"Tienes que creer en ti mismo cuando nadie más lo hace". Esta es una frase recurrente de la tenista Serena Williams, que este domingo 26 de septiembre cumple cuarenta años -aunque ella, como buena testigo de Jehová que es, no celebre nunca su aniversario-. Desde luego, los que conocen su historia saben que la estadounidense se ha aplicado siempre el cuento.
La de Michigan creció en Compton, en el extrarradio de Los Ángeles, en una época en la que aquella ciudad de mayoría negra era a menudo noticia por el elevado índice de asesinatos por violencia de bandas. Según ha contado la propia jugadora, aprendió a empuñar una raqueta antes incluso que a andar, lo que formaba parte de un curioso plan diseñado por su padre, Richard Williams, que varios años antes aprendió sobre tenis de forma autodidacta, empecinado en convertir a sus hijas en las mejores jugadoras del planeta.
Tras pasar varios años entrenando, casi a diario y junto a su hermana Venus, en pistas públicas de Compton o alrededores, Serena debutó en el circuito profesional con apenas catorce años. A partir de ahí, comenzó a coleccionar victorias y trofeos que la sacarían poco a poco de la pobreza y, ya en 2002, la catapultarían por vez primera hasta el número uno del ranking de la Women's Tennis Association (WTA), lo que a su vez llamó la atención de la prensa y le valió a la jugadora suculentos contratos con patrocinadores.
Pero no todo fueron alegrías para Serena, que lidió más de una vez con el racismo y la desigualdad, y en 2011 tuvo que ser hospitalizada de urgencia por una embolia pulmonar que la obligó a alejarse una temporada de las pistas. Aunque puede que nada de aquello sea comparable a aquel día de septiembre de 2003 en el que perdió de forma trágica a su hermana Yetunde -una de las tres hijas que Oracene Price (madre de Serena y Venus) tuvo con su primer marido-, muerta de un disparo en Compton con 31 años. A raíz del infortunio, Serena y Venus crearon y financiaron el Yetunde Price Resource Center, una organización benéfica para ayudar a mujeres y familias en riesgo de violencia.
Además de su vena filantrópica, Serena puede presumir actualmente de ser la atleta más rica del mundo. No en vano, lleva ganados cerca de 95 millones de dólares en premios -más que cualquier otra mujer en cualquier otro deporte-, y su fortuna se estima en más de 225 millones de dólares. A lo largo de todos estos años, la estadounidense ha ido poniendo en marcha diversos proyectos con los que dar rienda suelta a sus múltiples inquietudes. Por un lado, ha invertido parte de su fortuna en 34 empresas emergentes, y también en casoplones como el que adquirió en 2006 en el pudiente barrio de Bel Air, o aquella otra mansión de estilo español contemporáneo que compró en Beverly Hills poco antes de casarse.
Por el otro, Serena siempre ha sido una apasionada de la moda. Quizá por ello se matriculó en 1999 en una escuela de diseño de moda en Florida —donde ya entonces recibía clases su hermana Venus—, acogió con entusiasmo la invitación de sus patrocinadores (primero Puma y después Nike) para darles su opinión sobre las prendas que iba a lucir en la pista, y lanzó en primavera del 2018 su propia línea de moda.
La serenamanía es un hecho constatado. Serena levanta pasiones dentro y fuera de la pista, aunque la atleta más famosa de todas las épocas también se ha granjeado cierta fama de maleducada debido a sus esporádicos (y comentados) ataques de ira durante algunos partidos -episodios que, por cierto, han sido mencionados en no pocos artículos de prensa sobre el trato diferenciado que reciben esos arrebatos de los y las tenistas por parte de los árbitros-.
Asimismo, Serena ha protagonizado a lo largo de su carrera algunas de las mayores rivalidades de la historia del deporte. Ahí quedan para la posteridad sus feroces enfrentamientos con la ex jugadora María Sharapova (34). La mutua antipatía entre la estadounidense y la rusa dio que hablar durante años. Según la versión de esta última, todo empezó después de que consiguiera ganarle a Serena la final de Wimbledon del 2004. "Nunca más voy a perder contra esa puta niñata", cuenta Sharapova que la americana le comentó a un amigo suyo tras aquel partido.
Varios años después, un reportero de Rolling Stone echaría leña al fuego asegurando haber oído a Serena calificando a la rusa como una jugadora "aburrida", lo que provocó que Sharapova comentase en una rueda de prensa: "Si quiere hablar de cosas personales, a lo mejor debería hablar de su relación y de su novio [Patrick Mouratoglou], que estaba casado y se está divorciando, y es padre". Sea como fuere, ambas deportistas enterraron el hacha de guerra con los años. De hecho, las dos coincidieron hace escasos días en la Gala Met, donde compartieron unas risas y hasta se retrataron juntas.
Entrenada desde siempre por su padre, Serena dio un giro a su carrera en 2012. Aquel verano, conoció en París -donde tiene un apartamento- a Patrick Mouratoglou y, al poco, decidió sustituir a su progenitor por el técnico francés -con quien, además, la tenista vivió un romance que duraría un par de años-. Serena ha comentado alguna que otra vez que Mouratoglou la ayudó a recuperar su intensidad en la pista. Nada sorprendente, teniendo en cuenta que la estadounidense consiguió ganar diez torneos major en menos de un lustro.
Aunque aquella racha de buenos resultados llegó a su fin en la primavera de 2017, cuando la tenista anunció por accidente que estaba embarazada de su hija -tras apretar el botón equivocado y publicar una foto de su tripa en Snapchat-, y se apartó temporalmente de las pistas. El padre de la criatura, con quien Serena se casó en Nueva Orleans en noviembre de aquel mismo año, era el joven y rico emprendedor tecnológico Alexis Ohanian, cofundador de Reddit.
Después de dar a luz a su hija Olympia, Serena se sinceró con los medios y desveló: "casi muero después de parir". Por lo visto, la estadounidense sufrió una terrible embolia pulmonar y se vio obligada a someterse a una cirugía después de que su herida de cesárea se abriera debido a la tos intensa que le provocaron aquellos coágulos en la sangre. La jugadora estuvo seis semanas en cama, pero logró sobreponerse a aquellas dificultades con la ayuda y cuidado de su gente.
Al poco tiempo, Serena volvió a la competición, dispuesta a regresar a la primera línea del tenis y con ganas de seguir regalando a su legión de seguidores su enorme talento con la raqueta -aunque lo cierto es que ahora prefiere dedicar más tiempo a pasar el rato con su hija que a disputar torneos y, como consecuencia de ello, cada vez es más difícil verle el pelo por el circuito-.
Si hay algo claro es que, hasta el día en que decida colgar definitivamente la raqueta, hablar de Serena será hacerlo de la mejor tenista en activo. Una increíble deportista que atesora veintitrés títulos de Grand Slam, y está a uno del récord de la australiana Margaret Court -convertida hoy en pastora cristiana y conocida por asegurar que el matrimonio gay corrompe los países donde es legal-. Pero también una mujer valiente a la que no le tembló el pulso a la hora de reclamar la igualdad salarial para las mujeres negras, y que ha inspirado a muchas chicas jóvenes que se animaron a jugar al tenis tras verla competir o, simplemente, escucharla hablar.
Tal y como señala el escritor Gerald Marzorati en su libro Serena Williams, "su ascenso en la cultura popular favorecía un mayor interés y un mayor recelo ante quienes podían parecerse a ella, quienes procedían del mismo sitio que ella, quienes exhibían su misma valentía, quienes sufrían los mismos desengaños y cortes, quienes molestaban y enardecían como ella, quienes se imponían como ella, se rebelaban o rabiaban como ella. Que fuera capaz de sortear todo aquello seguramente hizo que otros pensaran: 'Si ella puede, yo también'". Y es que, por si no tuviera suficiente con ser la mejor jugadora de la historia del tenis femenino, Serena Williams también ha logrado convertirse en un enorme referente cultural.
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