No ganamos para sustos esta semana en La 2 de TVE. Lo cual está muy, pero que muy bien. Clarísima señal de que otra forma de hacer televisión, más allá de lo deseable, es posible. Un hecho. Visto. Y comprobado. Y de que en ella, en esa televisión alejada de modas y topicazos, por descontado, cuenta el cine como una de sus mejores bazas. El cine español, para ser exactos. Ese denostado cine nuestro, siempre en busca de una oportunidad torera frente al aluvión de malas películas que, sobrevaloradas hasta la náusea mercantil, nos llegan de fuera.
Complemento perfecto para que la programación de una cadena pública logre alcanzar unos mínimos de dignidad nunca realmente exigidos. E ‘Historia de nuestro cine’, espacio presentado por Elena S. Sánchez gracias al que ya hemos podido revisitar alguno de los clásicos, más o menos olvidados, de la filmografía patria. Todo un lujo al alcance de esa inmensa minoría que zapea cada noche en busca de una alternativa al ‘prime time’ telebasurero que han impuesto los rigores del ‘share’, y de los mercachifles televiseros.
Arrancaron el pasado lunes con ‘La residencia’, debut cinematográfico de un Chicho Ibáñez Serrador que, para cuando se decidió a rodar esta película, allá por el glorioso 69, ya había reinventado dos o tres veces la caduca televisión de su tiempo. El filme, al que acusaron tras su estreno de “apoyarse en aberrantes técnicas claramente televisivas”, mantiene hoy la frescura suficiente como para mantener, hasta el final, toda la atención del actual espectador.
Dijeron también algunos críticos, en su día, que se veía en él la larga sombra de Hitchcock; otros, que la de Jack Clayton. Era hablar por hablar. Criticar por criticar. Puesto que Chicho, el gran Ibáñez Serrador, otra cosa no, pero siempre tuvo las cosas bastante claras. ¿Qué hubiera llegado a rodar de haber seguido facturando películas de género, tras dejar a un lado la televisión? ¿Hubiésemos encontrado en él al Spielberg español? Ahí lo dejo. Pero me temo que nunca llegaremos a conocer la respuesta.
Ítem más. ‘La noche de Walpurgis’. O sea, la noche del martes. Película del 71 con la que se inició el mito de Paul Naschy/Jacinto Molina, el tipo que cambió la halterofilia por las películas (rodó más de cien) y el disfraz de licántropo contumaz. Lo más parecido que hemos tenido nunca por aquí a un Bela Lugosi en activo. ‘La noche de Walpurgis’ es un clasicazo moderno que, como en el caso anterior, siempre merece nuevas oportunidades.
Quedan dos citas, obligatorias, por supuesto, con el cine de terror netamente español gracias a este ‘Historia de nuestro cine’ que tanto hace por asomarnos, cogidos de la pechera, a lo más granado, culturalmente hablando, de nuestro pasado reciente. La de hoy: ‘Angustia’, de Bigas Luna. Y la del viernes: ‘Los sin nombre’, de Jaume Balagueró, que irá seguido de un coloquio sobre cómo se ha reflejado el género en el cine español. ¿Un único pero? El que no haya debate al término de cada película. Estoy seguro de que el programa funcionaría mejor.
¿Soy el único en este país, acaso, que cada día echa más en falta aquel ‘¡Qué grande es el cine!’, presentado por Garci, que también emitía La 2? Me temo que no. Que somos algunos más. Una inmensa minoría reconvertida en legión. Esa minoría siempre maltratada por los sacrosantos programadores catódicos y que piensa que terror, lo que se dice terror, sobra. Cada día aparecen nuevos monstruos en nuestra tele que aterrorizan mucho más que cualquier filme de serie B. Basta con zapear apuntando al pavoroso pasado de nuestras cadenas privadas. O con recordar que, a los españolitos de a pie, nos tocará pagar 1.722 millones de euros hasta 2022 por el ERE de RTVE. Esto sí que es para echarse a temblar. De miedo. Y no los besos a tornillo de un hombre lobo vestido en Primark. ¡Guauuuuuuuuuuuu!