"Es como vivir el mismo día todos los días", me escribe una amiga de Castellar, uno de los pueblos de Valencia arrasados por la DANA que ya se ha cobrado la vida de más de 200 personas. "Necesito ver a alguien, pero mis colegas cercanos están mal y dudo que nos reunamos. El bar de siempre está fatal, todo tardará mucho en volver a ser lo que era", lamenta Sara en un grupo de WhatsApp que se ha convertido en un hervidero de impotencia y rabia por la peor catástrofe natural que ha golpeado a la provincia.
Mires donde mires, el paisaje es terriblemente desolador: calles anegadas de enseres personales ahogados en fango, amasijos de coches apilados en rincones inverosímiles, rostros devastados por el cansancio y la desgracia y miles de hogares y negocios prácticamente destruidos. Entre ellos, alrededor de 1.200 bares, restaurantes y alojamientos afectados, según datos de la Federación de Hostelería de Valencia.
En redes sociales vemos publicaciones de establecimientos como el Bar Manolo en Massanassa, que ha lanzado un crowdfunding para tratar de recomponerse del desastre: "No nos queda nada de dentro del local, solamente los cimientos; perdimos siete neveras, lavavajillas, cafetera, mesas, sillas, incluso cristales. El agua llegó a más de 150 cm." Los abuelos de Paula, la mujer que ha iniciado esta recaudación solidaria, fundaron el negocio hace más de 50 años: "Vivíamos de esto, es lo que daba de comer a mi familia, y ahora no queda nada".
Algo parecido le ha ocurrido al Bar Coto, uno de los más veteranos del municipio de Benetússer. Desde hace días, la cristalera del local (totalmente rota por la fuerza del agua) permanece cubierta por unas tablas de madera que intentan proteger lo poco que queda en el interior. Justo al lado, también en la Plaza de Lepanto, se encuentra el Bar Chaos, otro de los míticos del pueblo, que ha corrido todavía peor suerte que los demás negocios.
A las pérdidas materiales se suma la infinita tragedia por la muerte de la hija de los propietarios: "Tenía sólo 11 años; intentaron subirla al primer piso con una escalera, pero se rompió y se la llevó la corriente", cuentan Hugo, Manuel y Toni, tres amigos del barrio de toda la vida que solían acudir a este bar desde jóvenes. En el alféizar de la ventana, vecinos y clientes habituales han improvisado un doloroso altar con velas para despedir a la pequeña. "Te llevamos en nuestros corazones", reza una nota pegada en la persiana.
Sí, será difícil que todo vuelva a ser igual que antes, como decía Sara, y en muchos casos no sólo será difícil, sino completamente imposible. Por suerte, entre tanta adversidad también brota algo de esperanza: al norte de la Plaza de Lepanto, a pocos minutos andando de la zona cero del pueblo, dos bares han logrado renacer tras la hecatombe.
Mientras la mayoría de los bajos de Benetússer sucumbían a la DANA, la calle Maestro Atanasio García consiguió resistir sin apenas daños importantes. Así lo cuenta Laura, dueña del Bar Laura, ubicado en esta vía y el único de los dos bares que a día de hoy funcionan con más o menos normalidad en el municipio: "Cuando llegué aquí todo estaba en su sitio, no se movieron ni los coches, tampoco las mesas y sillas de la terraza. Dentro había 'sólo' cuatro dedos de barro, estuvimos tres días limpiando y el viernes por la tarde ya estaba lista para reabrir".
Si finalmente decidió poner en funcionamiento su local fue por la insistencia de su cocinera, Vicenteta: "Para mí era extraño volver como si no hubiera pasado nada, pero también es verdad que era la única que podía dar servicio a la gente en ese momento, lo cual era de gran ayuda; que pudieran tomarse un café calentito, unas tostadas... aún hay muchas personas que no tienen gas en sus casas". Ella y su equipo tampoco tienen, pero se las apañan con una bombona de butano y un hornillo de camping.
El bar se ha convertido en un pequeño "oasis" dentro del caos, como aseguran algunos de sus parroquianos. Las mesas y las vitrinas están abarrotadas, el ambiente es cálido y bullicioso. Si no miras al exterior, cualquiera diría que la vida se mantiene casi como siempre. "No enciendo las televisiones porque quiero que la gente desconecte. Lo bonito de todo lo malo es que entran aquí y los ves almorzando y están como en familia; necesitan olvidarse de todo, necesitan tomarse su bocadillo y su cervecita".
"Es como volver un poco a la normalidad", coincide Hugo, un vecino fontanero que ha perdido todo su negocio. "El emorzaret te da la vida, sales de aquí con más ganas, más fuerte, aunque haya barro y lodo por todas partes, al menos ves a la gente y te cuenta sus cosas". Hugo señala uno de sus múltiples tatuajes, un proverbio en latín: "Ad astra per aspera significa 'Hacia las estrellas a través del sufrimiento o las dificultades'", sonríe tratando de ser resiliente pese a todo.
Las deliciosas recetas de Vicenteta también infunden optimismo a los clientes. "Las 'manitas de Ministro', como llamamos aquí graciosamente a las manitas de cerdo, es lo más famoso de esta casa. Cada dos días hago 10 kilos y se venden. Necesitan cinco horas de elaboración, pero haré feliz a mucha gente", afirma la cocinera mientras maniobra como puede las ollas en los dos únicos fuegos que funcionan actualmente.
A tres kilómetros de Benetússer, en la pedanía de Horno de Alcedo, también parece respirarse algo parecido a la felicidad. El bar de la Sociedad Recreativa de este distrito volvió a la carga el viernes, tres días después de la DANA. "Hemos perdido todo el género y no funciona ninguna de las neveras, pero debía abrir porque se necesita un lugar donde tomar un café y desconectar", cuenta Jorge (a quien todos conocen como 'Papi'), que regenta el espacio junto a su mujer.
Ambos llevan desde la semana pasada preparando cada día cerca de 400 bocadillos que regalan a los voluntarios y a todo aquel que lo necesite, así como cafés, que cobran a la voluntad. "También caliento cualquier lata que me traigan, aunque muchos productos tengo que ir a buscarlos a Valencia porque aquí no hay ahora ningún supermercado y la nave de nuestro proveedor, JASA Alimentación, está totalmente inundada".
No sabe cuándo volverán a funcionar como antes, aunque tampoco se para a pensarlo. "Para eso tendría que cerrar algún día, para limpiar bien y organizar cosas, pero no puedo. Esto es lo único que la gente tiene ahora, tengo que seguir la marcha esté como esté, para que vengan, coman, hablen con el vecino, se desahoguen... porque están reprimidos y angustiados por lo que ha pasado, pero lo más importante es que estamos vivos".
Tanto Jorge como Laura saben de sobra que un bar es mucho más que un sitio donde tomarse una caña o una tapa, que un bar es un espacio importantísimo de esparcimiento y fraternidad, una suerte de asamblea ciudadana en la que se intercambian ideas y se fraguan debates acalorados que quizá no surgirían en otros ambientes.
Así lo cree también el chef y antropólogo Sergio Gil, impulsor de la Gastropología, una disciplina inspirada en la antropología que analiza las relaciones socioculturales y económicas que se dan en el universo bar-restaurante: "Los bares tienen la capacidad de recrear un sentimiento de pertenencia y arraigo (...) Son el saco amniótico de la vida social adulta, el otro lado del espejo en la rutina (...) Rebasan su función aparente de ser un lugar donde poder consumir alimentos en sociedad. Los alimentos y bebidas, consumidos en el marco de los bares, son buenos para comer, pero también para pensar: dan sentido al mundo".
Un mundo que en estos momentos se desmorona para muchos ciudadanos de Valencia, pero que, por suerte, encuentra pequeños reductos de hermandad y distensión en los bares. Bares que también están funcionando en algunos sitios como puntos de recogida y reparto de donativos, a falta de recursos para poder retomar su actividad habitual.
"Los valencianos hacemos las fallas, las quemamos y al año siguiente las volvemos a montar otra vez. Pues esto es lo mismo", afirma, contundente, Pilar, dueña de Bar Parque, también situado en Horno de Alcedo. Ha perdido toda su comida y desconoce cuándo podrá volver a reabrir como antes, pero una cosa tiene clara: que su pueblo resurgirá como el ave fénix, como un terco ninot entre las llamas. Y cuando eso ocurra, ahí estarán los bares para celebrarlo.