Keeler-Profumo-Ivanov. Vaya triángulo amoroso para reventar los preceptos que erigían el mundo en la década de los 60, polarizado en el binomio Washington-Moscú de la Guerra Fría. La primera, cabaretera y acusada de espionaje; el segundo, ministro de Defensa conservador británico; el tercero, agregado naval de la Embajada soviética en Londres. El Gobierno inglés sufrió con este escándalo -equiparable al de la bailarina y espía Mata Hari- una de sus peores sacudidas en los años más críticos tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy, con motivo de su fallecimiento, se recuerda la figura de Christine Keeler (75 años), quien con su muerte se lleva a la tumba los detalles de un caso que muy cerca estuvo de cambiar el rumbo de la Historia.
Corrían los principios de los 60. El mundo se dividía entre el bloque occidental y el comunista. De forma soterrada existía una guerra en la que los diplomáticos eran los nuevos soldados. Por "diplomático" entendemos, por supuesto, "espía". La información era crucial para acabar con el enemigo. Y cualquier flirteo con la debilidad moral representaba un peligro para la seguridad nacional; al menos, así se entendía en esos tiempos.
En esas, surgió una figura inesperada en el Reino Unido. La de la cabaretera Christine Keeler. Nacida en 1942 en Uxbridge, una ciudad suburbana al noroeste de Londres, Keeler pasó por una trayectoria llena de obstáculos. Fue criada en el seno de una familia desestructurada. Su casa, construida por su madre y su padrastro, eran dos vagones de tren abandonados en Buckinghamshire.
Aquella niña de 9 años, la protagonista de esta historia, sufrió las consecuencias de la falta de atención y tuvo que ser atendida por malnutrición. A partir de ahí sufriría un rosario de lamentos que la empujarían a abandonar su casa a los 15 años para buscarse la vida en el corazón de Londres.
Camarera, asistenta... la precariedad laboral golpeó a Christine Keeler, con un futuro -y un presente- al borde del precipicio. Así se lanzó al abismo del Soho, el barrio prohibido en los términos morales de aquella época. Por entonces, a las chicas que trabajaban en este lugar se les conocía popularmente con el nombre de "modelos", aunque su actividad distaba mucho de este ámbito.
No tenía más de 15 años cuando, explotada sexualmente, quedó embarazada. Perdió el niño a los pocos días.
Fiestas sexuales, drogas y escándalos
Stephen Ward era un conocido osteópata británico. Con él debemos hacer el mismo ejercicio que se ha hecho a lo largo del texto. Si los espías se presentaban bajo la etiqueta de diplomáticos, y las chicas de alterne lo hacían bajo la de modelos, Ward también ocultaba bajo su oficio de osteópata una actividad encubierta: la de organizador de fiestas sexuales, en las que las drogas jugaban un papel fundamental.
Ward recorría habitualmente el barrio del Soho en busca de chicas jóvenes que participasen en sus eventos. Cuentan que enseguida se fijó en una chica de 16 años que trabajaba como cabaretera, desnudando su cuerpo ante babosos de la peor calaña. Era Christine Keeler. El osteópata la vio preparada -si es que se puede utilizar ese término- para codearse entre las más altas figuras políticas y sociales que acudían a sus fiestas.
Christine, que apenas sobrevivía en el Soho, se lanzó a los brazos de Stephen Ward.
Entre soviéticos y ministros
El osteópata y organizador de fiestas sexuales presentó a aquella joven entre los asistentes a sus fiestas. Christine, 18 años, no tardó en convertirse en una de las chicas más requeridas por los clientes. Según contaría décadas después en sus memorias, Stephen Ward le pidió que se acercase a dos figuras relevantes de aquellos actos: el conservador ministro de Defensa británico John Profumo y el agregado naval de la Embajada soviética en Londres Yevgeny Eugene Ivanov. Y lo haría, supuestamente, para conseguir información de ambas partes. En definitiva, para ejercer de espía.
El escándalo estalló en 1963 bajo el nombre del caso Profumo. La prensa británica se llenó de titulares que involucraban a los protagonistas de aquel triángulo: Keeler-Profumo-Ivanov. La moralidad imperante no aceptaba que el ministro de Defensa británico participase en orgías salpicadas por las drogas y el alcohol; pero era todavía más inaceptable que compartiese una mujer con el delegado soviético.
¿A qué información habría tenido acceso aquella joven inglesa que forjó su destino en el barrio del Soho? ¿Cómo podía estar al frente de Defensa un hombre casado y con hijos que por las noches saltaba entre las fiestas sexuales de Londres? ¿Qué facilidades habría encontrado el enemigo [la antigua URSS] al meterse en la misma cama que los dirigentes británicos? Todas estas preguntas, por supuesto, las trasladaba la ciudadanía del Reino Unido, con las máximas imperantes en esos tiempos.
El resultado fue catastrófico para el Gobierno de Harold Macmillan. El partido conservador, a cuyos miembros se les conoce popularmente con el nombre de los Tories, sufrió las consecuencias del mayor de los desprestigios: aquellos que estaban llamados a actuar con dureza contra los soviéticos flirteaban con las mismas mujeres que el enemigo.
A Profumo no le quedó otra salida que la dimisión. A la postre, el propio presidente Macmillan, debilitado, también presentó su renuncia en octubre de 1963.
¿Qué fue de los protagonistas?
La presión mediática, social y política desbordó a los protagonistas de esta historia. El osteópata Stephen Ward terminó suicidándose. El delegado soviético Ivanov prosiguió con su carrera diplomática. Y el ministro Profumo, en el destierro político, trató de recomponer su trayectoria desempeñándose en diferentes organizaciones caritativas; por esta labor terminaría obteniendo diferentes reconocimientos públicos.
Christine Keeler. Tuvo dos hijos fruto de dos relaciones diferentes: Jimmy y Julie. Pasó por diferentes platós televisivos y su vida siempre quedó marcada por el caso Profumo. En sus últimos años afirmó en varias ocasiones que no había mantenido relaciones con ningún otro hombre.
Afectada por una enfermedad pulmonar, murió este lunes en el hospital universitario Princess Royal de Farnborough.