Pretenden repoblar la Península Ibérica de monjas verbeneras, en su totalidad, los ‘illuminati’ de Cuatro. Cosas del Nuevo Catecismo Catódico que nos rodea. Gajes de vivir con un gobierno desgobernado. Aun así, el morbo está más que servido. Quieren reflotar los aguerridos ‘cuatreros’, a estas alturas del siglo, la Armada Invencible de los rosarios con bolitas de nácar. Meten para ello a cinco aspirantes novicias en un ‘GH’ de dudosa condición. Nos reconvierten en trotaconventos del zapeo.
Llega, aupado por los espinosos clavos del Santísimo Share, el voto de ‘obediaudiencia’ con estas cinco aspirantes a monjitas de clausura telebasurera que nos han caído del mismísimo cielo. Una completa irreverencia genuflexa. En este ‘Gran Hermano’ cuasi divino, el Súper es el Espíritu Santo y las ‘cocretas’ belenestebanizadas están ultraconsagradas. Y amén.
Esto es el ‘Monasterio’ del Tiempo. O del Tampax Místico. Se nos contagió anoche a todos, frente al televisor, el semblante anonadado de Rodolfo Sancho. Y la culpa no fue del chachachá, sino de este psicodélico invento. Eso sí, no faltó, como acompañamiento inevitable, previo a su arranque, el spot del “marca la casilla de la Iglesia en tu declaración de la renta”. A eso se le llama ir a la fervorosa caza del ‘target’.
‘Quiero ser monja. La llamada’. Un lisérgico viaje para profanos y piadosos que arrancó anoche en Granada, en la casa madre de las misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada. Velitas encendidas. Misas encadenadas. Hostias consagradas. Lo primero: entregar los móviles y ponerse el uniforme. “¿Vosotras creéis que las monjas se duchan con bikini?”, pregunta una de las aspirantes a las demás.
¡Guau! Sigamos para bingo: cristos sangrantes que miran alelados al vacío desde su cruz de cada día, entre otras oblicuas escenas y musiquilla ambiente de lo más marchosilla. Oraciones susurradas, de rodillas, frente a altares subidos de oro. Confesiones en un parque a media tarde. Dudas. Dudas. Dudas. “No puedo afrontar mi vida con una duda”, dice Juleysi, 20 años, estudiante de moda, una de estas ‘granhermanas’ aspirantes a ‘hermanas’, al cortar con su novio para embarcarse en esta nueva aventura.
Cambia a su chico, llamado Alberto, por un Dios omnipresente y se embarca en un nuevo noviazgo. Lo de Juleysi y Alberto es un historión lacrimógeno y fatal. “Te quiero mucho, mucho, mucho, mucho, mucho…”, sostiene ella. Sí, mucho. Pero lo dejas por meterte a monja, ‘reinamora’. María José, la madre superiora, muy seria, soltó: “Yo pensé que era su hermano. Nunca imaginé que una chica pudiera venir a tener una experiencia así teniendo novio”, dice. Y nos deja a todos, frente a la tele, con el corazón en un puño. Hora de rezar alguna que otra oración por esta parejita.
Un publirreportaje facturado a la medida de esa macroempresa a salvo de ERE’s y deslocalizadora de almas que se llama Iglesia Católica. Sube el tono. Paloma, la siguiente nominada. Almeriense. 21 años, estudiante de educación social. Vuela Paloma, aunque acompañada de su padre, hasta la mismísima puerta del monasterio: “Para mí, Cristo está vivo y me he enamorado de él”, confiesa. “Estoy a lo mejor en la playa y siento escalofríos. Fíjate qué nivel de romanticismo llevo dentro. Tengo 21 años, soy virgen y trato de vivir en la pureza”
Jaqui y Janet, hermanas y aspirantes a ‘hermanas’, llegaron juntas, revueltas y con muchas dudas por resolver. Janet soltó un “Me encanta bañarme en ríos, me encanta escuchar a los animales y me encanta abrazar árboles” que dejó al personal alucinado.
Fernanda, quinta y última chica almodóvar del renovado catolicismo. “Lo que más deseo es que me coman la oreja”, les comenta a sus coleguis horas antes de entrar. “Creo que podré vivir sin hombres. ¿Por qué creo que Dios me eligió a mí? Pues no lo sé, porque me considero una persona bastante pecadora y no precisamente buena. Pero tendrá una misión para mí. Ya lo descubriré”. Y nos enteramos, flipándolo en colores, de que a Fernanda le llegó ‘la llamada’ en pleno resacón botellonero, durante una misa dominguera, y a partir de ahí se lanzó a vivir la aventura (religiosa) de su vida. A otros les da por el ‘puenting’ en secarrales extremos.
“¿Podemos salir en pijama por aquí o no?”, pregunta una de las aspirantes. Y la cara de las monjas veteranas es un poema. Otro poema místico en esta antología del disparate lírico que han montado los ‘cuatreros’.
Y al telespectador sólo le queda irse a la piltra, oyendo griterío de pájaros y también la tos de una paloma blanca sobre las ramas del despertador, para soñar con crucifijos y tribus arcangélicas.
Pensando, eso sí, en que, en la televisión, todos los pactos son a fin de cuentas con el diablo.