El martes 10 de enero fallecía Constantino de Grecia, el último Rey sin reino, dejando a su familia desolada. Especialmente a su esposa, con quien estuvo casado casi seis décadas y tuvo cinco hijos. La reina Ana María (76 años) pierde al que ha sido su gran amor y ahora será su familia quien la arrope para afrontar su ausencia.
Siempre al lado de monarca, manteniendo su discreción como corresponde a una consorte, la vida de la cuñada de la emérita Sofía (84) ha estado marcada por el deber, el romanticismo y las dificultades. Princesa por nacimiento encontró a su príncipe azul en su adolescencia, se vio abocada al exilio estando embarazada y obligada a renunciar a sus privilegios.
Ana María Dagmar Ingrid de Dinamarca nació el 30 de agosto de 1946 en Copenhague. Es la hija menor del fallecido rey Federico IX y hermana de la actual reina danesa, Margarita de Dinamarca (82). No estaba destinada a reinar, pero el destino le puso en su camino la corona gracias a Cupido. Era todavía una niña cuando conoció a su primo, el entonces príncipe Constantino de Grecia, durante una visita oficial de los Reyes helenos a su país natal. Él tenía 19.
Fue precisamente en la boda de los eméritos Juan Carlos (84) y Sofía (84) el 14 de mayo de 1962 cuando se reencontraron y entonces surgió el flechazo. La belleza de Ana María era alabada en la época. Un año más tarde, ella y Constantino anunciaban su compromiso y el 18 de septiembre de 1964 se casaron. Hubo que adelantar el enlace, previsto para 1965 por el repentino fallecimiento del rey Pablo de Grecia, que provocó la ascensión al trono de su primogénito. Constantino reinó unos meses en soledad hasta que le dio el "sí, quiero" a su novia, que se convertía en consorte con sólo 18 años.
A los diez meses nació su primogénita, la princesa Alexia (57). Durante los primeros años, la Reina se volcó con los más desfavorecidos de su país de adopción a través de su propia fundación benéfica y brilló en todas y cada una de las recepciones oficiales. En mayo de 1967 llegaba Pablo de Grecia (51), el primer hijo varón de los Reyes y su heredero al trono debido a la ley sálica imperante, aunque por poco tiempo. El golpe de estado de los militares griegos forzó al exilio a toda la Familia Real a finales de ese mismo año.
El estrés que sufrió la reina Ana María por tener que abandonar Grecia de manera precipitada y con lo puesto hizo que perdiera el bebé que esperaba. La pareja y sus dos hijos recalaron en Roma (italia), donde fueron acogidos por diferentes familiares. Allí nació el príncipe Nicolás (53) y se marcharon después de seis años para poner rumbo a la capital danesa. La reina Ingrid abría las puertas del palacio de Amalienborg a su hija menor.
No sería su última parada, pues en 1974, bajo el amparo de la reina Isabel II, se instalarían en Londres, donde volvieron a sentirse cómodos y tuvieron una vida más plena y cómoda. Nada menos que 39 años permanecieron en la capital inglesa, instalados en un barrio de élite donde adquirieron una gran mansión para una familia numerosa como la suya, pues aún nacerían dos desendientes más, Teodora (39 y Felipe (36). Allí tuvieron muchísima relación con la Casa Real británica, especialmente con la princesa Diana de Gales, y recuperaron la pompa y el boato de la realeza. También recibieron las constantes visitas de la emérita Sofía. La sintonía entre Ana María y su cuñada siempre ha sido excelente.
Fueron tiempos felices para la viuda de Constantino de Grecia, pero más feliz fue aún el momento en que al fin pudieron regresar a Atenas, en 2013, aunque como reyes sin trono. Se instalaron en otra espectacular mansión ubicada en la Riviera Griega, en Porto Jeli, donde Ana María ha disfrutado plenamente del progresivo nacimiento de sus nietos. La nota agridulce de sus últimos años la puso el progresivo deterioro de la salud del monarca, de quien ha estado muy pendiente hasta el final de sus días.