Las grabaciones del CNI al rey Juan Carlos I han puesto de manifiesto lo que ya adelantó EL ESPAÑOL en el mes de enero: la decoradora Marta Gayá fue el gran y verdadero amor del rey desde que comenzó su relación de “amistad” en el año 1989, tanto que llegó a perder la cabeza por ella e incluso hizo tambalear al Gobierno cuando el jefe de Estado viajó a Suiza a apoyarla en unos momentos muy difíciles para ella. Su historia fue larga y llena de altibajos y polémicas.
Mallorquina de nacimiento, divorciada, cuerpo esbelto, 1,75 centímetros de altura, sonrisa franca, ojos negros, aunque a veces utilizaba lentillas de color verde. Hija de Fernando Gayá, un hotelero mallorquín, que fue dueño del Hotel Villamil, antiguo palacete reconvertido en residencia en la muy turística Peguera, en el suroeste de la isla, y propietario de una industria de cementos y hormigón. Todo ello le permitió a Marta tener una infancia y adolescencia plácida. Estudió en el Colegio del Sagrado Corazón de Palma, colegio ‘chic’ femenino en el que iba toda la nobleza de Palma, los llamados “butifarrados”. Allí Marta aprendió todos los modales que posteriormente le sirvió para relacionarse y comportarse como una perfecta aristócrata. Posteriormente marchó a Barcelona donde se fue formando como decoradora. A finales de los años 70 se casó con el ingeniero industrial Juan Mena, que para entonces trabajaba para el padre en su cementera. Su relación sentimental con Mena duró apenas 3 años.
En aquellos años comenzó a frecuentar la noche mallorquina y a codearse con los creadores de la marcha de la plaza Gomila de Palma, que tenían como su centro de reunión en el local de la antigua discoteca Rodeo. Marta Gayá comenzó a conocer a los que luego compondrían su círculo de amigos íntimos y con los que también se reunía en el Sporting Club, un club de tenis situado a escasos metros de Puerto Portals.
Sus grandes amigos que la introdujeron en el círculo de la jet fueron Rudy Bay, ex propietario de la compañía de vuelos Spantax y su esposa, Marta Girod, hermana de Janine, entonces compañera sentimental del que fue presidente del Real Madrid Ramón Mendoza. Marta solía salir a navegar en la lancha cigarette de los Bay y compartió muchos viajes naúticos con otros amigos del entonces monarca. Así Marta Gayá formó parte del núcleo duro de amistades que rodeaban al Rey Don Juan Carlos en Mallorca, junto al príncipe Tchokotua y su entonces mujer, Marieta Salas, o el aristócrata-escritor José Luis de Villalonga.
Un grupo en el que el primer requisito era la discreción, y en el que entraban y salían “otros amigos” dependiendo de su “prudencia”. Cualquier filtración o rumor era suficiente para que se le “expulsara” del mismo. En este punto Marta Gayá siempre ha procurado cumplirlo a rajatabla, aunque no evitó que su relación fuera vox populi en Mallorca y por ello, como muchos otros, fuera grabada por el CNI. Una de las cintas ha puesto de manifiesto lo que el hoy rey emérito sentía por ella.
El primer medio en publicar algo sobre el amor mallorquín del Rey fue la revista Tribuna, dirigida por el fallecido periodista Julián Lago, aunque muy solapadamente. El rey empezó a perder la cabeza rápidamente por ella. Por entonces don Juan Carlos acababa de entrar en la cincuentena. Tras más de 25 años de matrimonio con la reina Sofía, y una lista de amantes a la cual nadie se aventura ya a poner cifras, empezó a pasar muchos fines de semana con Marta Gayá y otros períodos no vacacionales. El monarca empezó a descuidar las obligaciones familiares e, incluso, las oficiales. En un principio sus encuentros eran protegidos con gran cautela. Los periodistas que cubrían la información en Mallorca siempre estaban atentos a cualquier salida de don Juan Carlos, pero nunca públicamente se le vio con Marta.
Fue la atracción que el uno sentía por el otro lo que hizo que el secreto durara poco. El viernes 29 de junio de 1990, con ocasión de las regatas de la Copa del Rey, don Juan Carlos ofreció en el Beach Club de Mallorca una cena en honor de Karim Aga Khan y de Alberto de Mónaco. Allí saltó la sorpresa. Fue la reina Sofía una las primeras personas en enterarse. Asistían al convite unos 200 comensales, y cuando todos estaban ya sentados, llegaron el rey, la reina y sus invitados ilustres. Sin embargo, todavía había una mesa vacía. Ya casi en los postres, se presentaron José Luis de Villalonga, Marta Gayá y el príncipe Tchokotua con su mujer, Marieta Salas. Y en lugar de enfadarse, el rey se levantó de la silla y fue a saludarles efusivamente, gesto que denigró a la reina. Los presentes comentaron que aquello era hacer más o menos pública la relación de don Juan Carlos con Marta Gayá. En círculos monárquicos se consideró que no había otra explicación a la falta de tacto que había mostrado con la reina. Desde entonces Doña Sofía siempre sospechó.
Pero la aventura con Marta Gayá se convirtió en un problema meses más tarde. En primer lugar, porque las relaciones del monarca siempre habían sido más breves e intermitentes, y ésta empezaba a tener más intensidad y duración. La relación parecía más seria de lo normal, y podía hacer temblar hasta la estabilidad del matrimonio real. Marta, señora adscrita a la burguesía mallorquina, llevó aquello muy discretamente a pesar de ser un secreto a voces del que siempre se habló en los círculos monárquicos. Hasta se habló de una hija nacida de esos amores en Suiza el año en que el rey desapareció. La propia Marta Gayá siempre intentó evitar dañar lo más posible a doña Sofía. Los encuentros tenían lugar preferentemente en Mallorca, en Gstaad (Suiza) o en París, donde ella se instalaba en casa de José Luis de Vilallonga y de su segunda esposa, Silyanne, a la espera de ser llamada por Su Majestad.
Pero la relación empezó a tener consecuencias políticas y se convirtió en un serio conflicto cuando el rey desapareció del mapa. Fue el expresidente socialista Felipe González quien el 18 de junio de 1992 a la pregunta de un periodista sobre el nombramiento del ministro que sustituiría en Asuntos Exteriores a Francisco Fernández Ordóñez, tras la renuncia de este el 2 de junio de 1992, apenas dos meses antes de su fallecimiento, quien levantó las sospechas: "No he podido hacerlo porque el rey no está". Pero don Juan Carlos no tenía ningún viaje previsto en la agenda oficial. La excusa fue que el monarca estaba en Suiza para someterse a un chequeo rutinario. Sin embargo, Fernández Campo desmintió la noticia al día siguiente en la radio, y dijo literalmente sobre el viaje: "Bueno, lo que yo creo y lo que se me ha dicho es que está descansando, un pequeño descanso, descanso de montaña que le viene muy bien". La opinión pública ya dudaba y se produjeron todo tipo de suspicacias. Otra vez Sabino Fernández Campo entró en escena y recomendó a don Juan Carlos que volviera rápidamente a España. El rey se encontraba en Suiza, en una localidad próxima a Saint-Moritz, junto a Marta Gayá y su amigo el príncipe Txokotua, para animar a la decoradora catalana que había sufrido una crisis de ansiedad tras vivir en directo la muerte en accidente de coche de los amigos de ambos, el propietario de la compañía Spantax, Rudy Bay, y de su compañera Marta Girod.
Don Juan Carlos regresó el sábado 20 de junio por la mañana, despachó con Felipe González antes del mediodía y comió en privado con el presidente de Sudáfrica, Fredierik De Klerk, que estaba en Madrid de visita oficial. Por la noche ya estaba de nuevo en Suiza. Dejó plantada sola a Doña Sofía, entre lloros, en la celebración familiar del último aniversario de don Juan, que cumplía 69 años, y que se celebró en el Club Financiero de la calle Génova de Madrid, junto a la Plaza de Colón. La reina, al día siguiente, presidió, sustituyendo al monarca, la apertura de la Cumbre Iberoamericana. La desaparición del rey desde el 15 al 23 de junio, víspera de su santo, levantó por primera vez en España todo tipo de especulaciones sobre una supuesta relación extramatrimonial. Y la polémica ya no se detuvo.
Días después, el diario ‘El Mundo’ publicaba que, como consecuencia de la escapada, se había incurrido en un presunto delito de falsificación de documento público. Según se reflejó en el BOE el rey había firmado una ley en Madrid (la sanción real de la ley de creación de la Universidad de La Rioja) el día que estuvo en Suiza (el 18 de junio). "O el lugar es falso, o la fecha es falsa o la firma es falsa", señalaba el medio. Y además advertía que, aunque el rey no está sujeto a responsabilidad según la Constitución, el presunto delito se correspondía, atendiendo al Código Penal, con una pena de entre 6 y 12 años de prisión mayor.
El escándalo continuó, y cuando parecía que ya todo se había calmado, a primeros de agosto el semanario parisino Point de Vue abrió una nueva brecha entrando en las intimidades de la familia real española, entre ellas las supuestas relaciones de Don Juan Carlos. Point de Vue había telefoneado a la clínica en la que el Rey había estado supuestamente descansando en Suiza y les colgaron el teléfono apresuradamente. Días más tarde, el 18 de agosto de 1992, la revista italiana Oggi publicaba un reportaje sobre las relaciones del rey con Marta Gayá. Al día siguiente, lo reproducía El Mundo en una nota de portada, ampliada con más información en el interior. El reportaje del diario español provocó las iras del rey Juan Carlos. Pero escasos días después salía publicado en la revista Época, en portada, la foto de Marta Gayá con un titular contundente: “Atribuyen al Rey una relación sentimental con Marta Gayá”. La confirmación pública de esta supuesta amistad provocó un terrible abatimiento en la reina Doña Sofía, algo similar a lo que ha ocurrido actualmente tras la aparición de nuevo en la prensa de su relación con la vedette Bárbara Rey.
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Los servicios secretos españoles acusaron al exbanquero Mario Conde de la filtración, también en el caso de Bárbara Rey estuvo de por medio. Con la vedette ya fue alternando encuentros esporádicos en esas fechas. Sin embargo, el expresidente de Banesto culpó a Sabino Fernández Campo del desaguisado, cosa que después sirvió a Conde para recomendar al rey que lo cesara del cargo, algo que ocurriría un año después, y situar en el puesto a su fiel acólito Fernando Almansa. Después de ese verano tumultuoso, Marta Gayá dejó de aparecer en las primeras planas de la prensa española. Marta vive actualmente a medio camino entre su piso en un barrio céntrico de Madrid y su apartamento en Palma. Viaja a menudo a Miami con su amigo el galerista mallorquín Joan Guaita. Parte del verano se aleja de Mallorca y suele pasarlo con el matrimonio Bergareche en las Islas Griegas.