El storytelling de Canfranc Estación, a Royal Hideaway hotel es envidiable. Uno repleto de historias que ahora se mezclan con leyendas y mantienen el alma viva del lugar. La renovada estación de trenes de Canfranc, convertida ahora en hotel de lujo con un vagón de tren que presume de estrella Michelin, ha hecho de esta localidad fronteriza de Huesca destino obligado.
Para el pueblo de Canfranc la estación lo es todo y su historia es la que ha transformado el valle a lo largo de los años desde su inauguración 1928, que contó con el respaldo del rey Alfonso XIII. Por entonces, ya había esquiadores que acudían a Candanchú, la estación de esquí más cercana, la más histórica y de las más bonitas, ubicada a 10 minutos.
A ella, además de por carretera, todavía se llega por tren desde Zaragoza y después mediante el Canfranero, que recorre el otro lado de la montaña y forma parte de un proyecto para convertirlo en tren turístico operado por la compañía ALSA que pasaría por diferentes monumentos en Aragón.
Aunque desde su reapertura convertido en hotel la estación vuelve a estar en boca de todos, la estación ha tenido muchas vidas, algunas convulsas, otras protagonizadas por refugiados y espías, donde la Gestapo, la Policía española, y la Gendarmería conviven juntos durante dos años. Para conocerlas hay que retroceder hasta los años 40 y esa etapa de mayor esplendor cuando el tren era el medio de transporte más utilizado. También conviene hacerlo de la mano de Víctor López, quien fuera alcalde Canfranc y ahora dirige Sargantana, una empresa de turismo activo que organiza visitas guiadas por el hotel y entorno.
La estación se empezó a construir en 1908, una obra que se prolongó 20 años. Por entonces no existía el pueblecito en el que se enmarca, solo el Canfranc 'viejo' que se encuentra a unos cuatro kilómetros. 4 kilómetros es también la distancia que lo separa de Francia, por lo que históricamente se ha tratado de un paso importante paso fronterizo clave cuya gente que lo habitaba antiguamente tenía el deber de dejarlo limpio y cobrar los impuestos a los que lo cruzaban.
Se trata del valle más estrecho de la zona con un kilómetro de montañas que se extienden a cada sus lados, es el más estrecho pero también el más pequeño y aun así el más transitado, y eso se debe a los romanos que se dieron cuenta de sus oportunidades comerciales. Su transformación es una de las obras de ingeniería más importantes en la historia de España, no solo por la construcción de la estación, sino por la modificación de su entorno. Había que ensanchar el valle.
Para ello se plantan 7.800 millones árboles en ambas laderas para proteger de las avalanchas, una reforestación que se lleva a cabo 20 años antes de la inauguración.
El río Aragón que pasa por entremedias de ambas laderas al lado por la autovía también se tuvo que canalizar. Con ello, fue posible construir una explanada para albergar la playa de 33 vías, la mayor plataforma de vías ferroviarias de Europa, además de la propia estación, ahora hotel. Un edificio que alcanza los 241 metros de largo, casi tan largo como el Titanic. En la obra estuvieron implicadas más de 800 personas, lo que trajo mucho trabajo a la comarca.
Su puesta en marcha tampoco fue fácil, hubo que esperar décadas hasta que Alfonso XIII firmase el tratado que aprobaba su construcción en 1904. Tiempo que dio de sí de sobra para manifestaciones y revueltas, como la conducida por los remolacheros aragoneses en 1914 que urgían la construcción de la estación que facilitara las vías de comercio a los agricultores.
Desde su inauguración la estación permanece en uso hasta el 36, cuando se tapia el túnel durante cuatro años, hasta que la España franquista lo vuelve a abrir como punto estratégico para en comercio, convirtiéndose así en un punto de estraperlo. Al final de los 40, con el miedo a una posible invasión de España vuelven a cerrarlo y se bunkeriza de norte a sur este valle del Pirineo. Con la industrialización española, en los 50 se vuelve a abrir, hasta que en marzo de 1970 se cierra definitivamente.
Tras el abandono vino la reciente renovación bajo el sello Royal Hideaway del grupo Barceló. (Casi) todo ocurre en el edificio central: en la segunda planta se distribuyen 104 habitaciones que cuentan con ventanas desde las que observar las imponentes montañas que perimetran el hotel. En la planta baja, el lobby imita la oficina de turismo de la estación, su restaurante El Internacional ocupa el ala izquierda, al igual que su 'Art Déco Café, y el comedor donde se sirven sus desayunos. En el ala derecha se encuentra su zona wellness y su biblioteca convertida en coctelería.
Canfranc Estación, a Royal Hideaway hotel: tres cocinas, un entorno
Mientras que el del edificio central es el pulmón que da de comer a más gente, afuera se encuentran dos vagones de tren que ofrecen propuestas más gastronómicas que siguen la estela de la estrella Michelin. De hecho, uno de los vagones ya luce una estrella Michelin desde la pasada gala, “ha sido un antes y un después”. El éxito ha sido inmediato, tanto que abrieron en julio de 2023 y en noviembre recogieron su chaquetilla con esa flamante primera estrella.
Por el lugar donde se encuentra y el entorno que lo acoge, su cocina es franco aragonesa, defendida por un chef francés y un chef español, que junta lo mejor de ambas gastronomías. La parte nacional bien la defiende Eduardo Salanova, quien ha sido testigo de la historia de Canfranc habiendo nacido prácticamente frente a la estación.
En ella toman protagonismo un buen número de productos que sirven de representan el valle y más allá como los quesos de Oxortical, que se sirven en su restaurante más casual y dentro de su catálogo cuenta con 'Búnker', un queso azul que fue Medalla de Oro en 2022. También trabajan con Caviar Per Sé, compran trucha local y el pan, de cereales ecológicos y semillas ancestrales, lo traen de la panadería Sayón, desde Jaca.
Restaurante El Internacional ofrece una carta que apuesta por sabores locales, de ejecución y técnica sencilla que dan resultados a platos como el cordero. Lo preparan muy rico, con ajada de perejil y un toque de albahaca, muy típico en Aragón.
Pasajeros al tren, hora de comer
La alta cocina de Canfranc se subió al tren en julio de 2023. Inicialmente con un vagón durante su ubicaría Canfranc Express, al que le siguió uno otro meses más tarde que ampliaría su apartado gastronómico.
Inaugurado en abril de este 2024, 1928 pone en valor la cocina francesa con propuestas reinterpretadas por Salanova y el jefe de cocina Loic Thoraval y cuenta con la dirección de sala a cargo de Ana Acín. Trabajan con dos menús que recorren la línea que unía el territorio aragonés con Francia: 'Urdos-Canfranc' (85 €) y 'Le grand voyage' (125€). Algunos de sus platos son guiños a Lhardy y al Ritz, que estuvieron presentes en la inauguración de la estación en aquel 1928.
Canfranc Express, un viaje en el tiempo
Contiguo a 1928, se accede a Canfranc Express, aunque ese no es ni mucho menos el principio del viaje. Este comienza al otro lado de la estación, desde el acceso que utilizaban los españoles para pasar por debajo de las vías del tren. Para evocar ese trasiego de gente en aquellos tiempos de salvoconductos el artista aragonés Julio Luzan -quien también ha participado en la escenografía de la Sociedad de la nieve- creó decorados que simulan esos pasajeros de diferentes clases.
El paso por debajo de las vías que conecta con el hall del hotel viene acompañado del primer pase: migas del pastor en dos tiempos, que acompañan con un caldo clarificado de jamón con tomate y semillas y se cierra con un sorbito de tepache (fermentado mexicano) al final del túnel.
Se cruza el hall hasta llegar al vagón restaurante, con capacidad para 12 personas máximo, donde reciben más aperitivos - el icónico gratin dauphinois, tartaleta de pato y una sopa de cebolla con toque aragonés-. Antes de tomar asiento se prueba el último aperitivo 'en marcha', un torrezno de Latón de la Fueva, una raza autóctona de la zona, con caviar de esturión nacarina sobre un brioche de mantequilla francesa que elabora su panadero en Jaca.
En la mesa una sucesión de platos que se pueden seguir a través del pasaporte que entregan al comienzo del menú se abren paso entre otros tantos detalles que transportan al pasado. De él, Salanova, quiere rescatar esas recetas que han dado identidad a su tierra a partir de técnicas aragonesas que lleva a la vanguardia.
Lo hace con grandes platos como la flor de remolacha con pintada escabechada, un homenaje que se remonta al 6 de marzo de 1914 con la manifestación de los remolacheros azucareros que pedían la apertura del canfranero para poder vender su azúcar de remolacha en Francia. O la borraja marina que no sería nadie sin sus acompañantes como el percebe, ese brote de borraja ligero con sabor a ostra, brote melisa, rábano picante y jugo caldo de almeja y berberecho. La mejor manera de traer la costa hasta Aragón.
Los vinos corren por cuenta de Acín, al frente de la sala, que también pivota entre Francia y Aragón para traer a la copa rarezas y singuridades que visten muy bien los platos. Como el Zinca, cuya botella es de cerámica, y sirve para acompañar el cordero, el agne ibérico que Dabiz Muñoz bautizó como el kobe de los Pirineos.
Sus postres merecen una mención aparte, en especial por ese pastel ruso que elaboran con boliches, una judía del Alto Aragón en vías de extinción y que evoca al recuerdo y como el resto del menú no causa otra cosa que emoción.