Ni con un calzador tamaño equis equis ele que haya sido repujado a la incongruente medida de su ego desmedido. Ni reconvirtiendo las reglas del reality ‘chof’ más pinturero de España en un ‘aquí-vale-todo-todo-todo’ repleto de malogrados jueves santos con apariencia de domingos de resurrección. Ni permitiendo su bochornosa entrada una y otra vez. Ni haciendo de la casa de Guadalix un infecto motel abierto las 24 horas. Visto y demostrado está, por enésima vez, que la audiencia no quiere ver al Pestiño Nicobluf. Ni en pintura. Y lo vuelve a expulsar a la primera de cambio, como ya ocurrió en su segunda semana de concurso antes de su repesca. Y lo volverá a echar, sin indulgencias que valgan, cada vez que se vuelva a asomar a una pantalla. Soporrrrrrrdi González y el día de la Pequeña Marrrrrrrrrrmota Nicolasa.
Fran Nicolás es un Zasca en su propia boca. Nico… ¡zás! Una apuesta fallida. Su peor, y único, enemigo íntimo. Una costosa inversión que ha salido de lo más ruinosa. El Anacleto de la ESO. Una amenaza de ruina constante. Un moribundo y resucitado forzoso con voluntad de mártir profesional. Un pestiño de niñato con ínfulas de Mortadelo y Filemón que se ha ido desinflando a medida que se mostraba tan natural como las almejas. La gran esperanza blanca telecinqueña era un amago de pijín desnortado, e indocumentado, con ganas de comerse el mundo a dentalladas. Sin embargo, ha acabado lamiendo su propia frustración. No cuela. Lo suyo no cuela. Ni colará nunca. La audiencia, en ocasiones, acierta. Y esto ha sido propinar un zasca sobre otro zasca. Como esos púgiles sonados que se noquean a sí mismos por puro aburrimiento.
Ahora sólo falta que, en pago a los vergonzosos servicios prestados, Vasile mande al chavalín a dar una vuelta por el mundo. En tandas de 6.478 días. Sucesivas. Viaje sin vuelta. A lo Willy Fog atontado y vestido de rebajas en La Oca. Que se quede por ahí. Vagando por el planeta. Dando la brasa a los servicios de inteligencia de todos y cada uno de los países donde sea recibido. Tratando de esquilmar, con peregrinas teorías de conspiranoico ilustrado y demás estupideces, a los constructores del Mundo Libre. Viaje forzoso con parada obligatoria en Australia, para que sepa dónde está en el mapa y reciba una lección práctica de geografía para listillos de college privado. Quitándonoslo, cueste lo que cueste, de la vista. Preferimos seguir así. Continuar como estábamos. Sin relevo real, o irreal, para la Princesa del Pueblo. Hasta que Andreíta se coma de una puñetera vez el pollo y ocupe el trono de su querida madre. A salvo de blufs. De fracasitos pagafantas. De niñatos vendemotos gripadas.
Lo dijo Pier Paolo Pasolini, mucho antes y mucho mejor que yo: “La televisión exhala algo que es terrible, algo peor que el miedo que debió de producir en el pasado sólo pensar en el tribunal de la Inquisición. En efecto, en lo más profundo de la televisión hay algo que se parece al espíritu de la Inquisición: una división clara, radical y chapucera entre los que pueden pasar y los que no. Sólo pueden pasar los imbéciles, los hipócritas, los que son capaces de decir frases y palabras vacías o los que saben callarse –o callar cuando hablan– o al menos callan en el momento oportuno en “mesas redondas”, siempre vergonzosas y pedantes, obviamente. Quienes no son capaces de callar no pasan. Una regla como ésta no se deroga. Y es precisamente en este aspecto –pensadlo bien– donde la televisión hace su discriminación neocapitalista entre buenos y malos. Ésta es la indecencia que debe encubrir y para la que, sin embargo, crea un velo de falsos ‘realismos’”. Se puede traducir al italiano. Pero no creo que quede más claro. O sea.