El pueblo con un castillo en lo alto que apostó por los asados
Cuando uno se acerca a la localidad, su castillo imponente sobre una colina es lo primero que llama la atención. Lo llaman el "barco de Castilla" por su peculiar forma. Y es que allí, en lo alto, se conserva —tras una profunda restauración— este castillo que fue fortaleza medieval. Ahora, en su interior, alberga el Museo Provincial del Vino.
Y es que este último es otro de los grandes alicientes de visitar Peñafiel, un lugar con vínculo inseparable entre el vino y la tierra. Los alrededores se presentan como un mar de viñas donde descansan los tesoros de algunas de las bodegas más famosas del país, como Protos o Pago de Carraovejas.
El paseo por Peñafiel continúa en la pintoresca Plaza del Coso, un enorme espacio rectangular, rodeado de casas de madera con balcones y una estructura medieval que, hoy en día, sigue utilizándose en festividades como la Bajada del Ángel el Domingo de Resurrección y eventos taurinos.
Pero si Peñafiel es famosa por su castillo, la plaza o sus vinos, más lo es por sus asados. El entorno natural donde se encuentra ha favorecido que, desde la Edad Media, la ganadería se convirtiera en una de las principales fuentes de sustento económico para sus habitantes. En especial, la cría de ovejas y lechazo, que es mucho más tierno y sabroso que el cordero mayor porque solo se ha alimentado de leche materna y es el plato estrella en Peñafiel y en sus asadores.
Ese aroma tan característico "a pueblo", y más en estas fechas en las que muchos encienden la chimenea, se mezcla con la de los asadores, donde decenas de piezas de lechazo churro esperan a ser preparadas en hornos de barro.
Los templos del lechazo: asadores históricos dedicados a un solo plato
El lechazo asado, preparado exclusivamente con corderos de menos de 35 días alimentados con leche materna, es el protagonista absoluto de las mesas de Peñafiel y el motivo por el que muchos viajan hasta este pequeño pueblo de la Ribera del Duero.
La técnica es sencilla, pero asegura un resultado mágico: horno de barro, leña de encina y, sobre todo, mucha paciencia. ¿El resultado? Una carne tierna, jugosa y con una piel crujiente que es el plato principal de la mayoría de sus asadores. Y, por supuesto, que sabe mejor acompañado de una copa del vino de esta tierra, Ribera del Duero.
Quedarse con uno solo sería complicado, porque no son pocos los que preparan, de manera sobresaliente, sus asados. El más longevo y el que sentó las bases para convertir Peñafiel en lugar de asados fue Asados Mauro.
Corría el año 1927 cuando don Mauro Margüello abrió su restaurante para ofrecer a los visitantes el tradicional lechazo cocinado en horno de leña, un plato que rápidamente se convirtió en el favorito de los locales y turistas por igual. Hoy, en manos de sus hijos, sigue siendo un imprescindible porque ha mantenido su esencia y sus métodos de preparación, usando corderos de la comarca, criados con los mejores pastos de la Ribera del Duero.
El menú es sencillo, pero también es uno de los que más opciones ofrece, pudiendo arrancar con entrantes como queso curado de oveja Flor de Esgueva, morcilla de Burgos frita, mollejas de lechazo o flores de alcachofa confitada con jamón.
La propuesta sigue con las carnes principales, donde el protagonista es el lechazo, que se sirve en raciones para 2-3 personas. Tampoco faltan las chuletitas del propio lechazo a la plancha y opciones como solomillo o entrecot de ternera blanca. Los postres, todos caseros, van desde flan a tarta de ponche segoviano, pasando por torrija de brioche con helado o arroz con leche.
Mesón El Corralillo es otro de los clásicos de Peñafiel, conocido por su acogedora sala y su extensa trayectoria en el servicio de lechazo asado. Abrió en 1968 y lo más curioso, lo que lo diferencia del resto, es que se enclava bajo tierra, en una cueva que antaño era utilizada como lugar de guarda y posterior despacho de vinos, de las muchas que hay subterráneas en la parte alta del municipio.
Entrar aquí es para olvidarse un ratito del mundo —no hay ni cobertura móvil— y dedicarse al placer de la buena mesa. Sus asados se preparan en un horno de leña, mientras que las carnes pasan por una parrilla al sarmiento de vid. La carta es tradicional y reducida, pero no le hace falta nada más.
Entre los entrantes, se puede pedir morcilla de Burgos, queso curado de oveja, cecina o chorizo al horno. Los principales son santo y seña de la casa: cuarto de lechazo al horno (se puede pedir delantero o trasero), chuletas de lechal, entrecot o merluza en salsa de tomate y piquillo. ¿Para acompañar al lechazo? Como manda la tradición, con ensalada de la huerta compuesta de tomate, lechuga y cebolla.
Aunque los anteriores son los más destacados, no son los únicos. ¿Siguiente parada? El Lagar de San Vicente. Como su propio nombre indica, se sitúa en un antiguo lagar en las faldas del castillo, que todavía conserva la presa que utilizaba antaño.
Los hermanos Miguel y Jesús Benito, con gran tradición hostelera, arrancaron con este proyecto en 1999. Dedicados en cuerpo y alma al asado, preparan uno de los mejores lechazos de Peñafiel, además de revueltos, sopa castellana tradicional e incluso platos marineros, como las gambas al ajillo, langostinos a la plancha o bacalao con tomate.
Tampoco conviene perder de vista la labor de un antiguo molino harinero del XVI sobre el Duratón, donde se asienta el restaurante Molino de Palacios. Aunque el lechazo churro es su especialidad, dominan otros muchos platos como los arroces —el de conejo es uno de los más demandados—, los guisos como el rabo de toro al vino de Ribera del Duero o la lengua de ternera estofada. Además, preparan carne de caza, trabajan con producto de temporada como las setas y utilizan otras partes del lechazo para elaborar platos como los riñones o mollejas.