Los ‘cuatreros’, más cuatreros que nunca. Ver a Carlos Lozano ejerciendo de pomposo cowboy mientras pulula por ese Brokeback Mountain manchego que es la vida, no tiene precio. Y da una incierta sensación de estúpida alegría. Sí, se puede. Claro que se puede: encontrar currele en televisión pasados los 53 años tras dos décadas perdido por las parrillas peruanas. No estaba muerto, este sandunguero ‘revenant’, sino de parranda. La tele entendida como oficina del Inem de lo más efectiva. Pasa este hombre de quedar segundo en ‘GHVIP’ a presentar, en Cuatro, este ‘Granjero busca esposa’ que promete momentos de delirio catódico. Qué cosas.
Empalmaban los ‘cuatreros’, sin solución de continuidad, su ‘First Dates’ con una edición especial del espacio de telerrealidad para ganaderos con ínfulas pero sin pareja. Se han empeñado en arrejuntarnos a todos los españoles para que, por lo menos, esta crisis nos pille hambrientos pero bien follados. Eso sí, lo del sillón de alfalfa, en plan chester agropecuario, tiene su coña. Y la sonrisita. Esa sonrisita de pícaro de gran Carlos Lozano. Se echaba de menos esa media sonrisa de jeta ilustrado, con sus respectivos hoyuelos, que luce el presentador madrileño, desde que era preadoslescente, a modo de DNI. Esa sonrisilla...
Se las da Lozano de Clint Eastwood obligado a esquivar, sonriendo, bostas de vaca.
De jeta a jeta, y tiro porque me toca. Aparece don Luis de Arapiles, señorito del mismo Valladolid con más de 600 cabezas de variopinto ganado en su finquita argentina. Todo un terrateniente. O terrasargento. Lo de este don Luis parece de coña. Dice el tipo que su palacio es de “mil ocho ochenta y ocho” y ahí es donde se queda uno pensando que algo hemos mal el resto de los mortales no llamándonos don Luis ni teniendo su desfachatez académica. Confiesa Norma, la sirvienta uniformada, su ama de llaves, que “¡ojalá en el mundo todos los papás fuesen como el señor Arapiles!”. Dos niños aportará don Luis Arapiles, el Señorito, al casorio.
Don Luis, que sigue haciéndose en España, a medida, todas las prendas de hombros y que únicamente bebe champán ya que, según confiesa, “es una bebida extraordinaria para el que le guste este tipo de bebida”. Este es el plan. Os juro que empiezo a plantearme la posibilidad de llamar a Cuatro para presentarme, travestido, a esa cita con este aristócrata ful.
Y de ahí pasamos, sin solución de continuidad, a conocer al resto de granjeros en busca de una media naranja a la que exprimir. José Moreno, quien se autodefine como “vaquero de éxito”. O Sigi, conocido como “el ‘broker’ de Badajoz”, que suelta a su madre un “tú ya sabes que yo soy más delicado que la hostia” que hace temblar el campanario de su pueblo. Granjero busca ‘Espasa’. Patada al diccionario tras patada al diccionario.
O Juanmi, otra pieza. Al que las cabritillas le transmiten alegría y va con hermano adosado. Parece majete. Hasta que confiesa, sin rubor, que alguna cabritilla que otra se le ha cagado encima. ¡Horror! Mejor no preguntar mucho más. Luego está Lander, jovenzuelo vascuence que vive por y para las vacas: “cuando me levanto y veo una vaca, ya soy feliz”. Y la única granjera del lote. Rocío. Rocío Jurado (¡y no es coña, no!). Un cruce entre granjera y ñu que suelta, hablando de sus futuros pretendientes, “si vienen depiladitos, pues un punto a mi favor”. Pues eso. ¡Apuntaos, depiladitos o no! Sonrisas, con hoyuelos, garantizadas.