Hace ya 11 años que vivo en la ciudad, pero antes, venía siempre que podía. Todavía recuerdo cuando visitaba Madrid. Un fijo era pasear por la Gran Vía. ¿Cómo no quedarse embelesado ante tal magnífica calle?
Corrían otros tiempos. La gastronomía no vivía el auge que vive hoy en día, pero en Madrid siempre se comía bien. Y, personalmente, me encantaba visitar un lugar que para mí era imprescindible, el Museo del Jamón. Había otras sedes, pero la que queríamos visitar, era la de la arteria más vibrante de Madrid.
¿A quién no le gusta el jamón? Tomábamos un bocadillo a precios módicos. Así que cuando nos enteramos de que la Gran Vía recuperaba este emblema, no pudimos sino ponernos felices. Vuelve el Museo del Jamón, y lo hace de forma renovada, dando protagonismo a su barra, mirando más que nunca al madrileño y cuidando su bolsillo.
Desde 1978, historia viva de Madrid
Para que nos cuente esta historia que ya forma parte de la ciudad y cómo ha sido su renovación, hablamos con Luis Alfonso Muñoz, tercera generación al frente del Museo del Jamón. Se dice que hay niños que nacen con un pan debajo del brazo, Luis lo hizo con un jamón.
Son ya tres las generaciones desde que su abuelo, Marcelo Muñoz tuviera la idea y se materializara en sus hijos. «El Museo del Jamón es un negocio que montaron entre mi padre Francisco y mi tío Luis. Fue en el año 78 cuando abrieron el primero, en el paseo del Prado», cuenta a Cocinillas. «Le pusieron como nombre Museo del Jamón por su localización, entre los tres grandes museos de la ciudad, el Thyssen, el Prado y el Reina Sofía».
La vocación del lugar desde un primer momento fue clara. «El Museo del Jamón nace con la idea de democratizar el jamón. En aquel entonces no se comía más allá de en grandes eventos como bodas», explica. Fue un éxito. En apenas dos años abrieron el cercano a Atocha y en 1984, el de Gran Vía. Así hasta tener nada menos que seis museos del jamón en la capital, además del espacio Delicias del Jamón y dos tiendas, una en San Fermín y otra en el Mercado de Torrijos.
La pandemia les dio una oportunidad. De parar y pensar en el futuro y en cómo querían que se siguiera la historia del Museo del Jamón. «El de Gran Vía es un local emblemático. Mucha gente ha pasado por allí, todos lo conocen y es muy representativo. No queríamos que cerrara y se convirtiera en una franquicia cualquiera», relata Muñoz.
Así es el nuevo Museo del Jamón de Gran Vía
Con este tiempo para pensar, fueron dando forma a lo que iba a ser el renovado espacio. «El Museo del Jamón siempre ha sido un sitio donde se comía buen jamón y a buen precio y nació mirando al público local. El turismo también nos cogió como referencia», apunta y continúa «quizás habíamos perdido ese sentido de ser un sitio para el madrileño y fue un momento para pensar en cómo darle una vuelta y más en un momento en el que parecía que el turismo no iba a volver en mucho tiempo».
Recordemos que estábamos en un momento en el que este modelo de negocio, en el que todos nos apretábamos en una barra codo con codo con desconocidos, estaba por desaparecer. Se hablaba de la 'nueva normalidad', de cómo el delivery iba a ganar terreno a las salidas a restaurantes, del miedo a la socialización...
Contrario a la que parecía que iba a ser la tendencia, se aventuraron a invertir en renovar los locales. «Cambiamos todas las barras, poniéndolas con ese toque que han tenido siempre las de las tabernas madrileñas. No habíamos tenido la oportunidad en 40 años», comparte.
No solamente aprovecharon para dar un lavado de cara a los espacios, sino también para hacerlo con el concepto. «Queríamos darle valor. Es cierto que tenemos el jamón a buen precio, pero es porque tenemos muchísimo volumen. Tenemos muchas cosas que no se encuentra en otros sitios como, por ejemplo, una carta de jamones».
En su carta tienen nada menos que cinco tipos de jamón. Desde serrano a ibérico de bellota, pasando por un duroc o un ibérico de cebo, bajo marcas propias como Tío Felipe o El Piornalego. Todos ellos se pueden pedir por raciones, en una tabla para hacer una cata de todos o en sus fuentes mixtas, acompañados de otros ibéricos y quesos como el Doña Pilar.
Hay más, porque aquí tienen otras diferencias sustanciales para seguir dando al jamón, el lugar que se merece. «El jamón serrano no tiene por qué ser malo o de peor calidad. Tiene diferencias con el ibérico, de ahí que su precio sea más barato y también por el volumen. Pero toda esta historia de porqué es así y cómo lo hacemos, tenía que contarla alguien, por eso en el Museo del Jamón tenemos charcuteros», indica.
«Normalmente, se suele tener cortadores de jamón, pero aquí apostamos por el oficio de charcutero, con mucha tradición y mucho valor. Son los que de verdad pueden prescribir y contar todo sobre nuestros productos», recuerda Luis.
Con su equipo de charcuteros vienen a hacer una labor incluso de pedagogía. Te asesoran al pedir, así como en su zona de charcutería, abierta hasta las 23:00 horas.
Mucho jamón, pero también otras más cosas
Como su propio nombre indica, el jamón es el centro de su propuesta. Pero no es lo único. Trabajan con más embutidos del país de excelente calidad, desde un chorizo picante Cantimpalo, a lomo, fuet, lacón o cecina de ternera, entre otros, además de quesos y tablas.
La barra es una de sus grandes apuestas, pero para seguir creciendo, han remodelado más espacios del nuevo Museo del Jamón, como un salón en el que degustar clásicos de nuestra gastronomía. Bravas con su punto justo de picante, ensaladilla rusa, flores de alcachofa, croquetas, morcilla de Burgos con pimientos de piquillo, callos a la madrileña y una buena colección de carnes de cerdo y ternera, entre otras muchas cosas.
Otra de las novedades que recupera el espacio, es la música en directo los viernes y sábados por la noche. «La Gran Vía es uno de los epicentros más animados de Madrid, sede mundial de musicales y teatros. Queríamos tener ese puntito de música en directo, para poder alargar la cena con la primera copa y estar de lo más animado», termina Muñoz. Es hora de seguir escribiendo la historia de Madrid.