Era el 'animal más bello' del mundo, decían, y nadie podía resistirse a sus encantos. Corría 1950 y Ava Gardner, ese animal, estaba rodando 'Pandora' de Al Lewin en Tossa de Mar. Fue entonces cuando se encaprichó del torero Mario Cabré. Consumó su capricho, cómo no. Y lo hizo con los vecinos de la Costa Brava como testigos: se enteraron antes que la prensa. Antes incluso que Frank Sinatra, su marido en aquella época, quien voló de Hollywood a Gerona para terminar con las infidelidades de su mujer.
Era una relación turbulenta, se contaba, en la que los excesos con el alcohol de ella y los celos locos de él acabaron con la relación. Legendaria es la bofetada que el cantante propinó a la actriz cuando fue a buscarla. La encontró en la coctelería del Hostal de la Gavina, en S’Agaró, donde se alojaba la estrella. Y entre dry martini y dry martini, la pelea se convirtió en historia viva. Ya nadie puede hablar de La Gavina sin citar la bofetada.
Ha pasado el tiempo y esa coctelería, el bar Barco, sigue transpirando esencias de otras épocas. Es de ayuda esa gran barra de madera maciza, el brillo de las botellas sobre las estanterías con espejos, los sofás de piel y el swing en los altavoces. Como es de ayuda que los hermanos Ensesa, propietarios de La Gavina, te cuenten historias del Hollywood dorado. Lo hacen con naturalidad pasmosa.
Hablan de Orson Welles, Sean Connery y Liz Taylor como quien habla del frutero de la esquina. La foto de perfil del whatsapp de Julia Ensesa, por ejemplo, es de ella cuando era bebé junto a Orson Welles. "A los 17 años entré un día en la biblioteca de casa y me encontré a Sean Connery", recuerda, "me quedé alucinada; qué guapo era".
Su bisabuelo fue quien compró las tierras en las que se ubica La Gavina –maticemos: las recibió como pago de una deuda- y su abuelo construyó el complejo turístico, una urbanización que puso la Costa Brava en el mapa internacional. El padre de los Ensesa dio un impulso, sobre todo haciendo rendir económicamente otras empresas de la familia. Los herederos, Julia, Carina, Josep y Virginia siguen al frente del hostal, cuarta generación, controlando los detalles, como lo ha hecho su familia desde 1932, cuando se inauguró. Y si antaño era la Gardner quien se bebía el bar entero, ahora son otras estrellas que hacen lo propio. Aunque ya no consuman tanto alcohol como Ava.
El año pasado, Lady Gaga cantó junto a Tony Bennet en el Festival de los Jardines de Cap Roig, en Calella de Palafrugell, y se alojó, claro, en La Gavina. La diva pop pidió diez botellas de agua de marcas distintivas y no abrió ni una. Los responsables del hotel se volvieron locos para encontrar todas esas etiquetas tan originales que la cantante impuso al servicio. Para ni siquiera abrirlas. Lo cuenta Carina Ensesa muerta de risa. Están más que acostumbrados a estos líos.
Sentada a la mesa del Candlelight, el mejor restaurante del hotel, cuenta anécdotas de su familia, historias que no se pueden desvincular de las gruesas paredes que las escuchan. Los hermanos han invitado a un grupo a cenar en el restaurante que acaban de renovar con la contratación del chef Romain Fornell como asesor de toda la oferta gastronómica del grupo. Julia y Virginia se han encargado de la decoración del restaurante insignia, incluso de escoger la maravillosa vajilla, y Fornell ha puesto su talento de estrella Michelin –otorgada a su restaurante Caelis de Barcelona- para crear una carta excepcional –además supervisa todo lo que se sirve hasta en el desayuno-.
Carina degusta un San Pedro con velo de estragón, celeri y judía verde, uno de los platos estrella de la carta del Candlelight, y admite que les ha costado mucho cambiar el restaurante. Quieren que sea un referente en la Costa Brava pero se han reservado el derecho a pedir que algunos platos históricos, aquellos que les gustaban ya de niños, se mantengan. Como las Scampi, un plato que se mantiene en la carta.
Aunque a Carina lo que más le gustaba de pequeña eran las meriendas en el Dorchester. Sí, ese Dorchester, uno de los hoteles más lujosos de Londres. Lo recuerda con una sonrisa elegante y despreocupada, esa sonrisa que suelen lucir los ricos de cuna. Ella disfrutaba con los clásicos sándwiches que prepara el establecimiento cuando su padre la llevaba de viaje. Solía hacerlo con sus cuatro hijos. "Era un premio", dice Carina, "el hermano que mejor se portaba viajaba con papá".
Tienen anécdotas en todos los mejores hoteles del mundo, del Crillon de París al St. Regis de Nueva York. Ahora, los hermanos siguen disfrutando del lujo ajeno y cada año organizan un viaje los cuatro para visitar alguno de esos cinco estrellas gran lujo de impresión. En sus visitas se fijan en cada detalle y aprovechan para revivir historias y personajes familiares. Como Selwyn Lloyd, ministro británico, miembro de la Cámara de los Comunes, y "un tío abuelo" para los Ensesa. El conservador Lloyd pasaba los veranos en La Gavina y se convirtió en un miembro más de la familia.
Como ese empresario de medios de comunicación "de entre 42 y 45 años" que cada agosto se instala en el hotel con su mujer y sus hijos. "No diremos su nombre, le tenemos un cariño especial, es como de casa", dice Carina. "No hablamos de los famosos actuales porque uno de los motivos por los que escogen este hotel es por su privacidad, es como un oasis para ellos", añade Virginia.
En un oasis se debió sentir Liz Taylor en 1959 durante el rodaje de De repente, el último verano (adaptación de Joseph L. Mankiewicz de la novela de Tennesse Williams con Katherine Hepburn y Monty Clift). La Taylor viajó a la casi desierta Costa Brava con Eddie Fisher, su marido de aquella época. "Verla tan bella, pasear entre las arcadas de la entrada del hotel… Ah, qué maravilla", suspira Josep Ensesa. Es una maravilla, cierto, poder entrar en un lugar en el que uno se siente una auténtica diva. Es un oasis, un espejismo. Aunque para los Ensesa es su vida. Vida de diva.