Se convierte el ‘bowietuario’ en un posnovísimo género periodístico. Otro más. O menos. Más o menos afortunado, según el color del cristal de las gafapastas del sentido plumilla que la emprenda con la memoria del creador de ‘Ziggy Stardust’ , fallecido el pasado 10 de enero, a los 69 años, en Nueva York. Y, desde entonces, hemos leído de todo. Obituarios más o menos acertados, y escritos con las urgencias de policlínico que imponen los rigores de la actualidad retuitera, aunque siempre dentro del respeto, de la más rigurosa seriedad. Hasta que llegaron ‘Fríquer’ Jiménez y su ‘Cuarto Milenio’ e intentaron convertir, desde su chiringuito ‘cuatrero’, a David Bowie en una especie de Carlos Jesús, natural de Raticulín, haciendo “¡fiuuu fiuuuuu!” y anunciando el fin del mundo cual ángel del apocalipsis trompetero. Un rocanrolero sindiós.
El caso es que se despacharon bien, en su ‘bowietuario’ particular, Íker y su parienta, Carmen Porter, durante la arrancada del programa. A lo Juan Palomo. Se quedaron a gusto, pero que muuuuy a gusto, analizando concienzudamente, y sin ningún rigor -más allá del rigor mortis del chafardero oportunismo-, algunos vídeos de El Duque Blanco (¡que en paz descanse, si es que lo dejan!). Cual chorrazo de sandeces hiladas sin ningún fundamento, algunas de sus perlas no tuvieron desperdicio. Sentencias poco esclarecedoras, pero recitadas, sin ton ni son, para confundir al personal más o menos camaleónico. “¿Sabían que David Bowie fue un gran amante de la ufología, un gran investigador OVNI; del ocultismo, de los exorcismos, de la brujería; podría ser, incluso, de la magia negra; del inconsciente; de todo eso que nos gusta en ‘Cuarto Milenio’?”. O “le generaba miedo estudiar las ciencias ocultas y sufría sucesos paranormales en sus propias viviendas”. Ahí. Dándolo todo por el todo. Sin complejos.
Pero si llegaron a contar, en plan reporterismo abracadabrante y dicharachero, que la primera mujer del cantante empezó a decir, en los 70, que en la piscina de la casa que tenían en Nueva York habitaba una sombra fantasmagórica. Y que Bowie se hizo un exorcismo. Aunque la sombra, que al parecer era muy fan, siguió flotando en el agua y los Bowie se vieron obligados a abandonar la casa. Pásese usted toda una carrera dedicada en cuerpo y alma a la música, para que lleguen dos indocumentados y, en media horita, despachen su legado como si fuese el ‘cara’ que se inventó el chollo de las caras de Bélmez. Tiraron, Íker y señora, de batiburrillo pseudocientífico para explicar algo tan inexplicable como es un vídeo de Bowie. Que si Aleister Crowley. Que si la Golden Dawn. Que si fue un experto de las raíces jungianas del estudio del inconsciente colectivo. Y otras pamplinas. Sobredosis wikipédica [¿o habría que decir frikipédica?], a costa del pobre Duque Blanco, en el inefable programa de los Jiménez.
No dejó mucho espacio ‘Cuarto Milenio’ para la ficción. Es decir, para esa ficción sobre la que sustenta toda obra y gracia del verdadero artista. Prefirieron quedarse con el reverso tenebroso del cantante. Mezclar churras con merinas. En su línea. Crucifixiones, vudú, rituales de magia negra, zombis, poseídos, círculos de energía y demás rices de rizo. Y así hasta la cansinez. “Su ‘Starman’ fue el mensaje de un marciano para la humanidad y, en especial, para los niños”, llegó a soltar Íker, sin ningún rubor. Y, al rato, algo más crecido, se lanzó con un “hubo muchos entes dentro de David Bowie. E incluso extraterrestres”, que dejó perplejos hasta a sus propios cámaras. “Según algunos biógrafos, Bowie practicó la magia sexual en sus primeros años sobre todo de carrera discográfica”. Despachó después lo de la mirada bicolor del artista con un “fue un accidente, pero tiene mucho que ver con lo mágico” que me obligó a apagar el televisor y dejarlos ahí, amparados por la peor alevosía y la tediosa nocturnidad dominguera, empeñados en sacar más trapos sucios y en facturar absurdos tejemanejes pseudocientíficos a costa del ‘share’. Perorando sobre el milenarismo ‘fernandoarrabalero’.
Recuerdo que dejé a Carmen Porter diciendo algo así: “Cuando se casó con Imán y tenían un ático cerca de las Torres Gemelas, tras el 11-S consideraron lo ocurrido como algo maligno [¡no, si te parece fue una fiesta ibicenca!] y decidieron abandonar ese ático que tenían y retirarse a una zona del Soho para vivir los últimos años”. Y entonces fue cuando decidí entrar en coma espacial. Convertirme en un ‘Lazarus’ dormilón e irreductible que se deja acunar por las palabras del propio Bowie en su última canción: “Mirad aquí arriba, estoy en el cielo. / Tengo cicatrices que no pueden ser vistas. / Poseo un drama, que no puede ser robado. / Ahora todo el mundo me conoce”.