellas sería la diferencia conocida entre el sistema inmune de hombres y mujeres (o de machos y hembras de roedor, en este caso), algo que colaboraría en la composición de las bacterias intestinales y en la forma que el sistema digestivo procesa los alimentos.
De hecho, en el caso de los humanos, existen enfermedades autoinmunes (dependientes del mal funcionamiento del sistema inmunológico) que afectan claramente a un sexo sobre el otro. Por ello, agregar aditivos alimentarios a la dieta provocaría diferencias en el microbioma intestinal, un microbioma que ya de por sí sufriría una diferencia por sexo, contribuyendo así a un comportamiento diferente en consecuencia.
Para finalizar, los investigadores recuerdan que este no es el primer estudio que evidencia que los aditivos alimentarios deberían tenerse en cuenta por sus consecuencias a nivel el microbioma intestinal, o por los síntomas generales que pueden ocasionar en el organismo humano, que a su vez tiene claros efectos sobre la salud humana en general.
De hecho, existen otros aditivos alimentarios muy comunes hoy en día que tienen diversos efectos comprobados en los humanos, sobre todo cuando se consumen en exceso, aunque depende de la sensibilidad individual. Uno de ellos es el glutamato monosódico, del cual ya hablamos en Cocinillas, y que durante el año 2017 fue reevaluado y declarado como seguro por parte de la European Food Safety Authority. Sin embargo, la misma EFSA aconseja revisar los niveles máximos permitidos en algunos alimentos como bollería, sopas, caldos, salsas, carne o condimentos, pues a partir de los 42.9 mg/kg/día ya podría sufrirse el conocido como “síndrome del Restaurante Chino“.
Por otro lado, los fosfatos, uno de los aditivos alimentarios típicos del kebab y otras carnes, podría estar consumiéndose en exceso: la recomendación es no superar los 700 mg al día, y la dieta media de un adulto suele superar los tres gramos. Y, si dichos fosfatos se añaden en forma de aditivo artificial, la absorción es más rápida y más fácil. En el caso del kebab, esta sustancia tiene como objetivo mantener la estabilidad de las proteínas de la carne, su color y su sabor, contribuyendo al ya conocido exceso de la Dieta Occidental. A largo plazo, el exceso de fósforo ha demostrado aumentar el riesgo cardiovascular y el riesgo de sufrir problemas renales.