La higiene cutánea es uno de los pasos más importantes en la rutina del cuidado facial, gracias a este gesto no solo se consigue reducir el impacto de partículas procedentes del medioambiente, sino que se promueve que la piel adquiera luminosidad y un tacto suave.
A través de este paso, se eliminan dichas partículas y las células muertas procedentes de la dermis con el mínimo impacto. Dos tipos de sustancias que pueden llegar a obstruir los poros -fomentando la aparición de imperfecciones, como el acné, y favoreciendo el desarrollo de microorganismos- y frenar la regeneración cutánea, promoviendo que la dermis adquiera una textura irregular y un tono apagado.
Un paso esencial del que, curiosamente, se suele prescindir. Se tiende a utilizar cremas con efecto anti-age o sérum que aporten ese plus de luminosidad a la tez, sin haber realizado una correcta limpieza. Con ello, lo único que se consigue es extender y promover la aparición de las dos sustancias previamente citadas, fomentando el efecto apagado. De hecho, en muchas ocasiones estos cosméticos brindan al cutis un aspecto graso a la piel porque no se ha realizado una correcta limpieza.
Es más, muchos dermatólogos recomiendan limpiar el cutis dos veces al día, por la mañana y por la noche, para eliminar las sustancias que, con el trascurso del día, la piel genera. De ese modo, los productos que apliques posteriormente como el tónico, sérum, crema hidratante o contorno de ojos penetrarán mejor en las capas más profundas de la dermis.
Eso sí, es importante no confundir limpieza con exfoliación. Mientras que con el primero estás retirando, de manera suave, el exceso de sustancias, con el segundo estás promoviendo la regeneración de la dermis. Un proceso que se recomienda, para evitar daños en la piel, una o dos veces por semana dependiendo de las necesidades que se tengan.
¿Cuál es el mejor limpiador?
Existe un amplio repertorio de formatos y texturas de limpiadores faciales (leches, espumas, geles, jabones...), sin embargo, a la hora de elegir uno u otro se debe conocer qué necesidades o tipología tiene la piel. Por ejemplo, se suele desaconsejar el uso de aceites limpiadores en una tez mixta porque puede propiciar la aparición de múltiples granitos en el área T del rostro. Lo mismo ocurre con el uso de jabones en las pieles sensibles que puede dar lugar a irritaciones y rojeces. Por eso mismo, más allá de las propias preferencias es importante tener en cuenta el siguiente esquema:
Piel seca
Se suelen recomendar los productos humectantes, que mantengan la hidratación de la piel. Estos tipos de limpiadores suelen estar conformados por aceites o mantecas. Por eso, se suelen descartar los clásicos jabones que promueven la rojez o las irritaciones.
En este sentido, los aceites y las leches limpiadoras destacan por su eficacia en este tipo de dermis. Por ejemplo, la leche limpiadora 3 en 1 de Apavita (13,50 euros), ayuda a eliminar las impurezas y tonifica la piel, brindándole un aspecto suave y luminoso.
Piel mixta o grasa
Para estos tipos de dermis, que suelen producir un exceso de sebo, se suelen buscar limpiadores que tengan ingredientes astringentes (como el limón o aceite de árbol de té). Por ello, las espumas y geles faciales como el 3 en 1 de Garnier con ácido salicílico (4,10 euros) es una buena opción pues limpia y regula el exceso de sebo.
Piel sensible
Suelen ser propensas a las irritaciones y rojeces y, en su caso, la clásica agua micelar suele ser la más recomendada pues no altera el pH de la piel y, además, elimina las sustancias adheridas en la dermis.
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