"El arma secreta de Trump", "la auténtica primera dama en la sombra" o "la única capaz de domar a la bestia". Estos son algunos de los titulares que las cabeceras más importantes de la prensa estadounidense han utilizado para definir a Ivanka Trump (35 años).
La hermana mayor del clan ya tiene despacho al lado de su padre, pero esta vez no estará gestionando los negocios familiares en la Torre Trump, sino que lo hará como asesora de la mismísima Casa Blanca en la administración de su progenitor. Mientras sus hermanos se han quedado a cargo del liderato de las empresas que llevan su apellido, Ivanka sigue dejando claro que es el 'ojito derecho' del presidente.
El magnate siempre ha sentido debilidad por la mayor de sus hijas. De hecho, cuando aún era pequeña, Donald (70) presumía de su gran inteligencia en cada reunión que tenía con los altos mandatarios del país. Es precisamente esa confianza que tienen el uno con el otro la clave que permite a Ivanka saber cómo influir en el pensamiento de su padre y calmar sus aspiraciones demasiado radicales.
Tanto es así que hay medios que presentan a Ivanka como "lo contrario a su padre", porque, como no ocurre con Trump, la joven tiene todos los atributos para conectar con la gente y atraer al público gracias a su belleza, su posición de mujer poderosa en los negocios y su condición de madre y esposa. Sin embargo, sí que heredó una parte fundamental de su progenitor: el incansable espíritu de trabajo y el don negociador.
A los 25 ya se había comprado una casa y pagaba la hipoteca con el sueldo que ganaba "trabajando 13 horas diarias". Y es que en 2005, nada más graduarse con honores en Economía en la Universidad de Pensilvania, entró en la empresa familiar. Menos de dos años después, tras hacer valer su buen olfato para los negocios en la Organización Trump, creó una empresa de su propio nombre en la que diseñaba moda y complementos.
Nació en pleno corazón de Manhattan, rodeada de personas pertenecientes a la élite neoyorquina, y gracias a la buena posición económica de sus padres pudo estudiar en la Escuela Chaplin, donde tomó clases la mismísima Jackie Kennedy. Justamente se inspiró en el estilismo de esta exprimera dama la esposa de Donald Trump, Melania (46), quien ha quedado relevada a un segundo plano ante el carisma aplastante de la primera hija.
Frente al frágil carácter de Melania, Ivanka pisa fuerte y se atrevió incluso a tomar la palabra en varios mítines de su padre en plena carrera hacia la Casa Blanca mientras la eslovena permanecía entre bambalinas. La hija favorita del presidente ya apuntaba maneras en la campaña de Trump cuando no dudó en reivindicar la igualdad salarial para las mujeres y la conciliación para las madres. Es ese poder de palabra el que recuerda mucho a la figura de peso que se creó Michelle Obama (53) y que parece que Ivanka va a rescatar. Algo que no ocurre con Melania, que la única vez en la que se le otorgó protagonismo necesitó plagiar un discurso de la anterior primera dama para recibir el aplauso del público.
Ivanka nunca quiso ser una mujer florero. Por eso rehúye de quienes la quisieron comparar con Paris Hilton (36) y se levanta cada día a las 5:30 de la mañana para asegurarse estar lista para trabajar una hora después. Al contrario que la hija del dueño de los famosos hoteles, Ivanka no va de fiesta en fiesta, sino que aprovecha el reconocimiento de su nombre para dar voz a causas benéficas, incluyendo la Fundación de Policía de Nueva York o la venta de galletas a favor del cáncer infantil.
Además, mientras Paris Hilton se dedica a pinchar discos en lugares paradisíacos, Ivanka escribe libros. The Trump Card, fue su primera publicación en la que explica cómo conseguir el éxito tanto en la vida personal como profesional según sus experiencias, y el próximo mayo verá la luz su segundo libro, Women who work, en el que destaca la importancia de la labor de las mujeres y su necesario liderazgo.
Su obsesión por manifestarse del lado de las mujeres trabajadoras es algo que, según ella misma contó en un mitin, heredó de su padre ya que "su empresa es un ejemplo de igualdad y de apoyo a las minorías". Pero es que, además, es una madre preocupada constantemente por el bienestar de sus tres hijos - Arabella Rose (5), Joseph Frederick (3), y Theodore James (10 meses) - y una mujer felizmente casada con el también multimillonario Jared Kushner (36). Ivanka se convirtió al judaísmo por amor en 2009, cuando se casó con el empresario. A raíz de su religión intentan guardar los sábados para estar con la familia e incluso desconectar los aparatos electrónicos para centrarse únicamente en ellos.
Es precisamente por ese tipo de decisiones y de actos de amor por los que Ivanka tiene una imagen más 'humanizada' que su padre. Algo que, según los últimos pasos dados por la administración de Donald Trump al cederle a su hija un despacho en la Casa Blanca, ha supuesto un punto clave en la imagen pública que quiere mostrar el nuevo presidente.