Algunas veces, hace falta poco para triunfar en la gastronomía: un espacio agradable, un servicio profesional y buena mano en la cocina. Parece sencillo, pero conseguirlo es ardua tarea, porque es algo que tienen aquellos locales que logran perdurar en el tiempo.
Como lo es el Bar Ricardo, ese icónico establecimiento que ha conquistado el corazón de Valencia, sus gentes y todos los que lo visitan. Comenzó su andadura hace más de siete décadas, cuando sus fundadores decidieron abrir un local en el que se vendían vinos y licores. Lo llamaron así, Bar Ricardo, sin imaginar que, 77 años después, su barra se convertiría en un símbolo de la ciudad, tan importante como lo son las propias Torres de Quart o las de Serrano.
El Ricardo, como muchos lo conocen con cariño, es mucho más que un simple bar de barrio; es un verdadero templo de la gastronomía valenciana, donde la materia prima de calidad, el producto y las elaboraciones sencillas son los verdaderos protagonistas. Y por si fuera poco, preparan unas de las mejores patatas bravas de la ciudad del Turia.
De bar humilde a templo gastronómico con tres generaciones diferentes al mando
Desde sus humildes comienzos, Bar Ricardo ha permanecido en manos de la misma familia, lo que ha permitido preservar su esencia y tradición a lo largo de los años. Su historia arranca en 1947, en un contexto en el que España luchaba por recuperar la normalidad tras años difíciles. Los bares se convirtieron en refugios cotidianos donde la gente buscaba no solo comer, sino también reconectar con la comunidad en una época de reconstrucción.
Ricardo Mirasoles, como tantos otros emprendedores de la época, vio en la hostelería y en un local de Extramurs, una oportunidad para ofrecer sencillez en la cocina, con bar de vinos y licores, en el que complementaban la oferta con guisos caseros y recetas que, a pesar de la escasez de ingredientes, llenaban el alma de sus clientes. "La yaya hacía almuerzos en una parrilla de carbón y Ricardo, el pionero, vendía vino a granel. Era 1947", explican.
Hoy, Richard, nieto de los fundadores, y Susana Salvador, su mujer, son los encargados de mantener viva la llama de este icónico bar, atendiendo a su fiel clientela con una mezcla de cercanía y alegría, en la que el profesionalismo no se pierde en ningún momento. Es de esos lugares en los que el camarero se acuerda de ti y sabe incluso tu nombre si eres asiduo.
Este legado familiar ha permitido que se mantenga como un referente tanto para los vecinos de toda la vida como para los nuevos comensales, que cada día se sienten atraídos por su reputación y su cocina. Richard y Susana, que este año han festejado nada menos que los 77 años del bar-restaurante, han sabido encontrar el equilibrio perfecto entre el respeto por las tradiciones y la capacidad de adaptarse a los tiempos modernos, pero eso sí, sin ceder a modas pasajeras. El resultado es un espacio que no solo es un lugar de encuentro para los habituales del barrio, sino también un lugar que atrae a clientes de toda Valencia y más allá.
Un menú para recordar: producto y las mejores bravas de la ciudad
Al llegar a este espacio, sabemos que estamos en un lugar que debería aparecer en un diccionario al buscarse cómo ha de ser el bar perfecto. Una de las características más celebradas del Ricardo es su amplia y variada carta, a veces incluso inabarcable. Desde las primeras tapas hasta los platos más elaborados, el menú es un recorrido por la gastronomía tradicional valenciana, por el mejor producto de la lonja y por la temporada.
Y hay un plato, el más famoso y que ha ganado el respeto de todos por igual: sus patatas bravas. Estas no son unas bravas cualquiera; son el resultado de años de perfeccionamiento y son el motivo por el que muchos hacen cola para conseguir una mesa si no se ha reservado previamente. Calculan que, cada semana, fríen al menos unos 240 kilos de patatas y, a diferencia de otras versiones, el corte de las patatas es grueso y la textura es crujiente por fuera, mientras que el interior se mantiene suave y esponjoso.
El toque maestro lo aporta la salsa con un toque de pimentón picante y buen pegote de alioli, que convierte este sencillo plato en una auténtica maravilla que muchos otros incluso homenajean en sus cartas. Acompañadas de una cerveza bien fría, son el comienzo perfecto para cualquier comida aquí.
Pero como muchos dicen, las bravas son solo la punta del iceberg. Su carta es un desfile de delicias tradicionales que satisfacen a todo tipo de paladares, como lo hace su sepia con mayonesa, la ensaladilla rusa, cremosa y acompañada de saladitos, las huevas de sepia o los sepionets de playa a la plancha, frescos y cocinados a la perfección.
Tapeo valenciano de calidad de toda al vida y una bodega a la altura
Sus más de 50 tapas y platos siguen evocando los sabores de antaño, aquellos que se elaboraban con mimo y respeto por el producto. Otro de sus puntos a favor es su dedicación a mantener vivas recetas que, en otros lugares, han caído en el olvido y que son parte del patrimonio valenciano. Aquí es posible disfrutar de platos como el all i pebre, un guiso tradicional de anguilas típico de la Albufera de Valencia, o los caracoles con tomate, una tapa que ha ido desapareciendo de muchas cartas, pero que aquí sigue siendo un clásico. Por no hablar de la sangre con cebolla, sang amb ceba, típica de La Safor.
Y si hablamos de joyas, no podemos pasar por alto la vitrina de mariscos del Ricardo. Presentados como si de un escaparate de lujo se tratara, los mariscos que ofrece el bar son de una calidad excepcional. Desde las almejas de Carril hasta las cañaíllas, pasando por la gamba roja, los percebes, las espardeñas y, en temporada, las angulas. Como ellos mismos afirman, "nos ponemos finos a marisco", y es que esta selección de productos frescos es otro de los grandes atractivos del lugar.
La oferta gastronómica de Bar Ricardo no se detiene ahí. Además de las tapas y los mariscos, el bar también es conocido por sus platos más elaborados y por los montaditos. De los primeros, un imprescindible es el carpaccio de boletus, que sirven con una vinagreta de piñones y trufa, recordando al mítico plato de Ferran Adrià. Los segundos se sirven sobre pan y permiten disfrutar de embutidos como chistorra, morcilla o longaniza, hasta los más elaborados con ingredientes como la mojama, la hueva maruca o el foie a la plancha.
También preparan pescados enteros, carnes como las deliciosas chuletitas de cabrito lechal con patatas y pimientos de piquillo, revueltos —el de gambas y ajos tiernos es excepcional— o platos contundentes como el blanco y negro con chistorra, patatas y pimientos de Padrón.
¿Hueco para el postre? Siempre. Y más si es para probar dulces caseros como su flan con nata, la calabaza asada con ricotta y piñones o las trufas de chocolate, que ya son un símbolo en esta casa. El otro gran reclamo del bar es su extensa bodega, con una amplia carta de vinos tanto españoles como internacionales y una oferta para tomar por copas muy interesante, donde no faltan los vinos de Jerez, el champagne e incluso el Oporto.
Un brindis por el futuro
Después de 77 años, el Ricardo sigue siendo un lugar de referencia en la ciudad de Valencia. Un lugar donde se mezclan el bullicio típico de los bares patrios, con una barra llena de clientes habituales, turistas curiosos y camareros que se mueven con agilidad entre las mesas.
Y en un mundo donde las tendencias gastronómicas cambian a gran velocidad, es reconfortante saber que hay lugares como este, donde lo importante sigue siendo el producto fresco, la atención al cliente y el respeto por la tradición. Así que alcemos la copa y brindemos por los próximos años de este maravilloso bar, que seguro seguirá siendo un faro de la gastronomía valenciana durante muchas generaciones más.