La desgraciada vida de Jackie Kennedy: de la muerte de su hijo a las infidelidades y el asesinato de su marido John
Este domingo, día 19 de mayo, es el 30ª aniversario del fallecimiento de Jacqueline Kennedy, que murió a los 64 años en Nueva York.
19 mayo, 2024 01:29Cada vez que Gore Vidal sacaba la lengua a pasear, décadas de historia zozobraban a su alrededor. En su última visita a Barcelona para presentar Palimpsesto, la primera parte de sus memorias, a quien escribe estas líneas confesó que Jackie Kennedy era "la gran emperatriz de la tragedia". La conoció muy bien. Su padre, el multimillonario corredor de bolsa Hugh D. Auchincloss estuvo casado de 1942 a 1976 con la socialité Janet Lee Bouvier, madre de la futura primera dama de Estados Unidos.
Este domingo, 19 de mayo, es el 30ª aniversario del fallecimiento de Jacqueline a los 64 años. Su presentación en sociedad, así como la recepción de la boda con John F. Kennedy tuvieron lugar en Hammersmith Farm, una mansión victoriana de finales del XIX que pertenecía a los Auchincloss. El 12 de diciembre de 1953 se casaron en Newport, que antes de que se pusieran de moda los Hamptons, era el reducto veraniego de los más ricos de la alta sociedad neoyorquina.
No en vano, las grandes familias de la Edad Dorada poseían magníficas propiedades como Beechwood de los Astor y la más imponente de todas, The Breakers de los Vanderbilt. Y, obviamente, Hammersmith Farm.
La hoja de ruta de Janet se estaba cumpliendo poco a poco. Ahora quedaba que su otra hija, Lee Bouvier, se casara debidamente. Así lo hizo en 1959 con el príncipe Stanislas Radziwill, familiar de la princesa Tatiana Radziwill, una de las amigas íntimas y confidentes de la emérita Sofía (85). Que Janet hubiera matriculado a sus hijas en las escuelas de Miss Chapin y Miss Porter -Lee la odiaba, como le confesó en una entrevista a Sofia Coppola para The New York Times- había sido terreno abonado para escalar posiciones en sociedad.
Jackie parecía feliz. Apoyaba a su marido que había empezado su carrera política con el fin de llegar a ser el inquilino de la Casa Blanca, tal y como había estado maquinando su progenitor, el empresario Joseph P. Kennedy que había multiplicado su fabulosa fortuna durante el crack del 29 al pasar de cuatro millones de dólares a los 135 millones seis años después. Además, había sido embajador de Estados Unidos en Londres en la corte de Jorge VI, padre de Isabel II, abuelo de Carlos III (75).
Al igual que Janet, el patriarca del clan Kennedy también había trazado un plan al querer colocar a alguno de sus hijos en la mansión presidencial. Su hijo John no sólo había heredado la ambición paterna, sino también su pasión por las estrellas de Hollywood. El patriarca del clan se había convertido en la primera persona en poseer tres estudios cinematográficos y tener tórridos romances con luminarias de la talla de Gloria Swanson y Marlene Dietrich.
Durante la encarnizada lucha política, Jackie había sufrido un aborto espontáneo en 1955 y al año siguiente pudo dar a luz a una bebé prematura llamada Arabella, que falleció 39 horas después. Un intenso dolor se apoderó del matrimonio que se mitigó, en parte, con el nacimiento de su hija Caroline en 1957.
Jackie trabajó a destajo para ayudar a su esposo en la campaña electoral. Más allá de la imagen frívola que proyectaba, era una mujer inteligente, persuasiva y educada en las artes -literatura, música y danza- que supo engatusar al voto latino cuando ofreció algunos discursos en la lengua del Quijote. Se los metió en el bolsillo.
El gran día llegó el 20 de enero de 1961 cuando JFK se convirtió en el 35º presidente de los Estados Unidos. Desde el primer momento, Jacqueline tuvo claro que había que restaurar y conservar la Casa Blanca para ofrecer al pueblo el esplendor de antaño. Recurrió a la ayuda de muchos expertos, estableció un comité de Bellas Artes de la Casa Blanca y creó el puesto de conservador de la Casa Blanca. De esta manera, la mansión recuperó destacados ejemplos de arte americano y mobiliario de todo Estados Unidos, incluidos muchos de los objetos que habían pertenecido a antiguos presidentes y sus familias. También organizó veladas históricas, como la noche que invitó al violinista catalán Pau Casals, que se había exiliado por estar en contra de Franco.
Fue tal el trabajo que había hecho que la CBS le propuso hacer una visita guiada para un programa especial por el que ganó un premio Emmy honorífico. Durante su reinado en la Casa Blanca el influjo del estilo de Jackie había sobrepasado los límites de la imaginación. Poco se ha comentado que la modista negra Ann Lowe fue la primera que influyó en su imagen al diseñar su vestido de novia, pero también era el referente para muchas damas de la alta sociedad que se resistían a admitirlo en público. Un claro ejemplo de discriminación racial.
Desde un punto de vista mediático, la persona que creó la imagen de Jackie fue Oleg Cassini, que había vestido a luminarias de la talla de Audrey Hepburn, Gene Tierney -su segunda esposa-, Marilyn Monroe -amante de John F. Kennedy- y Grace Kelly, la otra princesa americana que le hacía sombra en cuanto a elegancia y proyección pública tras casarse con Rainiero III de Mónaco.
Gracias a él, la primera dama conquistó la alta costura francesa personificada en Chanel y Givenchy y popularizó el sombrero pillbox, que tantas veces luciría Jackie y que alcanzaría la inmortalidad al llevarlo a juego con un traje rosa de Chanel cuando asesinaron a Kennedy.
En su día a día, Jackie no daba puntada sin hilo. Se había metido a los franceses tras haberse haberse licenciado en literatura francesa en la Universidad George Washington y en la Sorbonne de París. Tal fue su popularidad que durante la visita de Estado a Francia en 1961, Kennedy tiró de humor para decir públicamente que "soy el hombre que ha acompañado a Jacqueline Kennedy a París".
En aquella época su hijo John ya tenía un año. Lo llevaba en la sangre. Varias décadas después se convirtió en el príncipe americano, el ojito derecho de mamá que empezó a vetar a aquella novias que reunían el pedigrí necesario como Madonna (65) o Daryl Hannah. En agosto de 1963, los Kennedy tendrían otro hijo, Patrick, que falleció dos días después a causa del síndrome de distrés respiratorio. Aquel dolor impidió a Jackie levantarse de la cama. Pero había que seguir con la agenda.
Para amortiguar el dolor, su hermana Lee la invitó a un crucero en el yate Christina de Aristóteles Onassis, que durante un tiempo había sido su amante. El destino es caprichoso y varios años después el magnate griego volvería al ataque. En noviembre de 1963 se produjo uno de los momentos más épicos en la historia del siglo XX, el asesinato en Dallas de JFK de varios disparos. Así acabó Camelot, el período histórico de los 1.000 días del reinado de los Kennedy en la Casa Blanca que evocaba a los tiempos míticos del rey Arturo.
En pocos meses volvía a estar de luto. El dolor de Jacqueline no se podía cuantificar. Lo que más le preocupaba en aquellos momentos era la seguridad de sus hijos Caroline y John, por lo que decidió mudarse a Nueva York para alejarse de la escena política. Invirtió una millonada en un penthouse en el 1040 de la Quinta Avenida desde donde tenía unas vistas privilegiadas al gran embalse de 43 hectáreas de Central Park que a raíz de su fallecimiento se denominaría Jacqueline Kennedy Onassis Reservoir.
Durante algo más de dos años se desvivió por sus retoños. Su primera aparición mediática tras el magnicidio fue en Sevilla ya que la duquesa de Alba le había invitado para pasar unos días en la Feria de Abril, donde coincidió con Grace Kelly. La imagen de la viuda de América vestida de corto y montando a caballo fue la portada de la revista Life.
La vinculación de Jackie con nuestro país no quedaba ahí ya que entre sus íntimos amigos y posible romance se encontraba Antonio Garrigues Díaz-Canabate, embajador de España en Estados Unidos de 1962 a 1964 y padre del infame abogado Antonio Garrigues Walker (89). Tras el asesinato de su querido cuñado Robert F. Kennedy en junio de 1968, Jacqueline volvió a caer en depresión, manifestó que odiaba Estados Unidos y aceptó la propuesta de matrimonio con Onassis. Se casaron el 20 de octubre de ese año en la isla privada de Skorpios, la misma donde un paparazzi pilló desnuda a la viuda de América y que casi cinco décadas después vendió la Athina Onassis -nieta del armador griego- al oligarca ruso Dmtri Rybolovlev.
Aquella unión fue interesada. Jackie necesitaba un cheque al portador y Aristóteles quería los permisos para atracar con sus petroleros en los puertos norteamericanos. Alexander, único varón del magnate- lo tuvo claro: "Es la unión perfecta. Mi padre adora los apellidos y Jackie adora el dinero". El joven no tardaría en protagonizar un mediático romance con Fiona Campbell-Walter, la ex modelo musa de Cecil Beaton que había sido la tercera esposa de Hans Heinrich von Thyssen con quien tuvo dos hijos, Lorne (60) y Francesca (65), esta última archienemiga por temporadas de Carmen Cervera (81), viuda del barón.
Christina Onassis, hija de Aristóteles, se llevó a matar con su madrastra que gastaba ingentes cantidades de dinero en lujos superfluos. Cuando falleció Onassis el 15 de marzo de 1975, la desdichada heredera se quitó de encima a Jackie dándole 26 millones de dólares.
De vuelta a Nueva York, la que había sido la mujer más odiada de América tras su matrimonio con Onassis, empezó a granjearse nuevamente el cariño del pueblo. Dedicó su tiempo a obras benéficas, trabajó en el sector editorial llegando a publicar la biografía autorizada de Michael Jackson titulada Moonwalk, que tuvo que ser impresa en secreto para evitar filtraciones. Como editora, el apellido Kennedy le abrió puertas para firmar con autores inaccesibles.
En la ciudad de los rascacielos había encontrado el refugio largamente acariciado para salvaguardar su privacidad. Los neoyorquinos tienen fama de dejar en paz a las celebridades. Sin embargo, a principios de los 70 se topó con el único hombre capaz de perturbar su tranquilidad, el paparazzo Ron Galella, autor de la célebre imagen de la ex primera dama con el cabello despeinado y vestida de forma simple con unos jeans y un jersey remangado mientras cruzaba la Avenida Madison. Siguió persiguiéndola hasta que acabó con la paciencia de Jackie. La socialite le demandó. Ron Galella no podía acercarse a ella a menos de 15 metros.
Los últimos años de la vida de Jacqueline Kennedy Onassis transcurrieron de la forma más feliz posible. Daba largos paseos por Central Park, estaba enamorada de sus nietas Rose y Tatiana -hijas de Caroline-, pasaba la temporada veraniega en sus extensos dominios en la isla de Martha's Vineyard, donde trágicamente perdió la vida en 1999 su hijo John John y su esposa Carolyn Bessette y que Caroline Kennedy puso en venta hace cinco años por 65 millones de dólares.
Asimismo, Jackie apoyaba con su presencia las diferentes aventuras político-empresariales de su familia política -quería con locura a su cuñado Edward, fallecido en 2009- y no evitaba en demostrar el cariño que sentía por Bill Clinton (77), que había conocido a Kennedy en julio de 1963 en los jardines de la Casa Blanca. Quien le iba a decir que casi tres décadas después de aquel apretón de manos aquel adolescente de 16 años se convertiría en el 42º presidente.
En 1980, Jackie vivió su último gran amor junto a Maurice Templesman (94), un millonario comerciante de diamantes que estuvo a su lado hasta el final. Tras serle detectado un linfoma de Hodgkin, la salud de la ex primera dama empezó a debilitarse hasta tal extremo que sus defensas no podían hacer frente a la quimioterapia.
Como ya no podía hacerse nada por su vida, decidió abandonar el hospital para ir a morir a su hogar. Antes del trágico suceso se aseguró de que gran parte de su vida privada cayera en el olvido al quemar gran parte de la correspondencia y fotos que atesoraba en el décimo quinto piso del 1040 de la Quinta Avenida. Aquel 19 de mayo de 1994 una parte de Nueva York se fundió a negro.
Tras ser enterrada en el cementerio de los héroes de Arlington, en el estado de Virginia, cerca de Washington, junto al presidente Kennedy flanqueados por la llama eterna, sus hijos Caroline y John decidieron vender el apartamento de 500 metros cuadrados. El nuevo inquilino fue el empresario David Koch quien, junto a su hermano Charles, figuraba entre las 50 grandes fortunas del planeta.
Curiosamente, David también compró un dúplex en el 740 de Park Avenue, la dirección más prestigiosa de Nueva York cuyo edificio construyó James T. Lee, abuelo de Jacqueline. Parte de la infancia de las hermanas Bouvier transcurrió en un dúplex de casi 750 metros cuadrados que se vendió a uno de los miembros de la familia de banqueros Safra por 25,5 millones de dólares.