¿Qué hace de Vitoria una ciudad tan especial para los amantes de la buena mesa? Más allá de su historia, sus calles empedradas y haber sido retratada en una de las trilogías más vendidas de los últimos tiempos, El Silencio de la Ciudad Blanca, de Eva García Sáenz de Urturi, la capital alavesa tiene más cosas para conquistar a cualquiera: sus pintxos.
Como en todo el País Vasco, la cultura del pintxo es de lo más querido de la ciudad. No en vano, aquí mismo es donde nació esa tradición tan extendida, el pintxopote. Era 2004 y uno de los hosteleros vitorianos vio esta tendencia en Chiclana. Así que decidió traerla hasta Vitoria. Fue entonces cuando los bares de la calle Gorbea animaron los jueves con pintxos y bebida a buen precio. Lo que empezó como una estrategia local, se convirtió en toda una tradición.
Y es aquí donde se encuentra uno de esos bares que recomendar sin temor a equivocarse. A apenas unos minutos andando del centro y de la icónica plaza de Santa María la Blanca, existe un lugar que lleva más de tres décadas deleitando a locales y visitantes con su propuesta única de pintxos. Fundado en 1990 por Luis Mari Puelles y su esposa Adita, este rincón se ha convertido en un emblema de esta tradición vasca, con una historia que ahora perpetúa su hijo Íñigo. Y lo sigue haciendo con esos pintxos que ya son míticos y reciben nombres tan sugerentes como antxopi, serranito o el especial.
Un sueño con sabor a pintxo
Aunque el Rincón de Luis Mari abrió en el año 90, la historia de cómo llegó a convertirse en lo que sigue siendo hoy, un referente, viene de muchos años atrás. Y comienza con Luis Mari Puelles, que empezó a curtirse en la hostelería a la tierna edad de 14 años, cuando entró a trabajar en el Círculo Vitoriano. El destino le dio el empujón y, al ganar un pellizco en la lotería, pudo abrir su primer bar, el Trafalgar, junto a su incansable compañera, su mujer Adita.
Más tarde se puso al frente del bar de la estación de autobuses, donde ya empezaron a hacerse famosos algunos de sus pintxos, su amor por el jamón ibérico de bellota y por el producto del mar. Pasaron los años y lo que de verdad quería este matrimonio era tener un espacio donde la calidad y la atención familiar fueran protagonistas, sin florituras y sin más fin que hacer disfrutar a su clientela. Y sobre todo, sin el trajín de dar de comer a cientos de viajeros cada día. Fue así como, alguna década más tarde, en el número 14 de la calle Rioja, abría su rincón, un lugar dedicado en cuerpo y alma a los pintxos.
Con el tiempo, el lugar se ganó un hueco en el corazón de Vitoria y de sus feligreses. Y su fama no solo se debe a la calidad de los productos, sino también al compromiso con mantener viva la esencia de los pintxos tradicionales. Hoy en manos de Íñigo, hijo de ambos, el legado de Luis Mari sigue vivo, acumulando llenos diarios.
Amores de barra
Si eres de barra, el lugar te va a encantar. Desde el momento en que entras, te recibe un ambiente de lo más acogedor, con una barra, una terraza exterior y un salón con mesas bajas que funciona más como restaurante. Sin embargo, la barra es el corazón del local y, si consigues hacerte sitio, disfrutarás de un espacio lleno de vitrinas donde se expone el género y algunos de sus pintxos más famosos. Y, por supuesto, de un servicio con camareros que cogen comandas al vuelo, rápidos pero no agitados, que no solo sirven con diligencia, sino que comparten anécdotas y todo tipo de recomendaciones.
Porque alguien que visite el lugar por primera vez querrá saber qué es lo más rico y a qué se refieren con nombres como antxopi o serranito, dos de los pintxos más célebres del local. Y es que de su carta apetece todo. Estructurada en pintxos, flautas, raciones y sabores del mar, es un festín para el paladar y, además, a precios imbatibles, ya que los pintxos oscilan entre 1,50 y 2,50 euros.
Además, ofrecen un menú picoteo por 64 euros para dos personas, que reúne muchos de sus clásicos: desde pintxos hasta raciones, acompañado de agua, pan, vino y café para completar el festín.
Pintxos, flautas y demás delicias con 35 años de historia
¿Qué es entonces un antxopi? Un pintxo que se asienta sobre pan crujiente y que lleva pimientos de piquillo asados al punto perfecto, anchoas en aceite que traen el sabor del Cantábrico y una especie de salsa Mary que redondea todo. Es el más famoso, pero comparte podio con otros tantos, como el serranito, un bocado que planchan allí mismo y al momento, detrás de esa icónica barra, que lleva virutas de jamón ibérico de bellota; el Increíble, que reinventa el montadito de lomo; y el Romerito, otro planchado con nada más que tocino ibérico.
La fama no solo es de los pintxos, sino también de las flautas: de jamón ibérico de bellota, de salmón, de bacalao, bonito… Todas imprescindibles. Para calentar el cuerpo en estos días de frío, nada mejor que una taza del caldo de Adita, al que se le puede añadir un chorrito de Jerez que lo termina de hacer insuperable.
¿Croquetas? También las hay. Aquí en forma de banderillas calientes, las mismas que se hicieron famosas en el bar de la estación de autobuses y que Luis Mari recuperó para su bar. Siguen en el imaginario de los vitorianos, y se pueden pedir por unidades o en banderilla. Sorprenden por su bechamel cremosa y el jamón de primera, marca de la casa.
Aunque el emblema sean los pintxos y las flautas, en el Rincón de Luis Mari también hacen gala del producto. Traen, de lonjas cercanas, buey de mar, nécoras, percebes o caracolillos, además de gamba blanca de Huelva. Por no hablar de las raciones: de tortilla de patata a puntillitas, pasando por pimientos riojanos asados a la leña o espárragos de Navarra. ¿La estrella? El plato de bonito del Norte, que se sirve desmigado y acompañado de dos salsas para hacer nuestros propios canapés.
A todo ello se suma una oferta de postres caseros, como la crema catalana, tarta de chocolate o tiramisú, además de un clásico originario de Vitoria: la goxua, elaborada con bizcocho, nata, crema pastelera y caramelo. ¡Larga vida a los clásicos de siempre!