"Dios te necesita", le dijo un médico de campaña a Helen Musgrove y provocó que los 10 días que iba a pasar en Vietnam se convirtieran en seis años y medio. Era enfermera y propietaria en Hong Kong de un negocio de confección de ropa. En un viaje que realizó a Tailandia para comprar seda, conoció Vietnam por primera vez.
Desde la ventana de su hotel en Saigón vio lo que definió como "una hermosa espiral de rubíes en el cielo". Era un tiroteo. Cuando volvió dos años después, vestida con un traje rosa y zapatos de tacón, se dirigió a la Oficina de Asuntos Públicos del Gobierno de Estados Unidos y preguntó: “¿Qué hay que hacer para cubrir un combate?”
Musgrove fue, como muchas de las que llegaron, una reportera improvisada en Vietnam, adonde fueron mujeres con diversas procedencias e intereses, como explica Virginia Elwood-Akers en su libro Women War Correspondents in the Vietnam War, 1961-1975. Para esta investigadora californiana, estas mujeres tenían a primera vista poco en común:
Sus estilos personales van del estilo masculino de Dickey Chapelle, decidida a ser un marine más, al estilo elegante de Michelle Ray, que se adentraba en la selva envuelta en perfume Miss Dior. Sus ideas políticas cubrían el espectro desde el ferviente anticomunismo de Philippa Schuyler o el ferviente marxismo de Madeleine Riffaud. Algunas eran defensoras de un tipo de periodismo que no admite opiniones personales; otras escribían con un estilo dramático y emocional que rozaba la ficción. Sin embargo, de alguna manera, eran parecidas. (…) Compartían la experiencia de ser mujeres en un mundo de hombres.
En 2015 el Premio Nobel de Literatura ha reconocido por primera vez el trabajo de una reportera. El galardón a Svetlana Alexievich ha coincidido con el 40º aniversario del final de la guerra que nos ocupa, motivo por el que el Newseum de Washington ofrece hasta septiembre de 2016 Reporting Vietnam, una exposición que explora el papel de la prensa en el conflicto y que se cuestiona todavía si los medios fueron responsables de que Estados Unidos perdiera la guerra.
En aquella cobertura las mujeres tuvieron un papel importante. Vietnam no era la primera contienda que narraban: Marguerite Higgins ganó un Pulitzer por su reportaje sobre el desembarco de Inchton en 1950 durante la Guerra de Corea y Dickey Chapelle estuvo en la batalla de Okinawa en la II Guerra Mundial. Pero su trabajo también era noticia. Vietnam permitió el acceso casi libre al combate a hombres y mujeres y eso atrajo a muchas reporteras al país.
Según informa el museo, hasta 230 estadounidenses se acreditaron en Vietnam pero no hay cifras fiables sobre el número de extranjeras. A pesar de la relevancia en número y en artículos publicados, su labor no es muy conocida en los países de habla hispana, donde apenas hay traducciones de sus libros, pero tampoco en Estados Unidos, de donde partieron la mayoría de ellas.
"No creo que muchos americanos hayan oído hablar de estas mujeres. Ni siquiera sobre algunas muy famosas en su tiempo, como Higgins, Chapelle o Georgie Anne Geyer. La excepción es Martha Gellhorn, a la que se suele recordar por haber estado casada con Ernest Hemingway más que por su carrera periodística", me explica desde California Elwood-Akers.
Periodistas de golpe
Como Musgrove, muchas de las corresponsales que explicaron Vietnam a sus compatriotas se hicieron periodistas de la noche a la mañana. "Aquellas novatas hicieron un buen trabajo. Algunas lo hicieron obligadas por las circunstancias y otras, empujadas por la curiosidad", explica Elwood-Akers.
Ése fue el caso de Michèle Ray, una francesa de 28 años que trabajó como modelo de Chanel y piloto de carreras y que acabó cubriendo operaciones especiales para France Presse y escribiendo The two shores of hell. También fue el caso de la lituana Jurate Kazickas, que al no tener dinero para viajar a Vietnam ni conseguir que un medio la acreditara fue a un concurso de televisión para conseguir los 500 dólares que necesitaba para comprar un billete a Saigon. Una vez allí, se registró como freelance y no le faltó trabajo.
"La guerra era algo reservado a los hombres. Lo más parecido que teníamos nosotras era parir. Yo quería entender la experiencia del combate y vivir en un ambiente de locura", explica Kazickas en las conferencias que ofrece sobre el asunto.
No era la única interesada en el cuerpo a cuerpo. "La historia más importante del mundo", como definía la guerra la fotoperiodista Dickey Chapelle, era un imán para unas reporteras a las que por primera vez se les abrían las puertas de ese infierno.
No a todas las reporteras les interesaba ese tipo de acción. Lo que buscaban mujeres como Georgie Annie Geyer o Elizabeth Pond era explicar el lado político de la guerra aunque en el camino se encontraron con dilemas deontológicos que también recogieron en sus reportajes. "A Geyer le impresionó encontrarse periodistas que creían tener el deber y el derecho de hacer juicios y cambiar la sociedad con sus textos. Esa actitud hacia el periodismo le parecía peligrosa", explica Elwood-Akers en su libro.
Algo parecido le ocurrió a Pond, que consideraba deshonesto que algunos colegas llegaran con ideas preconcebidas y que los criticó por dedicarse a confirmar en Vietnam lo que ya pensaban en lugar de descubrir lo que ocurría de verdad.
Otro grupo prefirió hablar de los estragos de la guerra sobre los civiles. "Me acababa de casar y no quería separarme de mi marido, William Shawcross, al que el Sunday Times había enviado a cubrir la guerra", explicó Marina Warner en la London Review of Books en 2012.
Warner es una intelectual británica especializada en simbología religiosa. Pero al llegar a Vietnam dejó los libros y su condición de acompañante y se dispuso a informar para el semanario The Spectator sobre los huérfanos que estaba dejando la guerra.
Historias de interés humano
Un interés parecido tenía Linda Grant Martin. Ella ejercía como periodista en Newsweek cuando llegó a Vietnam con su marido, Everett Martin, editor en Saigon de la misma revista. Se centró en las mujeres de uno y otro bando. Enfermeras, líderes de comunidades vietnamitas y aldeanas que encontraba en sus viajes protagonizaron sus reportajes, que ganaron premios como el Mary Hemingway.
Martha Gellhorn o Frances FitzGerald tampoco se interesaron por el cuerpo a cuerpo. Ambas destacaron los aspectos negativos de la implicación americana en Vietnam. El lago en llamas, libro firmado por Fitzgerald tuvo un enorme éxito: ganó un Pulitzer y un National Book Award y es uno de los trabajos que hacen preguntarse a algunos si la prensa propició la derrota de EEUU.
El libro, que alterna reportajes y crónicas sobre el terreno, informa de la corrupción de los políticos vietnamitas y de la ignorancia del Gobierno estadounidense sobre el país atacado, así como sobre sus intenciones imperialistas. En sus páginas, FitzGerald no retrata a los soldados como héroes y es la primera periodista en informar sobre los barrios creados en torno a las bases militares para abastecer a los militares estadounidenses de alcohol y prostitutas.
Las historias de interés humano no fueron un asunto exclusivo de las mujeres y Elwood-Akers no cree que haya diferencias entre la forma en que hombres y mujeres contaron lo que ocurrió en Vietnam. "Sólo es una cuestión de estilo", dice la investigadora.
Miguel de la Quadra-Salcedo, uno de los pocos periodistas españoles que fue a Vietnam, lo ve de otra manera: "La sensibilidad de hombres y mujeres es distinta. Creo que quizás ellas analicen con más delicadeza el papel de las mujeres en las guerras perdidas", explica el reportero.
Fuera el combate o la vida civil, lo importante era narrarlo y hacerlo con rigor. El jurado del Premio García Márquez a la excelencia periodística de este año lo resumió a la perfección al galardonar a la brasileña Dorrit Harazim por su labor para informar “con la misma destreza sobre deportes olímpicos, sobre política internacional (...) o sobre cárceles femeninas”. Les faltó decir “sobre la guerra”, pues Harazim también estuvo en Vietnam.
Dificultades añadidas
Con orígenes, intereses y enfoques distintos, lo que sí compartieron aquellas reporteras fueron las trabas que encontraron por ser mujeres. Uno de esos inconvenientes estaba relacionado con la dureza de la guerra. La historiadora Joanna Bourke, en su libro Sed de sangre: historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, explica lo siguiente:
“En el contexto de la guerra de Vietnam, el general Westmoreland aseguró que para que las mujeres pudieran combatir tendrían que ser ‘fenómenos’; no podía imaginarse a una mujer capaz de llevar a cuestas una mochila pesada, vivir en una trinchera o pasar una semana sin poder ducharse”.
Ese general no parecía conocer a Dickey Chapelle, 43 años, ingeniera aeronáutica y preparada hasta para saltar en paracaídas. Fue la primera reportera en llegar a Vietnam cuando ni siquiera era un asunto de interés informativo para Estados Unidos.
Chapelle forma parte de un grupo que Miguel de la Quadra-Salcedo recuerda bien: “Cuando estuve allí, en 1964, la mayoría de las reporteras que vi eran fotógrafas, no redactoras”. Pero después de haber cubierto seis conflictos entre guerras y revueltas, Chapelle acabó haciendo las dos cosas.
Había otros motivos por los que los oficiales veían una carga incluir reporteras en sus grupos: distraían a sus muchachos. Además, necesitaban escolta. Eso suponía un gasto de personal y también un fastidio para ellas y para quienes debían protegerlas. El asunto del aseo también preocupaba a los oficiales, algo que para algunas periodistas resultaba ridículo.
“Tenían obsesión por saber donde íbamos a hacer nuestras necesidades”, explica Denby Fawcett en el libro de Elwood-Akers, aunque en muchos de sus diarios, libros y reportajes algunas reconocen lo engorroso que era encontrar un sitio donde orinar, asearse o tener un poco de intimidad.
Esos inconvenientes se añadían a los que tenían los hombres y hacían algo más difícil encontrar lo que unos y otras habían ido a buscar: buenas historias, a poder ser, exclusivas.
Pocas quejas, más desobediencia
“Un oficial me dijo que le recordaba a su hija”, explicaba Fawcett, que cubrió la guerra para el Honolulu Advertiser. Reconoce que era una forma de disuadirla mucho más amable que la empleada por el que le espetó que Vietnam no era lugar para una dama, pero con el mismo fin: que desistiera de hacer su trabajo. Fawcett, sin embargo, se ríe cuando explica estas cosas en las conferencias.
Como ella, muchas reporteras optaron por ignorar la sobreprotección o las órdenes que consideraban injustas. Así lo hizo Michèle Ray en 1967 cuando un comandante de las fuerzas especiales le prohibió unirse a su grupo por ser mujer. En lugar de obedecer, se saltó la jerarquía y habló con un superior, que le permitió ir a una misión con los boinas verdes que acabaron bautizando como Operación Michèle.
Otras hicieron de la condescendencia una virtud. Marguerite Higgins llegó a declarar que se le había prestado más atención a su cobertura de la Guerra de Corea que a la de sus compañeros por ser chica y que eso, más que enfadarla, la alegraba.
Jurate Kazickas se muestra aún más rotunda: "Yo he aprovechado mis encantos para obtener beneficios. Creo que hay que sopesar las ventajas y las desventajas que tuvimos por ser mujeres y está claro que algunos beneficios teníamos". Ella se define como feminista de nacimiento pero no fue ni es el caso de muchas de sus compañeras.
"Las verdaderas víctimas de los hombres son otros hombres", escribió Gloria Emerson, periodista del New York Times, que llegó a decir que ninguna mujer que hubiera visto cómo humilla el Ejército a un soldado raso podía sentir simpatía por las ideas feministas. Virginia Elwood-Akers explica que no pudo contar con sus testimonios porque Emerson la consideraba una "feminista hostil".
Oriana Fallaci también rechazó hablar con la investigadora por su feminismo, movimiento al que acusaba de convertir a las mujeres en víctimas. Fallaci defendía que la presión del mundo de hombres en el que se movía la había hecho crecer como mujer y como periodista.
Muchas reporteras se han quejado en entrevistas, libros y conferencias de que los militares no sabían tratar con mujeres, pero no les culpan. Entienden que su presencia en las batallas era entonces una novedad y que unos y otras debían amoldarse.
Elwood-Akers cree que las cosas han mejorado en este aspecto y que ver reporteras en Afganistán o Irak es normal. Pero hay quien considera que después de 40 años lo normal es su presencia y no el trato que reciben. "Como empotradas, nos encontramos con el comportamiento errático y arbitrario de soldados que no saben tratar con mujeres y que se sienten amenazados en nuestra presencia", explicaba hace poco Mercedes Gallego, periodista española que cubrió la guerra de Irak para el Grupo Correo.
Ni una violación
A pesar de la incomodidad o de lo complicado de las relaciones, en los libros y en las historias que cuentan las reporteras que fueron a Vietnam no hay relato de abusos sexuales o violaciones. Tampoco entre las que fueron tomadas como prisioneras.
Elwood-Akers no sabe si ese vacío se debe a que no hubo agresiones sexuales o simplemente a que no se han contado: "Muchas mujeres sienten todavía vergüenza en reconocer que han sido violadas, de la misma manera que hay gente que aún piensa que si a una mujer le pasa algo así, es por culpa de su comportamiento o de su aspecto".
Ese silencio no extraña si se tiene en cuenta que hasta 1982 el Gobierno americano no reconoció que las veteranas, ya fueran enfermeras o personal militar, podían sufrir trastorno de estrés postraumático. Tampoco las periodistas. Entre las reporteras, sólo Helen Musgrove pidió ayuda oficial para recibir tratamiento por las secuelas de Vietnam.
"Llevar un anillo de casada puede disuadir de atenciones inoportunas". La recomendación no es de 1965 sino de 2012 y la lanzó la Federación Internacional de Periodistas a las reporteras que cubren zonas de conflicto. La misma entidad reconoce que las corresponsales se han convertido en un preciado botín de guerra. "Tenía más miedo de que me violaran que de que me dispararan", reconocía Charlotte Eagar, reportera en la Guerra de Serbia en un artículo publicado en el Daily Mail y escrito después de conocerse la violación de Lara Logan en las manifestaciones de El Cairo en febrero de 2011.
Anne Sebba, autora del libro Battling for News: Women Reporters from the Risorgimento to Tiananmen Square, habla de este y otros casos parecidos ocurridos en los últimos años y cree que lo nuevo no son las violaciones sino que las periodistas que han sido víctimas lo están contando.
Tenerlo todo
"No puedes ser esposa y periodista y hacer un buen trabajo en ambos sitios". La frase la dijo Beverly Deepe durante una entrevista para la revista Women’s Wear Daily en octubre de 1968. Deepe fue la primera corresponsal a tiempo completo en Vietnam y la primera en escribir sobre las "zonas letales" a las que el Gobierno estadounidense llamó eufemísticamente "zonas de fuego libre": unas aldeas escogidas por EE UU para alejar a la población de la influencia comunista y usar el terreno para atacar al enemigo con cualquier arma, según recoge la historiadora Raquel Barrios en Breve historia de la guerra de Vietnam.
Deepe entrevistó en exclusiva a altos mandos del Ejército americano y también a líderes del Gobierno norvietnamita. "No les gusto porque no cuento lo que ellos quieren", explicó sobre su mala relación con la embajada de Estados Unidos en Vietnam. Después de siete años de cobertura, dejó la adrenalina, las exclusivas y la guerra para casarse.
La decisión de Deepe tampoco pertenece al pasado. Anne Sebba también recoge en su investigación la manera en que las reporteras de guerra han gestionado la vida personal y la maternidad.
Según explica la autora británica, volver al frente después de parir sigue siendo una excepción. Fue el caso de Janine di Giovanni, editora para Oriente Medio de Newsweek, que después de tres años criando a su hijo volvió a la guerra. Di Giovanni conoce a otras mujeres en su situación y asegura que ella lo pudo hacer porque el padre de su hijo también era reportero y fue fácil llegar a un acuerdo.
La labor del corresponsal
El periodista Enric González escribió que el reportero no se pone en peligro por dinero ni por fama ni siquiera porque espere la gloria: "Hay gente que se juega la vida informando sobre las guerras para que la idiotez y la ignorancia sean solamente una opción, no algo obligatorio".
El trabajo de las mujeres que cubrieron Vietnam no es anecdótico pero no es conocido. Tampoco entre los periodistas. A Virginia Elwwod-Akers le sorprende que no se haya prestado atención al trabajo que hicieron estas mujeres aunque reconoce que ese recuerdo es también injusto, aunque en menor medida, con los hombres. "A pesar de la relevancia de la guerra de Vietnam en la historia estadounidense, el público más joven no la tiene presente. Pero también desconocen la Guerra Fría y es más reciente", explica.
Un buen ejemplo de ese desconocimiento fue la visita al Newseum de la reportera Denby Fawcett, aún en activo como columnista. Allí, reflexionando sobre el asunto que plantea la exhibición, tuvo una charla con un adolescente de 13 años. Al hablar con él, comprobó que entre los chicos de su edad se sabe menos sobre Vietnam que sobre la II Guerra Mundial. Al preguntarle a qué pensaba que se debía, el chico respondió: "Hay muchos videojuegos que presentan a los nazis como enemigos a los que disparar pero no hay ninguno con vietnamitas. Tal vez porque la Guerra de Vietnam fue tan incierta, tan poco clara, que cuesta convertir a los vietnamitas en objetivo, algo que no pasa con los nazis".
Fawcett, como tantas otras de sus colegas, tiene claro que la prensa no fue la responsable la derrota en Vietnam: "Fue la verdad lo que hizo a EE UU perder la guerra".
Las reporteras contribuyeron a desvelar esa verdad en libros y artículos con poca repercusión más allá del momento y del país donde se editaron, a pesar de haber entre ellos piezas de gran valor informativo y literario. Conocer sus nombres quizás sea lo de menos: son sus textos los que permiten sortear la ignorancia y los que hacen posible que la idiotez sea sólo una opción.