El 24 de noviembre de 1991, Freddie Mercury moría en el dormitorio de su mansión londinense, a los 45 años, debido a una bronconeumonía provocada por el sida. Unos días antes, el artista se reunió con su representante para hablar de cómo podía revelar públicamente que estaba gravemente enfermo, dado que la prensa sensacionalista -a la que le encantaba hablar de su sórdida vida amorosa- llevaba ya un tiempo especulando con ello. Como resultado de esa charla, el líder de la banda de pop rock Queen accedió a redactar un comunicado de prensa que su agente publicitaria se encargaría de leer 24 horas antes de su fallecimiento.
"Respondiendo a las informaciones y conjeturas que sobre mí han aparecido en la prensa desde hace dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo el sida. Es hora de que mis amigos y mis fans en todo el mundo sepan la verdad y deseo que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta terrible enfermedad para luchar contra ella", rezaba aquel comunicado oficial. Un gesto que sirvió para que uno de los mayores talentos de la música pop de todos los tiempos se convirtiera también en un inesperado referente de la lucha contra el VIH, un extraño virus que no tenía -ni tiene- cura y en torno al cual había entonces muchos prejuicios y desinformación.
Un nuevo documental de la BBC, Freddie Mercury: The Final Act, aborda ahora la dura etapa final del líder de Queen, que compensó siempre su personalidad tímida fuera del escenario con un personaje imponente sobre él. Según la versión del peluquero y estilista Jim Hutton, su pareja durante sus últimos seis años de vida, Mercury decidió hacerse la prueba de detección de VIH en la Pascua de 1987, después de que dos de sus antiguos amantes falleciesen a causa del sida. Los análisis corroboraron los peores presagios. "La reacción de Freddie ante su enfermedad fue de total incredulidad", aseguraría luego Hutton.
Según su entorno, Mercury tenía en esa época los mismos miedos e inseguridades de todo hijo de vecino. Como temía la reacción que pudiera producirse en sus padres, solo confió su condición de seropositivo a tres personas: a Hutton, al mánager de su banda, Jim Beach, y a su amiga íntima Mary Austin -a quien dejó en herencia la mitad de su fortuna valorada en casi nueve millones de libras-, los derechos de autor de sus canciones y su espectacular mansión Garden Lodge-.
El documental cuenta con el testimonio de varios allegados al artista —como su hermana pequeña Kashmira, su amiga Anita Dobson o sus compañeros de banda Brian May y Roger Taylor— y arranca en 1986, cuando la gira europea Magic Tour (la última realizada por el grupo bajo su alineación original) alcanzó su clímax con aquel apoteósico concierto ofrecido en Knebworth Park.
El hecho de que Mercury dejase de dar conciertos, debido a su gran debilitamiento físico, prácticamente de la noche a la mañana, hizo saltar las alarmas de muchos. Además, el aspecto demacrado que lució en su última aparición pública, en la gala de los premios Brit celebrada en febrero de 1990, disparó las especulaciones sobre su supuesta condición de hombre seropositivo.
Pero a Mercury le costaba eludir el acoso de los ávidos paparazzi británicos, sobre todo, desde que un amante despechado, Paul Prenter, se hubiera dedicado a vender sus secretos sexuales a The Sun. "En 1990, los rumores del estado de VIH de Mercury provocaron que la prensa lo acosara en casa y lo emboscara en los aeropuertos; los escritorzuelos que antes celebraban sus excesos ahora lo tachaban de degenerado, y las fotografías en las que se le veía frágil y delgado llenaban las portadas", apuntaría luego el escritor inglés Dan Jones en un libro tributo a los iconos LGTBIQ+ que cambiaron el mundo.
Lo cierto es que Mercury pasó los tres últimos años de su vida prácticamente recluido en su casa londinense. Las habladurías y la persecución de los paparazzi fueron minando su moral, y todo ello fue lo que le llevó a tomar la decisión de escribir la nota con la que reconoció su condición de hombre seropositivo. Algo comprensible, teniendo en cuenta que el cantante se había esforzado siempre en proteger su privacidad y a quienes le rodeaban. Quizás por eso, nunca salió públicamente del armario ni mostró apoyo a organizaciones de concienciación del VIH —hay quien considera que el cantante trascendió su propia sexualidad y creó su propia versión de lo que significaba ser queer—.
A pesar de los estragos que la enfermedad empezó a causar en él, Mercury insistió en seguir haciendo música hasta el último aliento. De hecho, sacó fuerzas para viajar hasta Suiza, donde pudo grabar parte del que fue su último álbum, Innuendo. Aunque no fue tarea fácil: las sesiones de grabación duraron más de siete meses y los dolores resultaban ya insoportables para Mercury, que grabó la toma vocal de algunas de las canciones desde la cabina de control, porque no tenía fuerzas para trasladarse hasta la sala del estudio.
El melancólico disco fue publicado en febrero de 1991, pero el músico no tuvo fuerzas para acudir a la fiesta organizada para celebrar el lanzamiento. En mayo de aquel mismo año, Mercury sacó adelante también el que sería su último videoclip -correspondiente al tema These Are The Days Of Our Lives-, filmado en blanco y negro con el fin de ocultar la palidez que lucía el cantante. Durante la promoción de Innuendo, sus compañeros Roger Taylor (72) y Brian May (74) mintieron en varias ocasiones, en un intento por protegerle, cuando ciertos periodistas les preguntaron por el verdadero estado de Mercury.
"Freddie no tiene sida. Tan solo está pagando momentáneamente una vida salvaje de rockero", llegaron a comentar en una entrevista. Taylor confiesa en el documental de la BBC que "estaba absolutamente preparado para mentir hasta el último minuto. Él no quería pasar por la miseria de ser objeto de lástima o escrutinio cuando estás tan enfermo. Por eso lo anunció y, en veinticuatro horas, se marchó. Pensé que aquello fue probablemente el momento justo".
Lo cierto es que Mercury no quería morir. De hecho, pasó un tiempo luchando y fantaseando con la idea de encontrar una cura para el VIH, pero al final quiso dejar de sufrir. "Freddie no se hundió hasta las últimas semanas, cuando realmente se estaba muriendo", confesaría tiempo después Hutton, que heredó del cantante medio millón de libras esterlinas y falleció en su Irlanda natal, en enero de 2010, víctima de un cáncer.
El cantante se fue despidiendo poco a poco de sus allegados, y decidió dejar de recibir tratamiento contra el sida meses antes de morir. "En esa época, la medicación era muy complicada porque tenía muchos efectos secundarios", comenta el director de Freddie Mercury: The Final Act, James Rogan. "No era lo que es ahora. Los ojos le estaban fallando. Él sabía que solo había una forma en la que aquello terminaría. Había querido vencerlo, pero en ese momento todavía no había una perspectiva real de cura. Eso fue lo trágico de aquello".
Su cuerpo fue incinerado, aunque parece que Mercury nunca quiso que nadie supiera donde descansarían sus cenizas (su paradero sigue siendo un misterio). Varios días después de que el artista se marchase al otro barrio, los demás miembros de Queen aparecieron en televisión para protestar contra la homofobia que había precedido y seguido a la tragedia. "Se habló de 'Bueno, ya sabes, él era gay, se lo merecía, vivía ese tipo de estilo de vida promiscuo e iba a suceder. Nosotros pensamos: 'Dios mío, no tenéis ni idea de lo que realmente es esta enfermedad, y no sentís la moralidad de lo que estáis diciendo'", comenta ahora May.
En abril de 1992, May y sus compañeros de banda rindieron tributo a Mercury con un emblemático concierto de homenaje, celebrado en el estadio londinense de Wembley y transmitido en 72 países, que lograría reunir a estrellas de la talla de Elton John (74), David Bowie, George Michael, Metallica o Liza Minelli (75). Resulta difícil imaginar una mejor forma de festejar el paso por este planeta de un hombre que con su actitud vital y talento artístico ha influido en todas las generaciones desde los años setenta hasta hoy.
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