Con tan sólo ocho años en el mercado, el M9, el vino más moderno y de precio medio-alto de la antiguamente conocida como Bodegas Imperiales, se consolida ante los consumidores. Y es que viene arropado por la marca general Abadía de San Quirce, que tras 25 años luchando ha conseguido situarse entre los vinos más reconocibles de Ribera de Duero. La firma trabaja en todos los estilos, desde un media crianza o tinto roble de muy buena factura, pasando por un crianza, un reserva, hasta el gama alta de la casa. Un vino de parcela llamado Finca Helena.

José Antolín siempre fue aficionado al buen vino. Él era la cabeza visible del Grupo Antolín, una corporación industrial centrada en Burgos dedicada a la fabricación de elementos y techos para vehículos y automoción. En 1998, en plena fiebre del oro en Ribera de Duero, donde todo el mundo quería invertir, Antolín se asocia con un viticultor de la zona, un hostelero que también tiene viñas, un constructor burgalés, y lanzan Bodegas Imperiales.

La ubicación es perfecta. Compran 21 hectáreas en el pueblecito de La Aguilera, una pedanía de Aranda de Duero, e instalan la bodega en Gumiel de Izán, una localidad de larga tradición vinícola a escasos kilómetros de Aranda. Poco a poco controlan 80 hectáreas de viñedos de viticultores de la zona que les venden las uvas. Es una comarca especial, la de mayor altitud en esta parte de la Ribera Burgalesa con cotas por encima de los 900 metros, lo que produce vinos con mayor acidez, y por tanto mayor frescura y longevidad; las zonas más cotizadas ante el miedo al cambio climático. En La Aguilera hay, además, una gran concentración de viñedo muy viejo de pequeños viticultores, continuamente cortejados por todas las bodegas de la zona, y muchos que vienen de otras partes de la denominación, para que les vendan sus uvas.

El nacimiento de una marca

A la hora de elegir una marca, José Antolín elige Abadía de San Quirce, que es el nombre de la finca en la que reside, en un pueblecito junto a la ciudad de Burgos. Comienza la aventura, pero tienen un principio muy errático, con altibajos hasta que logran centrarse. Se contrata como gerente al navarro Daniel Aguirre, que ha trabajado en Rioja; y como enóloga a Diana Moreno, esta sí, riojana de nacimiento. La bodega comienza a funcionar e incluso la composición accionarial cambia, el grupo Antolín es el único propietario.

Don José falleció viendo su sueño vinícola crecer y ahora al frente de la bodega están sus hijos Emma y José. Otra de sus novedades es que el año 2021 la compañía ha dejado de llamarse Bodegas Imperiales para pasar al de la marca: Bodegas Abadía de San Quirce.

La bodega, que tiene una producción entre todos sus vinos de 350.00 a 400.000 botellas, dependiendo de los años, y que elabora además un blanco de Rueda con su marca, quiere hacer más hincapié en sus vinos de más alta gama, apoyándose en las buenas calificaciones que les dan las guías vinícolas. El primero el Abadía de San Quirce M9, contracción de lo que querría decir “más de 900” metros, que es la altitud de la finca de donde proceden las uvas para hacer el vino, concretamente 920 metros.

La verdad es que es un vino, ahora en su añada del 2020, bastante completo. Tiene una crianza de 14 meses en barrica y la nariz aparece muy expresiva e intensa, con mucha casta, muy Ribera dominando la fruta negra muy típica de la tempranillo, con recuerdos balsámicos y sensación de frescura. La boca con estructura, concentrada, robusta, pero aterciopelada. Su P. V. P. es de 36 euros.

Finca Helena es la estrella. Fermentado en madera, es decir, en barricas de 500 litros y luego criado durante 15 meses en barricas normales nuevas de roble francés, es un vino que inspira inmediatamente al acercarlo a nariz por su complejidad, profundidad, madurez en su fruta, lleno de matices agradables; mientras la boca se presenta sólida, viva con nervio y frescura. P. V. P. 65 euros.

¿Se puede tener casta, bravura típica de Ribera, y a la vez elegancia, complejidad y estilo? Sí, y estos vinos lo demuestran