Llegó el momento de la verdad (o sea, de poner fin a tanta puñetera mentira al servicio de la programación) en Antena 3 con la esperada final de ‘Casados a primera vista’ (¿o era ‘Gastados’?), el inefable programa que ha resultado ser, como ya presagiábamos aquí, desde el mismo instante en que cortaban las respectivas tartas nupciales, otra engañifa de las gordas. Una nueva ‘telestafa’ embutida en un vestido de novia denominado dating show. Formato trilero. Telebasura radioactiva. Spam ‘cajatontado’.
Cierto es que para ninguna de estas ‘matrimoñadas’ antenatreseras ha sido un camino de rosas –en realidad, para ninguno lo es–, pero hay que reconocer que, en algunos casos, el divorcio estaba más que anunciado, incluso mucho antes de que los presuntos implicados se diesen el “sí, quiero”. Aun así, el show debe continuar: lo que la iglesia catódica ha unido, que no lo separe un grupúsculo de concursantes de pega. O sí. Que lo separen de una vez y regrese cada mochuelo, en beneficio de todos, a su respectivo olivo.
Nada nuevo bajo el sol parrillero. Nochecita de ‘unhappy end’ sin ninguna sorpresa. Las parejitas hicieron balance de su relación y decidieron, alargando un poco más cada guión, en un alarde de sentimentalismo sin precedentes, si querían continuar o no con sus más que postizos ‘matrimoños’. Un derroche de teleficción envuelto en ese papel de regalo arrugado que algunos tienen el cuajo de llamar reality televisivo. Y no hay vuelta de hoja.
Noche más que raruna la del pasado lunes lunero en la tele patria. Algo inenarrable. Similar a un apocalipsis verbenero. Cerraron su chiringuito los ‘malcasados’ y, al mismo tiempo, las tres tristes princesas cuatreras se veían obligadas a dejar de ser el centro de atención. Parece que se pongan de acuerdo estos programadores para colocar su género parrillero y que no se les chamusque la cosa. Nos hemos quedado, de golpe y porrazo, sin una gota de trospidez. Y eso que esa misma trospidez nuestra de cada día se ha convertido, para muchos, en el palili que alimenta nuestros más bajos instintos mando a distancia en mano y frente al televisor. No resulta nada sano, lo sé. Pero es que no nos queda más remedio que asumirlo y engancharnos a este tipo de programas con la única finalidad de chotearnos de tanta burda telerrealidad.
Eso sí, la sensación de orfandad que queda, cuando estos ‘amigos’ se van, es enorme. Casi letal. Desoladora. Nos quedamos tiritando, rascándonos el brazo izquierdo y mirando fijamente a la pared, en espera de que los ‘illuminati’ televiseros reinventen algo que tenga unos mínimos de chicha morbosa o provoque ataques de vergüenza ajena hasta que llegue el día del Juicio Final. Que llegará. Muy pronto. Por más que ahora digan que no será televisado. Mientras tanto, aquí seguimos. Inmersos, como buzos asmáticos, en el océano nada pacífico de los docu-realities de cantimpalo. Esperado un desembarco de monjas (en Cuatro) que no preludia nada bueno. Se avecina un aluvión de rosarios con bolas de nácar. Acabaremos todos queriendo ser hermanitas de la caridad y de los pobres. O misioneras. Sentiremos la llamada. Y esta vez no será un whatsapp, sino otro experimento sociológico con gaseosa.
Se me va la cabeza con tanta estúpida novedad. A lo que iba. Quedaron en tablas. Dos bodas y dos funerales. Los ‘Casados a primera vista’. Cristina y Tito: divorcio (algo normal, ya que ni siquiera habían arrimado cebolleta; aunque a ella no le hubiese importado acercarse un poco más). José Ramón y Alberto: continúan (¡y eso que nadie daba 20 céntimos de euro por su relación!). Mónica y Pedro: divorcio (aunque ella, por mera cuestión de fe ciega, se negó a firmar los papeles; ¿por qué no se plantea apuntarse a ‘Quiero ser monja’?). Sabrina y Jonathan: continúan (¡bravo por ellos!, ¡da gusto cuando triunfa el amorrrrr! O no, ahora resulta que ella le ha denunciado por maltrato verbal. ¿Alguien lo entiende? ¡Cásese usted a primera vista, en un programade televisión, para esto!).
Podéis ir en paz.