¡Docuficción, la de atentados (catódicos) que se cometen en tu nombre! ¿El último? Centro médico, en La 1. Formato de chichinabo, rebosante de Flutox, Couldina, Dalsy y Betadine, que recrea cada día (¡qué cruz!) historias basadas en “casos clínicos reales, curiosos y atractivos”. ¿Es tan grave como parece, doctor Gregory House? ¡Porque esto no deja de salpicar pus y de hacer chof, chof, chof, chof! Pues sí. Mortal de necesidad. Una movida gordísima. Es escuchar las palabras ‘real’, ‘curioso’ y ‘atractivo’ en la misma frase promocional de un bodrio televisivo, y empezar a sentir diarreas, vómitos, fiebre y dolores de todo tipo. Huyo por ello de las historias basadas en hechos reales como del virus del Ébola. ‘Et voilà!’
Ayer mismo, sin ir más lejos. No tenía yo nada mejor que hacer, a las 18:25 horas de una tarde soleada en Madrid, que comprobar, zapeo mediante, de qué va esto de ‘Centro médico’ y a qué lumbreras se le ha ocurrido plagiar (¡ups!, perdón, adaptar) una idea (nada original; porque tampoco es que abunde la creatividad en nuestra televisión pública). En qué momento se me ocurrió hacerlo…
Digamos, sin demasiada acritud, que parece de coña. Se mezclan, en un batiburrillo en el que resulta difícil mantener la atención, patéticos actores y médicos de pega en algo que, al final, no sabes si es el esperpéntico ‘remake’ de un episodio de House, los prolegómenos de una peli porno amateur o un gag de Faemino y Cansado. Dudas, a verlos así, de sopetón, entre reír y llorar. Hasta que compruebas que van totalmente en serio.
Luisa, una ‘jovencera’, se planta en el centro médico hasta las trancas de farlopa en mal estado. Otro, un tal Daniel, lo hace acompañando a su abuela Nati para recibir un diagnóstico de lo más chungo. “Los datos revelan que la quimio no está reduciendo el tamaño del tumor”, dice el médico, y se queda tan pancho. Pues vaya jodienda. “Tata, ¿tú quieres seguir con la quimioterapia?”, insiste Daniel. Y ella empeñada en que sí. Hasta que Daniel (ay, pobre) empieza a tartamudear de repente y el médico le deriva a una psicóloga.
Volvemos a Luisa, que anda bastante chunguilla por culpa de tanta ‘dronga’. El doc suelta un contundente: “Mira, pequeña, no quiero meterme donde no me llaman pero he tenido compañeros de facultad que han perdido una brillante carrera por culpa de la coca”. Ahí queda eso. Dan de alta a Luisa, que llama a su ‘compidrogui’, un tal Rubén, para pedirle que la vaya a buscar en moto. Pero el tío dice que no, que coja el metro. Y ahí lo dejan.
Daniel, con la psicóloga. Va a peor el chico. Hasta el borde de la desesperación. De pronto, se cuela un hípster con bata blanca meditando y una enfermera comiéndose un yogur. “Probé la zumba. Te vendría bien”, le dice ella a él. Y ahí es cuando uno empieza a plantearse seriamente conocer en persona al responsable de tan infumable astracanada. Mientras tanto, Nati, la abuelita de Daniel, empieza a superar lo suyo y se dispone a entrar en quirófano.
Y Luisa vuelve, otra vez, con dolores de cabeza por culpa de la ‘drongaína’. Aunque esta vez lo hace acompañada de su compañero de piso, un tal Nando. Resulta que Nando está enamorado (en secreto) de Luisa. Pagafantas que nos ha salido el chico. Y que la culpa no es de la cocaína, ni del chachachá, sino de unos cardos en conserva que compartieron ambos. Lo de Daniel empeora. Resulta que su tartamudez es debida a un trauma que tuvo de niño. No era más que un chiquilín cuando vio a su abuela, Nati, envenenar las acelgas del abuelo. Como para no tartamudear un poco. Un dramón. Basado en un hecho real, pero dramón al fin y al cabo.
¡Docuficticiamente, decido apagar, de un certero patadón, mi televisor! No sin antes repasar el árbol genealógico del responsable de la programación vespertina de TVE. ¡Dormirás a gusto, amiguete! No existe cura eficaz para este Centro médico de soplapollez extrema. Lo sentimos mucho. Le damos una semana de vida. Tartamudeces y botulismos, aparte.