En Occidente el color blanco es símbolo de pureza, de inocencia e, incluso, de castidad. Es un tono que, culturalmente, invita a la espiritualidad. En África, por su parte, se cree que vestirse de este color es una forma de protegerse de los demonios. Y tiene cierta lógica; nosotros pintamos las túnicas de los ángeles con él. Si es así, ¿por qué lo descartamos tan rápido cuando abrimos el catálogo de Pantone, -ese mismo que ha dictado sentencia en cuanto al verde este año-, para decorar las habitaciones? Según la interiorista Susanna Cots, estamos muy equivocados.
El blanco es, sin duda, el color que mayor luminosidad puede dar a una estancia. Es más, podríamos decir que es quien más la absorbe. De ahí que todo espacio que pintemos de este color conseguirá darnos sensación de mayor amplitud. Es perfecto entonces para las habitaciones más pequeñas de la casa. Sí, esas que suelen ocupar nuestros hijos. Y, además, es el mejor color para ellos.
El color blanco es capaz de transmitir a los niños la inquietud por la creatividad, la limpieza, la calma y el orden visual. Cuatro valores que han de enseñarse desde pequeños. Es un color que, según Cots, “no solo acompaña, sino que aporta serenidad y calma, tanto a padres como a hijos, en el caos que puede llegar a reinar en la rutina diaria”.
Muchos psicólogos y educadores afirman que los niños forman su carácter a muy temprana edad y son mucho más creativos de los que nos pensamos. Por eso, es bueno que les dejemos expresarse mediante pizarras, manualidad o que les demos un lápiz y un folio en blanco. Lo mismo ocurre con su habitación.
DE 0 A 3 AÑOS: COMODIDAD E INTERACTIVIDAD
Cuando llega un nuevo miembro a la familia, lo más importante es que los padres se sientan cómodos y ellos comiencen, poco a poco, a interactuar. Además, hay que incentivar un crecimiento saludable, dejándole espacio para que empiece a jugar y estimular así, su anatomía. Cots, que es toda una experta en proyectos de decoración infantiles, propone ir adaptándose a la edad del niño y comenzar incluyendo sillones para los padres, alfombras o cojines. Elementos que fomenten la conexión.
DE 3 A 7 AÑOS: LA IMPORTANCIA DEL ORDEN
A esta edad, la educación y la convivencia cobra todo su sentido. Hay dos valores principales a la hora de diseñar su habitación: ha de priorizarse la autonomía del niño siempre y no incentivar la violencia o el desorden. De ahí que, los elementos que ayuden al almacenaje o una iluminación suave, sean la mejor compañía de ese blanco que, desde la etapa anterior, ya está impulsando su creatividad.
DE 8 A 15 AÑOS: UN ESPACIO ATEMPORAL
La habitación se convierte en un espacio con un rango amplio de edad, donde se sentirá toda la evolución del niño, que pasará de tener un lugar demasiado infantil a querer otro más acorde a su percepción del mundo. Dejará de tener muchas cosas y a vaciar su cuarto de juguetes.
Sin embargo, el lugar no tiene por qué sentirse vacío. Se pueden mezclar texturas, forrar el suelo con alfombras de yute o trabajar muebles de madera sin pulir. Además, el blanco es un color muy sencillo de combinar. Pero también podemos mancharlo demasiado. Para no restarle protagonismo, apuesta por los tonos tierra, los grises o, incluso, el dorado.
DE 15 AÑOS EN ADELANTE: LA BÚSQUEDA DE LA PRIVACIDAD
Es, quizás, una de las edades más críticas del crecimiento: la adolescencia. En ella, se consolida el carácter y se busca, sobre todo, cierta privacidad. Para Cots, que lleva más de quince años de experiencia en la decoración de interiores, dejar la habitación en blanco vuelve a ser el momento perfecto para que, cada uno, forre las paredes con dibujos, fotografías y se combine ese pasado que se quiere conservar y los proyectos de futuro.