Hay un sistema para saber si en un pueblo cualquiera de una zona vinícola y aledaños, se hace vino bueno, o no. Y es mirar la iglesia, que presidirá seguramente la plaza. El pueblo es posible que esté en horas bajas, pero si la iglesia es potente y lucida, es que esa tierra da buen vino.
Vino e Iglesia
El motivo es que, si el vino era bueno, arrieros y compradores en general, acudían a adquirirlos en los diferentes lagares y bodeguitas subterráneas de la localidad. Si vendían, tenían dinero, y les tocaba entregar a la iglesia los diezmos y primicias obligatorios de sus ganancias, que se usaban habitualmente en engrandecer el lugar de culto.
Eso en los pueblos. Ahora imaginemos las grandes órdenes religiosas y sus abadías, que desde la alta Edad Media eran impulsores del mundo del vino, con sus prioratos, dominios y diezmos. De entre todas las órdenes se dice que los monjes benedictinos eran de los más aficionados a la elaboración y consumo de vinos.
Y desde luego en la gran abadía de Santo Domingo de Silos, en Burgos, no sólo no faltaba, sino que según los archivos que se conservan, tocaban a dos litros de vino por persona y día. Que se bebían. Los argumentos eran que es un alimento bien dotado de calorías, y además se consideraba de lo más saludable en sustitución de un agua, que muchas veces era trasmisora de infecciones y hasta plagas.
Los monjes de Silos, hasta la desamortización, eran muy poderosos. Y listos. Sabían cuáles eran las zonas donde se conseguía el mejor trigo y centeno; los mejores pastos para ovejas; los mejores frutales y huertos; y desde luego las mejores uvas para hacer los mejores vinos. Las traían de lo que ahora es una zona muy especial dentro de la Ribera del Duero, de las tierras un poco al norte de Aranda, como Quintana del Pidio, La Aguilera, Gumiel de Izán…, las zonas más altas y frescas. Según los archivos de la época disponían de unas 85.000 cepas.
Tanto el vino como otros diferentes productos alimenticios los guardaban en lo que se llamaba un “cillar”, que procede del latín “cella”, que quiere decir despensa. El mismo significado, pero más enfocado al vino es la palabra “celler”, en catalán, que más o menos quiere decir bodega; y, por ejemplo, uno de los restaurantes más emblemáticos de todo el país se llama El Celler de Can Roca, en Girona.
La historia (actual) de Cillar de Silos de padre a hijos
La historia de nuestra bodega comienza a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, cuando Amalio Aragón, un agricultor de toda la vida y procedente del cercano pueblo, que se llama precisa y curiosamente Cilleruelo de Abajo, comienza a comprar tierras en la zona de Quintana del Pidio y sus alrededores. La mayoría son viñedos viejos repartidos aquí y allá, porque no se hizo la concentración parcelaria, y de precios muy razonables porque en aquellas fechas el mundo del vino era bastante ruinoso, si lo comparamos con el cereal, por ejemplo.
Amalio se hizo con unas 65 hectáreas de los antiguos viñedos que abastecían a Silos. También compra unos calados subterráneos espectaculares, las antiguas despensas donde guardaban el vino los monjes. Su objetivo era simplemente elaborar vino y venderlo a granel. El negocio sobre el papel no parecía muy allá; y no se sabe si realmente era un visionario, porque a principios de los noventa, con la denominación de origen Ribera del Duero en plena expansión y reconocimiento, sus viñedos, sus uvas y sus vinos, tenían ya un valor muy serio.
Fue en el año 1994 cuando Amalio Aragón acompañado de sus dos hijos, Roberto al timón de la empresa, y Oscar como enólogo al frente de la elaboración, deciden dejar de vender uva a terceros y montar su propia bodega a la que llaman Cillar de Silos en homenaje a aquellas despensas vinícolas de los monjes.
Tres referencias a las que rendir pleitesía
Desde el comienzo los vinos les salen muy buenos, y enseguida tienen un buen reconocimiento por la crítica y la prensa especializada. El motivo es por la característica general de toda su gama, que es la finura, la mineralidad, la presencia de frutas rojas y negras muy típicas del tempranillo, que es la única uva que utilizan, y una boca seria, pero fresca. Su vino de bandera es Cillar de Silos Crianza, ahora con la añada 2020 en el mercado. Aparece en nariz con muy buena fruta, tonos minerales, muy directo, amplio, agradable; y una boca con cuerpo y estructura, robusta, de muy buen paso y fresca. P.V.P. 18 euros.
El alta gama se llama Torresilo ahora del 2020. Con 16 meses de crianza en roble aparece muy fino, elegante, soberbio en nariz, con mucha fruta madura, minerales, especias, complejidad; la boca potente, pero con el tanino maduro y domado, paso aterciopelado y fresco. Su precio es de 32 euros.
Y como vino especial La Viñas de Amalio 2019, en homenaje al padre y fundador de la bodega. Pequeña producción, pero exquisita. Nariz muy concentrada y profunda, hay que dejar el vino orearse un poco. Mucha fruta negra, especias como el clavo, los siempre presentes tonos minerales. La boca muy amable, fina, casi golosa, muy rica. Su precio es de 51 euros.
Otros vinos y bodega
Cuentan también con un tinto roble muy bueno, unos rosados de muy alto nivel y un excelente blanco de la variedad albillo mayor, que también tienen en sus tierras. Además, montaron otra bodega especial, de la que ya hablaremos en su momento, que es Dominio del Pidio, utilizando los espectaculares calados subterráneos que hicieron excavar los benedictinos en el siglo XV.
Que los monjes de Santo Domingo de Silos disfrutaban de uno de los claustros románicos más impresionantes del mundo, y sus cantos gregorianos son internacionalmente famosos, es cierto, como lo es que sabían beber el mejor vino posible.