La serie de televisión “Twin Peaks” vuelve y con ella, uno de los agentes especiales más elegantes de la pequeña pantalla: Dale Cooper. O lo que es lo mismo, Kyle MacLachlan con el pelo engominado, traje de chaqueta y una eterna taza de café en su mano. Porque si tenía una adicción, esa era, sin duda, la cafeína.
David Lynch nos regaló hace ya 25 años, no solo un cambio en el formato televisivo que venía teniendo éxito en aquel momento, sino una versión asequible de su cine con grandes personajes. Puntilloso, algo excéntrico y con una forma de hablar totalmente poética: “me gustan los cafés tan negros como una noche sin luna”, Cooper se ha convertido en uno de los clásicos de la televisión que vuelve con la tercera temporada de la serie.
Pero Cooper, en su vida real (esa en la que se hace llamar Kyle MacLachlan), es también amante del vino, lo que hubiese sido todo un puntazo. La versión bon vivant de Washington en un brillante agente del FBI con un inaccesible pasado. En la entrevista que la revista TAPAS le hace en el número de febrero, MacLachlan confirma su creación: Pursued by Bear Wine, una colaboración entre él y el equipo Dunham. Con una imagen en la botella, por cierto, muy Twin Peaks.
Tras dejarle en aquella habitación roja, Cooper vuelve este año. Y nosotros sometemos su estilo a examen.
El traje es su uniforme.
Para Cooper no existe ese viernes casual que todos esperamos desde que saltamos al lunes. Siempre en negro o gris, de corte clásico y sin una sola arruga. La nota de color la pone, en su caso, una oscura corbata casi siempre en rojo.
Si llueve, no hay nada mejor que un trench. Para convencer a la audiencia de que él es ese cliché oficial que todos necesitamos para ubicarle dentro del cuerpo de policía. Con tanta elegancia, es muy fácil perderse.
Los complementos son eternos.
Además de la corbata, Cooper lleva gafas de pasta y un 1981 Dogde Diplomat, ese coche negro con el que avisa de que el sheriff ha llegado a Twin Peaks. No es de extrañar que la curvilínea y seductora Audrey Horne se enamore de un agente al que se le iban los ojos detrás de otra chica, la protagonista ausente, Laura Palmer.
Siempre le verás engominado.
Y perfectamente afeitado. Un corte preciso y limpio que solo se consigue sometiéndose a la cuchilla de un barbero. Esos que podían emplear una hora en arreglarte y contarte lo que ha sido su vida durante los últimos diez años. Porque las cosas se hacen bien y se hacen despacio.
Beber café es su adicción.
Y una adicción que no es, para nada, nociva. No hay capítulo en el que no le veas pasar ante la cámara sin una taza de café. Es una proyección de su mano derecha. A veces solo, a veces acompañado de uno de los dulces norteamericanos por excelencia: una exquisita tarta de cereza. Porque el trench camel no era suficiente para conseguir que el estereotipo acompañase una forma peculiar de investigar, en la que todo se registraba a nombre de Diane en su inseparable grabadora.