Suena ‘Bienvenidos’ (y viene al pelo), y ahora Alaska y Rosendo y Nacha Pop, y me encuentro rodeada de colores vibrantes y objetos kitsch. No estoy en los 80, tampoco en una película de Almodóvar, pero casi. Estoy en Los Chicos, las Chicas y los Maniquís y aquí la Movida se come con creatividad y vanguardia (y por los ojos).
Cruzar sus puertas es “enamorarte de la carta que hay aquí, de los platos, de los postres…”, así versionan los carteles luminosos de la entrada al Hotel Axel de Madrid, donde se ubica este restaurante, la famosa canción de Radio Futura que le da nombre.
Para empezar, junto a la barra, empiezo por enamorarme de una decoración colorista que rompe con la tendencia rústica e industrial de las últimas aperturas. Todo vibra, también los altavoces, en los que suena continuamente música de los 80. Así lo ha querido el Grup Iglesias; la entrada del grupo barcelonés a Madrid tenía que ser por la puerta grande y decidieron que rendir tributo a una de las décadas culturalmente más fructíferas y divertidas de la historia de la capital era un homenaje bonito. Y así es, bonito y bien rico, porque no solo de estética viven ‘Las chicas, los chicos y los maniquís’ (aunque te entra por los ojos y te atrapa), lo que se sirve en el plato está a la altura.
El sabor de los 80
Ponen en mis manos una carta con forma de caja de vinilo y siento la necesidad de llevarla de recuerdo (tranquilos, no lo hice). Parece un objeto sacado de ‘La ley del deseo’. Los platos siguen el recetario de los bares de aquel momento, pero con la creatividad y la vanguardia muy presentes, y se anuncian con grupos y grandes nombres de la década que han inspirado la creación.
Empiezo con alguna tapa y no se me ocurre algo más de aquella época que las famosas “bravioli”. Que no te suene cutre, aquí las llaman Patatas Massiel y son unas patatas bien fritas, crujientes que casi llegan a ser soufflé, cubiertas de una brava casera que no pica y de una espuma de alioli muy ligera. Continúo con algo más novedoso y fresco, las Yemas de espárrago trufado con piñones, unas yemas bien hermosas con un sutil sabor a trufa que no enmascara al espárrago, que descansan sobre una crema de piñones.
La carta me sugiere que siga la “Ley del mar” (así llaman a la parte de pescados), yo obedezco y opto por el Rodaballo frito en adobo con mayonesa de lima. Las frituras siempre son delicadas, quiero ver cómo se las apañan y afirmo categóricamente que salen airosos, con nota más bien. De este rodaballo uno se come hasta las espinas (que para eso las han frito así de bien).
Y no puedo obviar el bocata de calamares, no sé el resto de madrileños, pero yo estoy ya curtida de comerlos y, sin embargo, éste ha sido una sorpresa. Unos calamares bien fritos y crujientes que contrastan en textura con el pan que los acoge – tipo brioche con ese punto dulce y hecho con tinta de calamar – y con el sabor de los encurtidos de zanahoria y pepinillo que hacen esos mismos y de la mayonesa de kimchi. Sorpresa – por dármelas de lista – en lo sabroso y en el equilibro de sabores, que ya veis que es la tónica general de los platos.
Tengo que confesar que en el apartado de carnes mi elección estuvo guiada por la moda, no la juvenil, si no la que ya se ha implantado en las redes sociales de todo el que ha ido. Y es que desde su apertura la foto de un steak tartar sostenido por piernas de mujer aparecía en todo álbum de quien visitase Los Maniquís, así que lo pedí. Tradicional, cremoso con esa yema de huevo, fresco con las flores que lo condimentan, con el punto del parmesano y cortado a mano, que siempre se agradece. Me gusta la vanguardia pero considero que hay cosas que no se deben tocar mucho y el steak es una de ellas, si la carne es buena, condiméntala en su justa medida y sírvela, y eso hacen.
De postre, platos de la infancia de muchos como las Ciruelas Vainica Doble al armañac con helado de vainilla y chantilly o la Espuma de crema catalana. Pero yo opté por algo más fresco para coronar semejante comilona, la Piña impregnada en coco-ron con lima, fresca, servida sobre hielo pilé y con el puntazo del ron.
Las chicas, los chicos y los maniquís de tapeo
El vermut con el aperitivo en mi círculo es sagrado, y Los Maniquís me siguen el rollo. La carta te da la bienvenida con un apartado dedicado a tapas para acompañar al vermut. Aquí tienen conservas seleccionadas, gildas de toda la vida, jamón ibérico, Papas Luci Boom, unas chips con vinagre y pimentón… Y entre tanta tradición, la vanguardia de unas Aceitunas gordal esféricas, unas esferas que estallan en la boca con el sabor más auténtico de esta aceituna de aperitivo.
Pídelas con vermut o con cualquiera de sus “bálsamos divinos”, una lista de vinos escrita sobre el vinilo que guarda la carta que guarda desde un clásico Viña Pomal y un Legaris Verdejo a un La Bruja Averia, un vino de Madrid muy rico, por cierto. Y si eres más de noche y te gusta oír esa coctelera agitando llena de soda y vermut, en la planta menos uno encontrarás Bala Perdida, una cueva para perderse entre la coctelería y la jarana.
Pero qué kitsch
El color de esa primera estancia, la de la barra, que por cierto se divide en dos espacios a ambos lados de la entrada al hotel, te atrapa, no quieres salir de esta maravilla firmada por el estudio barcelonés de interiorismo El Equipo Creativo. Carteles luminosos anuncian una Confitería Eusebio y una Corsetería Antonio que iluminan una estancia azul con rombos amarillos como las mesas, un suelo de ajedrez y una barra de azulejos rojos donde el desfile de platos hipnotiza no solo por lo que se come, sino por la vajilla. Ay, la vajilla, colas de gambas que se transforman en aguacates para contener sus Nachos Pop, hombres de oro tumbados que sujetan bandejas de cristal, piernas de mujer que sostienen el setas tartar, peces azules de ojos enormes con ceviche de corvina en su interior, langostas, espárragos triguero gigantes… El exceso por el exceso para contener platos delicados.
Superado el shock de esta estancia, avanzo y me encuentro con ‘Las chicas’, una habitación rosa de cabo a rabo con paredes acolchadas (también rosas). A continuación, el rosa deja paso azul en el ‘Los chicos’, que pasan a rojo en ‘Los Maniquís’, más privada, con una sola mesa perfecta para cenas de grupo. Y ahora dime si no te sientes Pepa, Marisa, Candela o Carlos al borde de un ataque de nervios.
Qué, dónde, cuándo y cuánto
Datos básicos para comer en los 80 con Las chicas, los chicos y los maniquís:
- Las chicas, los chicos y los maniquís es un restaurante de tapeo y raciones inspirados en los 80, con recetas clásicas reinventadas y toques de vanguardia en un espacio que nos traslada a la Movida.
- Las chicas, los chicos y los maniquís está en la calle Atocha, 49, Madrid
- La barra abre de lunes a viernes de 07:00 a 23:00 y los sábados y domingos de 08:00 a 23:00. El restaurante da comidas de 13:00 a 16:00 y cenas de domingo a jueves de 20:00 a 23:00, viernes y sábado de 20:00 a 00:00.
- Puedes reservar en el 910 88 33 83.
- El precio medio por persona de 30€.
Las chicas, los chicos y los maniquís es un restaurante que recupera los años dorados de la Movida madrileña en un espacio colorista y kitsch y en platos que recuperan recetas tradiciones renovadas y platos de vanguardia. Todo está dispuesto para compartir y su barra es una oda al aperitivo y al vermut. Talento en cocinas y diversión en cuatro espacios que parecen sacados de una película de Almodóvar. En su hilo musical, lo mejor de nuestros 80.