A pesar de que aprendemos rápido que la perfección no existe, permitimos que sólo triunfen, se conozcan y se valore a los que lucen impecables. Esa tiranía se aplica con especial crueldad contra las mujeres. Nos quieren perfectas, ficticias. Y eso implica una ristra de condiciones que pocas pueden reunir. Que conste que los tíos tardarían más; por lo pronto a ellos no les concedemos siquiera que se tiñan el pelo. Jamás dan con el tono apropiado y se les queda un marrón Carioca que ríete tú de los dibujos de tu hijo del cole.
Vivimos en un país en el que a una reportera no se le renueva contrato porque ya ha pasado de los cuarenta y sus jefes prefieren carne tierna. Tenemos señoras en edad de jubilarse que nos sonríen desde las portadas de las revistas con el rictus hierático de las vírgenes cincelado a golpe de bisturí. En España tenemos buenas tragaderas.
Inma Cuesta se ha plantado. La actriz se indignó después de que su imagen fuera retocada hasta la extenuación en la portada del dominical de El Periódico y en vez de mortificarse a solas comprobando en sus propias carnes que el paso de los años empieza a ser excusa para querer hacerla al gusto de los demás, ha escupido una brillante reflexión en las redes sociales adjuntando la imagen sin retocar; la real. Con sus brazos y caderas redondeadas, con sus primeras arrugas en el cuello y en la cara. Luce bella, serena y con la carga emocional de una mujer que acaba de cumplir treinta y cinco años. Se humaniza siendo una más de la pandilla.
Ni siquiera tenemos que ser jóvenes; basta con que lo aparentemos. Nuestros viejos nos horrorizan y en el caso de nuestras viejas, las escondemos o dibujamos de nuevo como si fueran personajes de cómic. Hagan la prueba, vayan hasta el kiosco más cercano y simplemente echen un vistazo a las portadas de las revistas. Si encuentran una sola en la que aparezcan mujeres reales sin trucos de Photoshop, arreglos de cirujano o ambos, es más que probable que su kiosco no esté en España. Nosotros vanagloriamos a señoras que cuando entierran a su marido ponen un gesto de desprecio bajo los flashes porque su rostro está modelado únicamente para sonreír: las costuras de su cara no dan más de sí pero volveremos a decir que son las más elegantes.
Qué mierda de belleza es ésta que no me permite envejecer. Como si la edad fuera un tormento en vez de un triunfo. Me encanta cumplir años y nunca miento sobre mi edad. La opción de no cumplirlos es la única que me horroriza. Sentirme orgullosa de mis arrugas y lorzas me corresponde a mí. La responsabilidad de no buscar su inexistencia es responsabilidad de todos.