Este pasado 29 de junio de 2022 se cumplieron 28 años del emblemático e histórico día en que Diana de Gales se vengó públicamente de su, por entonces, marido, Carlos de Inglaterra (73 años). Y lo hizo como se suelen emprender las grandes vindictas: con astucia, frialdad y mucha inteligencia.
Aquel día de 1994, el príncipe Carlos, e hijo de la reina Isabel II (96), concedió una épica entrevista en el canal de televisión inglés ITV con la intención de limpiar su imagen pública tras su reciente separación de Lady Di. Un calculado movimiento que, con la historia en perspectiva, muchos entendidos consideran que se le volvió del revés. Carlos confesó, sorpresivamente, que le fue infiel a Diana de Gales.
"Fui fiel hasta que tuve claro que nuestro matrimonio estaba irreparablemente roto. Lo que me ha pasado a mí le ha ocurrido a la mitad del país", respondió, como recuerda ahora un perfil de Twitter especializado en la corona británica. Aquella frase supuso todo un escándalo y zarandeó los cimientos de la Familia Real británica. Una humillación pública, según la historia, para una Lady Di rota, con su matrimonio hecho añicos y dos hijos en común, Harry (37) y Guillermo (40).
En aquella interviú, el Príncipe destapaba, pues, su historia de amor extramatrimonial con Camilla Parker Bowles (74). Para colmo de males, ese mismo 29 de junio, por la noche, Lady Di tenía agendado un importante evento solidario organizado por la publicación Vanity Fair, en la Serpentine Gallery, celebrado en los Jardines de Kensington. Podría Diana de Gales no haber acudido, pretextando cualquier excusa.
De hecho, lo dudó muy mucho, como confesó su mayordomo, Paul Burrell, en Secrets of the Royal Dressmakers, emitido por la cadena británica Channel 5: "El príncipe de Gales había decidido que iba a contarle al mundo que había cometido adulterio con Camilla Parker Bowles en la televisión pública. Así que Diana me dijo: 'No puedo ir. No puedo dar la cara sabiendo lo que Carlos acaba de decir. Y de todos modos, no tengo nada que ponerme'".
Se entiende rabiosa al tiempo que humillada, Lady Di acordó con su estilista, Anna Harvey, un cambio de estilismo de última hora. Tenía pensado ir vestida de Valentino, pero optó por un diseño bastante controvertido. Era el momento de rescatar de su armario un vestido especial, que la princesa nunca lo había llevado por considerarlo demasiado atrevido.
Ese vestido transgredía, además, todas las normas de protocolo de la Casa Real británica. El color negro sólo debía usarse para asistir a funerales, pero Diana de Gales quiso vengarse de su forma y modo más personal. No en vano, enseñó sus largas piernas y sus hombros. Todo un atrevimiento que hizo historia. El diseñador del vestido era Christina Stambolian y la Princesa tenía claro que no deseaba pasar inadvertida.
Era su momento, su respuesta y resarcimiento público ante unas palabras que le hirieron el alma y el pundonor. El vestido de Stambolian elegido por Diana marcó una transformación en su forma de vestir. A partir de ese día, los estilismos de Lady Di abandonaron el característico estilo más clásico y preppy, que la conferían un aspecto aniñado marcado por los cuellos bobo, los volantes y los estampados; y, adoptaron, un estilismo más distinguido.
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La prenda, que combinó con medias negras transparentes, unos clásicos stilettos en la misma tonalidad y una gargantilla de perlas y un enorme zafiro en el centro, era una oda a la sensualidad y a la elegancia.
Estaba conformada por un corpiño fruncido y un escote bardot que, más allá de potenciar su silueta, dejaba al descubierto sus hombros y piernas; rompiendo con algunas reglas de protocolo que instan a que dichas zonas permanezcan cubiertas en actos de esta índole. La creación de la diseñadora abogaba por la asimetría, marcada por detalles drapeados (constituidos por sendas capas en un lateral) a lo largo de la falda, combinado con alguna abertura.
Dos cualidades que, en la actualidad, se hallan bajo la palabra tendencia. Más allá de su patrón, la tonalidad de este vestido de cóctel, también, sorprendió, pues no seguía el estudiado protocolo dictado por la Casa Real británica. Según dichas reglas, el negro es el único color que está reservado para las ocasiones de luto.
Lo que terminó por apodar a esta prenda como 'el vestido de la venganza', un traje que no cumplía ninguna de las etiquetas trazadas y que afianzaba la idea, mostrada en el documental The Story of Diana, de que Lady Di convirtió la moda en una de sus herramientas favoritas para comunicar. Según apuntan, a través de su elección de atuendo, trató de levantar su imagen y reputación, alejándose y rompiendo con todo lo estipulado.