“Las mentes de las mujeres son tan diferentes de las de los hombres como sus cuerpos”. Con ese argumento, el 21º rector de la Universidad de Harvard, Charles William Eliot, que ostentó el cargo entre 1869 y 1909, dio por zanjado el tema de por qué no se admitían alumnas en el centro superior por antonomasia de EEUU. Y por si quedaban dudas, un miembro del claustro fue más allá al afirmar en un artículo que «las mujeres se vuelven poco atractivas cuando se dedican al estudio».
A pesar de que desde 1920 la mujer entró en Harvard, todavía en el 2005 el entonces rector, Lawrence Summers, levantó una enorme polvareda al afirmar que las mujeres podían tener menos aptitudes naturales para las matemáticas y las ciencias.
No era, ni mucho menos, una opinión aislada. La nueva burguesía, enriquecida por el rápido desarrollo industrial del país, no veía para qué podía servir que las mujeres accedieran a la educación superior cuando su única función era la de servir como perfectas esposas, anfitrionas y madres, y muchos de sus matrimonios se establecían con criterios parecidos a los de los reyes para forjar alianzas entre los nuevos y relucientes apellidos (en cuanto a las mujeres de las clases populares, directamente nadie se lo planteaba siquiera).
Sin embargo, los Astor, Vanderbilt o Carnegie de la época, además de competir para hacerse con líneas ferroviarias, industrias del acero, inversiones financieras y pelotazos inmobiliarios, establecieron una feroz competencia por hacerse con el título de Filántropo Mayor del país. Hospitales (como refleja muy bien la excelente serie The Knick), museos, teatros, parques... todas las obras eran válidas si servían para dar mayor gloria a sus apellidos y poner de los nervios a sus competidores.
Uno de estos millonarios era Matthew Vassar, un empresario que había hecho fortuna con la industria de la cerveza y sabias operaciones inmobiliarias en un Nueva York que se expandía a velocidad de vértigo. Al sopesar su objetivo filantrópico acabó optando -por el consejo de un reverendo, Milo P. Jewett, que había hecho de la lucha contra el analfabetismo femenino el eje de su labor, y contra la opinión de sus sobrinos y otros miembros de la junta, que preferían levantar un hospital- por construir la primera universidad de élite exclusiva para mujeres, el Vassar College, en la localidad de Poughkeepsie (Nueva York).
Las obras comenzaron en 1861, y cuatro años después empezaron las clases. 150 estudiantes conformaron la primera promoción, se admitía a jóvenes a partir de 14 años, y se estableció un curso preparatorio para aquéllas cuyo nivel no alcanzaba los requerimientos exigidos para un nivel universitario.
Pensamiento plural
Vassar College no sólo fue revolucionario por admitir a mujeres, sino también por su plan de estudios, en el que se hacía un especial énfasis en las ciencias y las artes, y en el que el curriculum podía ser establecido con mucha libertad según los intereses de las estudiantes. Las alumnas, evidentemente, procedían de las familias más ricas del país, lo que procuraba algún problema de organización interna: mientras los profesores tendían a impulsar que las jóvenes pensaran por sí mismas, la gobernanta, lady Lyman, ponía su empeño en que las señoritas no dejaran la marca de los dientes al morder un sandwich o se sentaran correctamente.
Y en ese contexto, que unas damas estuvieran fuera de sus dormitorios a las diez de la noche para asistir a observaciones astronómicas provocó un agrio conflicto entre ella y la astrónoma Maria Mitchell, responsable de las clases de esa materia.
Pronto los márgenes de Vassar se quedaron pequeños para el movimiento que había creado. Maria Mitchell y otras profesoras plantaron cara para luchar contra la discriminación salarial (se decía que los hombres tenían que cobrar más porque mantenían familias, dando por sentado que la mujer que quisiera dedicarse a enseñar debía renunciar a casarse), y pasaría mucho tiempo hasta que la primera mujer se sentara en la junta de Gobierno.
Pero el ejemplo de Vassar, aunque sobre todo produjo damas de la alta sociedad con un nivel de conversación más elevado que la media, ayudó a que poco a poco mujeres formadas fueran tomando puestos de responsabilidad en observatorios y centros académicos del país. Y cuando uno ve la lista de antiguas alumnas actuales (Vassar es mixto desde 1969) y se encuentra con nombres como Jane Fonda o Meryl Streep, comprueba que mucho de ese espíritu continúa vigente.