Los japoneses nacen sintoístas, se casan cristianos y mueren budistas. Esta afirmación, usada frecuentemente para explicar la fe religiosa de los nipones, ilustra a la perfección la versatilidad y plasticidad de sus creencias. Como señaló la guía turística del viaje que realizamos a Japón para conocer el origen del surimi, un japonés hará una reverencia tanto en un templo budista como en una mezquita, sin distinción.
"Es una cuestión de agradecimiento", explicaba Akiko Shimada. "Alguien dedicó mucho tiempo a construir esos edificios [los templos, las mezquitas o las iglesias] y hay que dar las gracias por tanto trabajo". Esa gratitud nipona se traslada también a los pequeños objetos del día a día, como la ropa ("Véase la filosofía de Marie Kondo", apunta Shimada) e incluso los alimentos, como demuestran los monumentos al sushi o al huevo del santuario de Tsukiji en Tokio.
Así pues, el japonés nace sintoísta por tradición, celebra una boda cristiana por la belleza y pomposidad de la ceremonia y el vestido blanco y muere budista por la esperanza de la reencarnación. Por extraño que pueda parecer, son capaces de crear su propia 'religión a la carta' sin sentirse incongruentes o incoherentes por ello.
Otra de las cosas que a los occidentales pueden chocarles de los japoneses es la forma que tienen de honrar a sus difuntos. Entre julio y agosto, dependiendo de la región, en Japón tiene lugar el 'Obon' (お盆), lo que vendría a ser el Día de Todos los Santos en España o el mexicano Día de Muertos.
Esta festividad de origen budista comenzó a celebrarse a principios del siglo VII a.C. y es una de las fechas más importantes del calendario nipón. Al igual que ocurre en México, el Obon no es una celebración tétrica ni triste, sino que es motivo de alegría, ya que se cree que en ese momento los muertos pueden volver del otro mundo para reencontrarse con sus seres queridos.
Por esta razón, es costumbre que los japoneses coloquen altares (o shoryo-dana) en sus casas en los que realizan ofrendas a sus fallecidos. Esas ofrendas consisten en pequeñas porciones de los platos de comida favoritos de los difuntos, como pueden ser pasteles, frutas, verduras o arroz, aunque nunca pescado ni carne, para así ser fieles al principio budista de no sacrificar animales. Asimismo, es muy típico añadir un platillo de rakugan, un tipo de dulces de azúcar y almidón de arroz con forma de frutas y flores de loto.
Todos estos alimentos siempre se acompañan de unas figuras muy particulares: los shoryo-uma o 'caballos de los espíritus', que consisten en una berenjena y un pepino a los que se le incrustan unos palitos que simulan unas patas. De este modo, el pepino, con su forma alargada y elegante, intenta emular al caballo que trae de vuelta a la vida a los antepasados fallecidos. Por su parte, la berenjena, más redondeada y robusta, representa a la vaca o al buey que, lentamente, lleva de regreso a los difuntos.
Pero, ¿por qué un caballo y una vaca? La tradición dice que los muertos llegan en caballo porque tienen prisa por ver cuanto antes a sus familiares y que vuelven despacio a lomos de la vaca porque no quieren irse. También es habitual poner incienso al lado de estas dos figurillas, pues se piensa que el incienso marca el camino del mundo de los vivos al de los espíritus, para que no se pierdan durante el trayecto.
Con el paso del tiempo, las nuevas generaciones de japoneses y japonesas han ido transformando la forma de representar a los 'caballos espirituales', complicándolos mucho más y dando rienda suelta a la creatividad. De hecho, en las redes sociales podemos encontrar diseños artísticos de los shoryo-uma, e incluso tiendas de decoración donde venden estatuillas de cerámica, de vidrio, de lana o de cualquier tipo de material basadas en ellos. Así, las costumbres gastro-religiosas más milenarias también se adaptan a los nuevos tiempos y son motivo de inspiración y admiración artística, igual que los japoneses adaptan sus creencias para ser capaces de abrazar la riqueza de otras culturas.