Sin duda son especiales, únicos. Esos locales privilegiados en los que, mires hacia donde mires, el entorno se apodera de ellos, como si contemplaras una postal. Situados en sitios tan estratégicos que los hace únicos. En ellos da igual lo que consumas porque lo fundamental es totalmente gratis: pagas simplemente por estar ahí, por entregarte a la contemplación, por dejar pasar el tiempo en ese "marco incomparable" que los hace excepcionales.
Un ristretto en el Caffé Florian, mientras saboreas la belleza arquitectónica de la plaza de San Marcos, en pleno corazón de Venecia, es impagable. Tampoco tiene precio poder contemplar un amanecer en Machu Picchu desde el Belmond Sanctuary Lodge, ubicado en la mismísima entrada del parque; o tomar un combinado en la terraza del hotel Amarvilas Oberoi, admirando la grandiosidad del Taj Mahal, en la ciudad india de Agra; o comer a cualquier hora del día, y casi de la noche, en The River, frente al puente de Brooklyn, con Manhattan al fondo.
Todos ellos, emplazamientos singulares como el que encontramos en Granada, El huerto de Juan Ranas, con la Alhambra ante tus ojos. Monumental. Épica. Legendaria. Protagonista de cuentos y leyendas. Esta ciudad-fortaleza nos deslumbra por su delicada belleza y el esplendor que nos legó la dinastía nazarí; ese tipo de belleza que nos invita a viajar en el tiempo para admirar su pasado glorioso y transportarnos a los últimos días de al-Andalus.
Enfrente, separado por el río Darro que vertebra la ciudad, está el Albaicín, uno de sus barrios mas antiguos y, sin duda, testigo de sus avatares históricos. Una maraña de casas blancas, plazas recoletas, cuestas empinadas, cármenes, jardines y un entresijo de callejones que desembocan en el mirador de San Nicolás, el corazón del barrio.
Justo al lado, en el callejón Atarazana, nos encontramos un edificio con salones decorados con celosías y arcos de inspiración árabe, rodeado de terrazas en las que crecen plantas aromáticas, jazmines, cipreses… es El huerto de Juan Ranas, un local con vistas únicas, envidiables, que nos animan a participar en una experiencia culinaria en la que se fusionan los sabores de la cocina tradicional andaluza y la árabe, con el telón de fondo de la Alhambra y Sierra Nevada.
Cualquier hora es un buen momento para pasarse por este singular “huerto”. El aperitivo en alguna de sus terrazas aprovechando el buen tiempo. Probar su cerveza artesanal o degustar una de sus especialidades, el bloody mary, elaborado con el jugo de los tomates que ellos mismos cultivan, mientras nos entretenemos viendo deambular a los turistas que se han animado a subir al campanario de la Torre de la Vela y no le han echado para atrás sus cuatro plantas, para apreciar la ciudad y su vega.
El almuerzo en alguno de sus comedores, con grandes ventanales que se convierten en una especie de pantalla panorámica que permite admirar este skyline, unas imágenes que parece que puedes tocar con las manos y admirar con asombro y fascinación: La Alcazaba, la torre del Homenaje, la de Comares que custodia el salón de los Embajadores, la del Peinador de la Reina...
Su carta entremezcla platos tradicionales de la gastronomía árabe, cous-cous, tallín de cordero o pastela, con manjares típicos andaluces como el salmorejo o el rabo de toro. Sabores, aromas y texturas en los que se cuida la materia prima con productos de temporada con los que se esfuerzan en mantener su esencia.
Y como colofón, la noche que remodela el paisaje con esa Alhambra iluminada, que se convierte en un privilegio si es invierno con luna llena y los reflejos de la nieve de la sierra sobre ella. Un placer contemplar sus matices, desde cualquiera de sus terrazas con espacio chill out con una copa, sólo para tus ojos.