El New York Times ha hablado. Su lista de los destinos que visitar cada año, es una de las más esperadas. ¿Se colará algún destino español? Entre lugares tan exóticos como Morioka en Japón, Bután o Kerala, en su particular ranking se han colado dos ciudades españolas, Madrid y Tarragona.
La primera sabemos que está en plena explosión turística, sumando cada día nuevas propuestas, hoteles de lujo y gastronomía de primer nivel. La segunda, la que hoy nos ocupa, bien merecía este reconocimiento.
Muchos dicen de ella que es la ciudad olvidada de la Costa Daurada, a veces incluso eclipsada por Barcelona. Y es imprescindible por muchas y valiosas razones. La primera, por su relevancia a nivel histórico y cultural. Hoy todavía siguen impresionando ese anfiteatro y demás vestigios romanos, aquellos que ya en su fundación en el año 218 a. C. hicieron de Tarraco, una de las más importantes ciudades del Imperio romano. Lo segundo, porque es una ciudad costera de lo más estimulante, desde el paseo por la playa o la Rambla Nova, hasta llegar al Balcó del Mediterrani. ¿Lo tercero? Por su gastronomía.
¿Sabías que en un barrio de la ciudad, concretamente en Serrallo, fue donde se originó la archifamosa salsa romesco? Con ella preparan unos de los platos más típicos de la zona, la romescada, un guiso marinero delicioso. Pero no es lo único que se come en Tarragona. La ciudad ostenta varios tesoros en materia culinaria, desde los apuestan por la cocina tradicional, a los que, partiendo de ella, elevan sus creaciones un poco más si cabe.
Cup Vell y AQ, dos tesoros en la Parte Alta de Tarragona
La conocida como Parte Alta de Tarragona, es la que esconde los dos restaurantes más interesantes de la ciudad. El Cup Vell bien podría ser un speakeasy o un lugar escondido. Y esto es así porque si lo pones en Google Maps, es posible que te lo pases. ¿Dónde diantres está? La cosa es que no tienen un cartel que anuncie ni su nombre, tan solo unas puertas de madera a las que si no sabes que es el restaurante, da hasta cosa abrir. Pero sí, tras ellas se encuentra el lugar. Y qué lugar.
Ellos mismos se definen como una taberna gastronómica de barrio. Y no podían estar más acertados. El proyecto de Pau Feliu y Alberto Pontón, abría sus puertas a finales de 2018. Desde entonces, no han hecho más que cosechar éxitos. El local en sí cuenta con cocina a la vista y lo que allí encontrarás, no es nada pretencioso, con apenas unas mesas bajas y otras tantas altas y muy codiciadas junto a la cocina.
En cuanto a la propuesta gastronómica, trabajan cada día con platos nuevos, no tienen carta fija, lo que asegura grandes dosis de creatividad y sobre todo, diversión de estos cocineros a la hora de concebir cada uno de los bocados que sirven.
Trabajan con producto de proximidad y lo mismo puedes levitar con unas fabes con navajas del Delta del Ebro, que hacerlo con unas lentejas con tinta de calamar o una gamba de Tarragona en escabeche. Lo que sí suele repetirse es un plato que casi ya es emblema de la casa, el arrosejat, un arroz a banda sabrosísimo y con apenas medio dedo de grosor.
Otro tema son los vinos. Aquí apuestan por una carta que casi en su totalidad, es de vinos naturales y de baja intervención, tendencia muy al alza en esta zona de Cataluña.
¿Quedarse quietos? Imposible. Les verás yéndose a hacer unas jornadas como las que hace poco acogió el wine bar parisino Early June o invitando a cocinar a amigos como los chicos de El Nopal París, que recientemente, convirtieron el Cup Vell en un lugar que unía la gastronomía mexicana con la tarraconense. Conviene seguirles la pista en sus redes sociales, donde anuncian todas estas colaboraciones tan estimulantes.
Si el Cup Vell es una de las joyas de la parte alta de Tarragona, el restaurante AQ es la otra. Reconocido con un sol Repsol, este es el bastión de Ana Ruiz en cocina y Quintín Quinsac en sala. De hecho, AQ es el acrónimo de este dúo imparable desde 2004. La vida les unió mucho antes y juntos dieron forma a lo que sería el restaurante.
Pasaron por varias épocas, en las que apostaban más por el menú degustación, pero fue en 2016 cuando dieron un giro radical, renovaron el local y decidieron que AQ iba a ser ese sitio al que a ellos les gustaría ir. Una vez más nos encontramos con una cocina abierta, una propuesta desenfadada pero con muchos mimbres, de la que salen 'bocados de felicidad', como ellos mismos afirman.
El producto de temporada es el que marca la carta, muy cambiante, en la que hay bastantes guiños viajeros. Ostra peruana con leche de tigre y mayonesa de rocoto, ramen con longaniza de setas y anguila, rollito vietnamita de langostinos con aguacate...
Pero también magníficos ejemplos de la cocina de la zona, desde su croqueta de calçots a los sepionets con butifarra del perol, por no hablar de su lingote de patatas bravas con salsa romesco y alioli, su particular versión del cap i pota o los tradicionales canelones de rostit.
Romescadas, arroces, vermut...
Si bien estos dos espacios pueden ser los más gastronómicos, aunque sin ese sentido de pompa y boato que a veces se une a este adjetivo, Tarragona también tiene una buena selección de espacios donde disfrutar de manera informal. Bravas, vermut, tapas...
La hora del vermut es sagrada. Puedes acercarte a la Plaza del Foro, plagada de opciones para disfrutarlo. Uno de los sitios más queridos es la Vermutería del Fòrum. La idea aquí es pedir un vermut y acompañarlo de sus patatas bravas, de las mejores de la ciudad, con una curiosa salsa cuya receta mantienen bajo secreto.
Si hablamos de bares, existe uno que no se puede dejar de conocer, ese es Bar Cortijo. Se han especializado en esmorçars de forquilla o lo que es lo mismo, desayunos/almuerzos contundentes que se comen con tenedor. No solo se va allí a desayunar, porque en este bar casi histórico de la Parte Baja de Tarragona, regentado por los hermanos Masegosa, sirven desde tortillas a cazuelas de carne, pasando por grandes piezas de jamón al horno, escabeches o cualquier plato marinero que se les ocurra. Todo ello regado con vinos naturales.
En una ciudad junto al mar, no podían faltar esos guisos marineros de los que hablábamos al inicio o los arroces. Para ello hay que dirigirse al barrio marinero, el Serrallo. Una dirección imprescindible para probarlos, es La Xarxa. Situado a pocos metros del puerto, ha pasado de padre a hijo, para posicionarse como un templo del buen comer.
El padre sigue teniendo barca propia, por lo que los pescados y mariscos con los que trabajan, son de primera calidad. Bordan los arroces y además de cocina tradicional, en la carta hacen concesiones a platillos viajeros y más modernos, como dumplings, baos o brioches como el de steak tartar.
No hay que perderle la pista a otros emblemas de este barrio como Ca L'Eulàlia, que también trabajan con pescado y marisco de primera, con el que preparan platos de producto o tradicionales o Xaloc, donde elaboran el clásico romesco de pescado.
¿El postre? Acércate al Mercat Central, allí entre otros muchos puestos de productos y espacios donde comer, tiene una sede la pastelería Cal Jan. Su vitrina de postres no tiene rival en la ciudad, por no decir sus croissants rellenos de cheesecake o praliné o su versión del tiramisú hecho pastel. Por cierto, el panettone de chocolate que elaboran, consiguió el premio al Mejor Panettone de España en 2021.
Y un hotel para alargar la visita a Tarragona
Tarragona bien merece una visita más larga de un día. Con una comida y cena no podemos hacernos a la idea de toda su riqueza. Así que, ¿qué mejor que quedarse a dormir para seguir investigando? La elección, uno de sus hoteles más ilustres.
Sobre el conjunto arqueológico de Tarraco, declarado como Patrimonio Mundial de la Unesco en el año 2000, se levanta el H10 Imperial Tarraco. Su ubicación privilegiada y sus vistas hacia el mar y el cuidado anfiteatro, han hecho de él el hotel más emblemático de la ciudad.
En aquel funesto 2020, aprovecharon para darle un lavado de cara y reformarlo por completo. La renovación, a cargo de Lázaro Rosa-Violán le ha dado un carácter más mediterráneo si cabe. Todas las habitaciones han crecido en tamaño y han puesto las miras al mar, decoradas con tonos blancos y azules, cabeceros hechos con nudos náuticos y detalles en terracota.
Los espacios comunes no quedan a la zaga. En el piso a pie de calle, se encuentran una coctelería, Circus Bar con un olivo centenario en el centro y el restaurante Alta Mare, para tapear con la ciudad como telón de fondo.
¿Su secreto mejor guardado? En la azotea, el rooftop Caelum (cielo en latín). Y es que literalmente subes hasta el cielo, para darte de bruces con unas vistas panorámicas sobre toda la ciudad y el Mare Nostrum, un bar donde tomar algo y lo más importante para cuando hace buen tiempo, una zona de hamacas y una piscina tipo plunge pool que se funde con el Mediterráneo.