Entre las sofisticadas calles que rodean el Palacio del Elíseo, una tienda destaca especialmente por su colorido y su olor, que se siente a varios metros de distancia. Se trata de Lachaume, la floristería que trabaja para las principales casas de moda de París.
Factura anualmente más de un millón de euros, de los cuales tres cuartos provienen de la moda. Sus relaciones se remontan a los años 70 y se sostienen gracias a una confianza inquebrantable que llevó por ejemplo al diseñador Karl Lagerfeld a regalarles un iPhone cada vez que lanzaban un nuevo modelo para mantener un contacto directo con las dueñas.
Las hermanas Stéphanie Primet y Caroline Cnoquaert trabajan en Lachaume desde hace diez y veinte años, respectivamente, aunque se criaron entre sus paredes.
"El día que mi abuela abrió esta tienda, hace ahora 48 años, empezó a abastecer a las casas de moda", cuenta Primet. Fundada originalmente en 1845, a principios del siglo XX era una floristería conocida entre la realeza europea, que hacía allí sus pedidos. Más tarde, también llegó Christian Dior, atraído por la reputación de la casa.
En los 70, cuando Lachaume fue comprado por la exmodelo y estilista veneciana Giuseppina Callegari, abuela de las actuales propietarias, la exclusiva boutique abrió el abanico a quienes eran entonces los reyes de la moda. "El primer cliente de mi abuela fue Yves Saint-Laurent, que vino a comprar rosas blancas, y el primer cliente de mi madre fue Lagerfeld, que vino a comprar muguete. Desde entonces mantenemos mucha afinidad con Lagerfeld y las casas para las que ha trabajado", explica la florista.
Paradójicamente, la actividad es frenética en esta floristería de aspecto apacible. Un pequeño foco campestre, colorista y perfumado en mitad del asfalto. Sus cualidades son la calidad del producto, una buena agenda de contactos y el trato al cliente, que viene principalmente a buscar los lirios blancos, orquídeas especialmente decoradas y las flores locales, procedentes en un 80 % de la región parisina.
Los encargos que reciben de casas como Louis Vuitton, Fendi, Jean Paul Gaultier o Balenciaga no van tanto a desfiles como a regalos y muestras de afecto a los trabajadores que se desplazan a París en estas semanas para seguir las pasarelas. Un libro de oro recoge un centenar de firmas de sus clientes habituales desde los 70: Salvador Dalí, que dejó su huella en forma de dibujo, Catherine Deneuve, Alain Delon o Saint Laurent, que compraba también aquí las flores para su amante Jacques de Basher, pareja de Lagerfeld, y cuyo dibujo, por supuesto, permanece también en este preciado cuaderno.
"Lagerfeld era el cliente soñado, era extraordinario. Buscaba agradar a sus amigos, a gente con la que trabajaba. Después de cada desfile enviaba flores a las responsables del taller, a su brazo derecho, la señora Virginie Viard", actual directora creativa de Chanel, apunta Primet.
El precio mínimo para un envío dentro de París es de 100 euros, lo que supone un ramo redondo de unos 20 o 22 centímetros de diámetro. De ahí hasta el infinito, adaptándose siempre a las demandas del cliente. "Somos muy reactivos, muy precisos en nuestro trabajo y conocemos a menudo a la gente que recibe las flores, incluso sabemos sus gustos. Estamos siempre disponibles, de hecho, tenemos poco tiempo para hacer otra cosa, siempre estamos aquí mi hermana y yo, hasta los fines de semana", enumera Primet como factores clave de un éxito centenario.
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