La doble vida de María se esconde detrás de un antifaz azul hecho de cartón que guarda cierto parecido con las máscaras de los luchadores mexicanos. Hace tres años se hizo en las calles del polígono Marconi con su nueva identidad.
Cada día al volver a casa la encierra en el bolso donde oculta el secreto a sus hijos junto a la vestimenta de trabajo. Los tres chicos que están a su cargo no saben que se prostituye. Ella les dice que sale a limpiar casas. Sólo su madre, que también vive con ella, conoce la verdad. “No puedo ir a robar”, dice.
Antes de llegar a las avenidas amplias y desoladas de esta zona industrial de la periferia sur de Madrid, María trabajó durante mucho tiempo en una empresa de productos cosméticos de Boadilla del Monte. “Llegué aquí desde Ecuador en 1998", explica. "Me enamoré de un chico español con el que estuve 15 años. Tuvimos una niña, mi cuarta hija”.
De aquella relación María salió rota y sin un euro: “Me maltrataba. Aún ahora estoy con ayuda psicológica y psiquiátrica”.
Aquel hombre tiene ahora una orden de alejamiento pero también la custodia de su hija, un caso raro pero no imposible en el sistema judicial español. “Ha sido difícil y lo sigue siendo”, reconoce María con la cabeza alta.
Su figura es delgada y firme y su pelo está teñido de rubio. “Tengo que echar unas siete u ocho horas al día para ganar entre 40 y 50 euros", dice. "A veces ni eso o directamente cero. Cobramos 20 euros por un servicio completo y a veces nos dan 15. Para una felación, a veces sólo 10”. La multa que le pusieron hace unas semanas y de la que espera la notificación se le hace especialmente insoportable. “Son 600 euros y para mí es mucho dinero”.
Multas de 30.000 euros
El polígono Marconi es una superficie con decenas de naves industriales junto a dos iglesias evangelistas y al Parque de Bomberos de Madrid. Las prostitutas que comparten estas calles con María denuncian el acoso policial al que están sujetas desde la entrada en vigor de la Ley de Seguridad Ciudadana, más conocida como la Ley Mordaza.
La norma sanciona a los clientes que demanden servicios sexuales "en zonas de tránsito público, cerca de lugares destinados a su uso por menores (colegios, parques...) o en zonas que pueda generar un riesgo para la seguridad vial”. Las prostitutas pueden ser sancionadas si se resisten a alejarse de estas zonas. Ambas conductas son faltas graves que se sancionan con multas de entre 601 y 30.000 euros.
“En un día llegaron a poner 30 multas aquí en la calle San Cesáreo”, se queja Sol, una transexual que lleva tres años en Marconi y que está aquí por razones económicas. “Era peluquera. Aquí estoy para sacar un poco más de dinero y no estoy obligada ni nada”, dice al final de una performance que un grupo de prostitutas organizó este miércoles. El objetivo, según decían, era “limpiar las calles del Polígono de los prejuicios y del estigma”.
Armadas de guantes y escobas, algunas de ellas se pusieron a recoger basura en los alrededores de las calles San Norberto y San Tarcisio como muestra de su compromiso con los residentes del distrito, que desde hace tiempo denuncian la degradación y la suciedad.
Felaciones en la calle
Estas trabajadoras del sexo pertenecen a la Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo (Afemtras). Una asociación que pide la derogación de una ley que les ha hecho perder clientes para alegría de los vecinos de la urbanización más cercana, la Colonia Marconi. Los residentes de estas viviendas se quejan de que su valor de mercado se ha devaluado por la crisis pero también por la prostitución y llevan años reclamando que mujeres como Sol y María se alejen de las calles del distrito.
“Que limpien las calles nos parece muy bien. Todo lo que sea limpiar es bienvenido. Pero no puede ser que esto se haga en la vía pública y sin control”. Quien habla es Mabel Díaz, la batalladora portavoz de la asociación vecinal Resina. El nombre está tomado de una de las arterías que separan las viviendas de las naves del Polígono, donde hasta hace poco tiempo también se veían prostitutas esperando a sus clientes.
“Los mismos vecinos fuimos diciéndoles que se fueran más allá porque aquí pasan rutas escolares y no puede ser”, dice Díaz, madre de dos niños. El decoro es uno de los problemas principales para los que se vinieron a vivir en esta urbanización construida hace 15 años.
“Lo peor es salir con los niños. Mientras son pequeños, les podemos contar algunas mentirijillas. Pero cuando empiezan a tener 10 u 11 años ya no puedes. Ellos mismos se van en grupitos a preguntarles qué hacen”, dice Raquel, una jubilada de 72 años que pasea con su marido cerca del Centro Cultural Marconi, justo al lado de la Colonia. “Antes vivíamos en Sol y usted sabe lo que es la calle Montera. Cuando decidimos venirnos aquí, muchos amigos nos decían que si nos las habíamos traído. Hay algunos que no se animan a venir porque estamos en el barrio de las... usted me entiende”.
Díaz es aún más explicita: “Aquí ejercen a todas horas del día. Están medio desnudas y ejercen en plena calle. Te puedes ir por allí con el coche o caminando, andando y ver una felación o cómo hacen sus necesidades en medio de la calle”.
La responsable de la asociación vecinal reconoce que la situación ha mejorado en los últimos tiempos. Pero dice que aun así hay zonas en las que no se puede ir sobre todo en verano. Saca su móvil y enseña unas fotos con montañas de papelitos sucios, tomadas en unas calles aledañas. “En verano el olor es insoportable”, dice.
La zona está ahora más limpia. Pero a unos 200 metros de las viviendas el jueves había un montículo de papeles y bolsitas de condones al lado del paseo peatonal de la calle Laguna Daga.
"Putas pero no distintas"
A las quejas de los vecinos responde Antonella, una transexual de origen ecuatoriana de 36 años que se ofrece para dar un paseo en las calles del Polígono un día después de la manifestación organizada por Afemtras. Los sonidos de sus tacones y de los de su amiga Asunta llenan el silencio de las avenidas vacías a media tarde.
“Ahora mismo si te das la vuelta por las calles de los edificios no vas a ver chicas paradas o desnudas. No vas a ver preservativos ni nada”, dice Antonella.
“No por ser putas vamos a ser distintas de los demás", explica. "En pleno centro de Madrid hay suciedad y basura y no son condones. Son botes de todo. Voltean los contenedores de basura. Pero si te das una vuelta por el polígono cerca de las viviendas están todas las calles limpias con bolsas que nosotras ponemos”.
Antonella dice que su asociación quiere que las prostitutas que trabajan en la zona sean conscientes de que deben mantener limpio el entorno y no acercarse a las viviendas. Aun así, reconoce que no pueden controlar lo que hacen todas. De la misma manera que no pude asegurar que todas las que se dedican a la prostitución en el distrito lo hagan por voluntad propia. “Yo estoy aquí porque me da la gana”, proclama.
Víctimas de la explotación
Cuando se le pregunta a Antonella quiénes son los hombres que se acercaban durante la manifestación del miércoles en coches de lujo, dice que son clientes y también sus "taxistas" porque los taxis oficiales no quieren subirlas. Lo que sí quiere que quede claro es que aquí la situación no es como la del Gato, un polígono colindante donde se concentran prostitutas del Este de Europa, sobre todo rumanas.
El Gato se hizo famoso por la detención hace cuatro años de Ioan Clamparu, alias Cabeza de cerdo, uno de los más proxenetas más feroces de Madrid.
Un trabajador de una empresa de importación de alimentos en la calle San Norberto, que cruza todo el polígono para ir al trabajo, cuenta que hasta hace un año había una chica rumana justo a la entrada de la empresa. Un día se fue porque se había quedado embarazada y quería parir en su país. “Ésta sí que tenía su chulo", asegura. "Venía con un Peugeot 209 plateado y cada día le debía 40 euros”.
Díaz admite que junto a la urbanización en la que vive la mayoría de las mujeres ejercen la prostitución por libre, pero insiste en que las mafias operan en el distrito a pesar de la mejora de la situación en los alrededores de la Colonia Marconi.
“Para nosotros la ley ha sido buena pero no es la solución", dice. "La solución es que en el Congreso se haga un debate serio y se legisle sobre este asunto de una vez por todas. Es un tema muy complejo y hay que aunar muchas sensibilidades. Que tenga sus espacios me parece perfecto. Pero está la trata y no nos podemos olvidar de eso”.
A falta de datos oficiales sobre el número de multas en la zona desde la entrada en vigor de la ley, fuentes policiales expertas en la lucha contra la trata de blancas reconocen que las multas no son más que un parche y un agravio administrativo en las funciones de los agentes.
Antonella y las mujeres de su asociación piden también espacios regulados como aparcamientos donde poder ejercer sin molestar a los vecinos. “Yo he experimentado las dos caras de la prostitución: los pisos, los clubes y la calle", dice. "A día de hoy y con 36 años que tengo me veo en la calle porque no me gusta estar en un club o en un piso al que tengo que dar el 50% de mis ganancias y donde tengo que cumplir unas normas y unos horarios. Aquí nos sentimos libres porque llegamos cuando queremos, nos vamos cuando queremos y con el cliente que queremos y no tenemos que rendir cuenta a nadie. Ya eso es libertad. En un club no me vería libre”.