Con muy pocos días de distancia hemos asistido al homenaje al rey padre, que cumplía 80 años, y asistiremos el próximo martes a la exaltación del rey sin más, del monarca con mando en plaza, que cumple medio siglo. Felipe VI (49 años) ha aprovechado la oportunidad para resaltar la buena salud de la monarquía imponiendo a su hija Leonor (12), princesa de Asturias, su sucesora, la Insigne Orden del Toisón de Oro, la más alta condecoración de la monarquía española en un solemne acto que tendrá lugar el día 30, en el Palacio Real.
La coincidencia en el tiempo y en el espacio de Don Juan Carlos (80) y de Don Felipe –el Emérito sigue viviendo oficialmente con su esposa en el palacio de la Zarzuela aunque recale poco en ella procurando no coincidir con la reina Sofía (79)–propicia las comparaciones entre ambos y la forma en que se relacionaron cuando Don Felipe era, como príncipe de Asturias, poco más que una promesa.
Don Juan Carlos, consciente de su compromiso con la consolidación de la monarquía, se ocupó de que su heredero estuviera presente en los actos de palacio, en sus audiencias, despachos con los ministros y demás ceremonias propias del cargo así como en acontecimientos que ponían en peligro la institución y la propia democracia como el golpe de Estado del 21 de febrero de 1981, cuando el príncipe solo tenía 13 años.
La oposición de don Juan Carlos a las tres novias formales de Felipe
En la juventud de este lo que marcó las relaciones entre padre e hijo fueron los noviazgos de este y la oposición de aquel a todas sus novias, especialmente a las tres últimas, las más formales: Isabel Sartorius (52), a la que se opuso por hija de divorciados; a la noruega Eva Sannum (42) por ser modelo de ropa interior, por su modesta procedencia social, por su religión luterana y por el divorcio de sus padres; y a Letizia Ortiz (45) por plebeya, divorciada, y por su vida agitada y libre de prejuicios. La oposición paterna llevó a momentos de extrema tensión que a punto estuvieron, en el caso de Isabel Sartorius y de Eva Sanum, de provocar la renuncia de Felipe a sus derechos como sucesor de la Corona y que se plantó definitivamente, amenazando con ello, ante la oposición del Rey a su matrimonio con Letizia Ortiz. En las monarquías las relaciones amorosas se convierten en razón de Estado. Como decía Carlos Marx "En los reyes el acto sexual es el supremo acto del Estado". "Es una muestra —me comentaba el catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo— de cómo el idealismo puede acabar en el materialismo más grosero".
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Letizia, la revolución del príncipe
Lo cierto es que don Felipe echó un pulso a don Juan Carlos. Fue a por todas, haciendo notar que si la familia se oponía, él renunciaría, si fuera menester, a la condición de príncipe heredero. Ya había amagado, como hemos dicho, con Isabel Sartorius y con Eva Sannum, pero con Letizia no estaba dispuesto a escuchar razones de Estado. Se casaría con Letizia por amor, como los pobres. El padre maldecía por los pasillos de palacio mientras la madre, a quien le gustaba aún menos que al Rey la prometida del hijo, hacía de tripas corazón embargada por la devoción que siente por su niño.
El Rey, a quien le resultaba violento plantearle directamente la cuestión a su hijo, se sirvió de distintos intermediarios e incluso utilizó el procedimiento, ya empleado en otras ocasiones, de enviarle mensajes en la prensa por medio de profesores y otra gente de bien. A ello se prestó, entre otros, Carlos Seco Serrano en ABC, con cuyas tesis se alineaba también, por libre, Jorge de Esteban en El Mundo.
Don Felipe reaccionó planteando su caso a los cuatro presidentes de Gobierno que en la democracia han sido, a quienes expuso sus razones: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González (75) y José María Aznar (64). Todos le aconsejaron que no siguiera adelante con sus planes matrimoniales con Eva Sannum. Felipe González se mostró más comprensivo: "Si al príncipe se le reconoce la capacidad de ejercer la Jefatura del Estado, también se le debe reconocer el derecho a escoger su futura esposa".
Sin embargo, matizó sus palabras posteriormente en el libro que escribió mano a mano con Juan Luis Cebrián (73), El futuro no es lo que era. El dirigente socialista justificó el consejo inicial por su deseo de "aliviar la posible tensión" pero concluyó temiendo que "desde el punto de vista institucional pudiera crear problemas ese matrimonio". El futuro de la institución, comentaba González en el libro aludido, "intriga". No se hablaba mucho hasta ese momento y se ha hecho "en un contexto enrarecido y bastante oportunista". Para el líder socialista no había duda: "Se está debilitando el papel de la monarquía, y ésta será una cuestión difícil para el próximo presidente, sea de izquierdas o no".
Los reyes ganaron los dos primeros asaltos, Sartorius y Sannum, pero tuvieron que rendirse en el tercero ante, Letizia Ortiz, la más inconveniente para el real criterio. Eva Sannum fue el ensayo general del noviazgo con Letizia, en el que don Felipe se plantó: "El príncipe se plantó con Letizia —opina Luis María Ansón (82)— porque seguramente estaba más enamorado que nunca y más de verdad y tenía edad ya para decir 'esto va adelante'".
"O Letizia o lo dejo todo"
La elección e imposición de Letizia Ortiz contra viento y marea, contra la opinión de los reyes y del entorno de la Casa Real, fue el manifiesto del príncipe, un acto político de notable importancia. Una revolución. En las monarquías los acontecimientos privados de los reyes y de los llamados a la sucesión de la Corona se convierten por su propia naturaleza en actos políticos. Fue un manifiesto en tres actos con nombres de mujer: Isabel, Eva y Letizia. En los dos primeros el príncipe cedió de mala gana. En el tercero se plantó. "Esto es lo que hay; o esto, o lo dejo todo. Esta vez estoy dispuesto a dejarlo todo". Éstas fueron, según Pilar Urbano, las categóricas palabras de Don Felipe.
Felipe perdió el oremus y el avión
Con Letizia, Felipe perdió el oremus hasta el punto de incumplir sus obligaciones institucionales. Tras una noche de loca pasión con la periodista en un hotel neoyorquino, el príncipe dejó pasar aquel 12 de octubre de 2003 el avión que garantizaba con cierta holgura su puntual presencia en el desfile militar por el Paseo de la Castellana. Un desfile conmemorativo de la fiesta nacional, un acto de gran simbolismo y una de las obligaciones más sagradas en la agenda de la familia real. Un retraso del siguiente avión, posibilidad con la que siempre hay que contar, le impidió llegar a tiempo al desfile, aunque pudo estar presente, limpio, gallardo y sonriente en la recepción de palacio.
Hay, sin embargo, quien interpretó el retraso como un gesto de rebeldía, y Francisco Umbral llegó a utilizar la expresión "golpe de Estado contra el padre”. El Rey terminó tragando con la periodista asturiana y la Reina puso al mal trance buena cara.
Su oposición a Letizia tenía su origen, además de en su larga convivencia anterior y divorcio, en haber vivido como una chica de su tiempo, de ascendencia familiar de clase obrera. "¡Vaya familia!", exclamaba un amigo del Rey al autor de este artículo.
Una de sus antiguas compañeras se indignaba ante los monárquicos que se horrorizaban de que los reyes tuvieran que alternar con el taxista o la enfermera. "¡Vaya familia la de los Borbones! ¡Dios, qué familia!", exclamaba la excompañera de Letizia. En cuanto a los antecedentes morales de los miembros de la dinastía no le faltaba razón, y desde luego no se la quitaría Blasco Ibáñez, quien en 1901 escribía:"[...] esa familia de Borbón, azote de los pueblos, calamidad de las naciones, plaga funesta, baldón del linaje humano [...].Aquí la monarquía lleva la intranquilidad, el llanto, la tristeza, la muerte a cuanto toca. ¡Funesta familia! Sus bodas o son piedra de escándalo, como la de Isabel II con su primo Francisco, del que vive en París divorciada, o son sangrientas, trágicas, terribles [...]. Funesta familia, sí, la familia Borbón, que tras llenar toda la historia del pasado siglo con rebeldía de los hijos contra los padres, de los hermanos contra los hermanos, de liviandades de sus reinas, de gazmoñerías estúpidas y fanatismos ridículos, de crueldades feroces, de guerras civiles, inmoralidades y todo género de males [...]. Por fortuna el país despertará y comprenderá por fin que no puede ser grande, ilustrado, trabajador, honrado si no prescinde de la monarquía y se libra de una vez para siempre del fatal influjo de los Borbones". (Vicente Blasco Ibáñez. Artículo publicado en el diario La Trona el 14 de febrero de 1901, bajo el título Boda sangrienta).
La verdad es que el "pasado" de Letizia gana muchos puntos respecto al del príncipe. A la actual reina se le reconocen sucesivos novios «serios», gente que trabajaba, un profesor y un periodista, ambos escritores y con quienes mantuvo una relación madura, a diferencia de las correrías del heredero por las discotecas, a chica por noche, y a quien tampoco faltaron relaciones estables de todos conocidas.