La reina Rania de Jordania cumple 46 años. Un año más, pero no es un número significativo para hacer un aniversario “redondo”, como lo 40 o los 50... Y además, después del escándalo que se montó en su país con la fastuosa celebración de su llegada a la cuarentena (600 invitados a la fiesta en el desierto de Wadi Rum, donde se rodó la película Lawrence de Arabia), la monarca jordana prefiere guardar un “perfil bajo”.
La llegada al trono de su marido, en 1999, la convirtió en “la reina más joven del mundo”. Su boda con Abdalá II de Jordania, en 1993, la convirtió en una habitual de las listas de las mujeres mejor vestidas del mundo, año tras año. Y, sin duda, tiene un estilo propio y definido, reflejo de su personalidad.
O sabe de moda o está bien asesorada, porque en su página web para la foto de apertura, ha escogido un vestido de color azul Klein, el color de la temporada primavera-verano 2016.
Para el día, suele preferir los trajes y faldas hasta la rodilla, el largo que mandan el protocolo y el buen gusto en los actos oficiales. Para la noche, le encantan los vestidos hasta los pies, con pedrería, plumas y otros adornos.
En general, no le tiene miedo a los colores llamativos ni a los escotes o cortes asimétricos, y se nota que le gusta innovar. Es una apasionada de los bolsos, sobre todo de los de marcas occidentales, pero no tanto de los tocados, que ha lucido en contadas ocasiones.
En su tiempo libre y vacaciones, cultiva un estilo bohemio que los blogs de moda imitan sin parar. Y cambia frecuentemente de gafas de sol, aunque uno de sus modelos preferidos es el Aviador de Ray Ban.
Es más popular en el extranjero que en Jordania, donde la mitad de la población desconfía de su origen palestino, motivo por el que su aparición con la kufiyya o pañuelo palestino siempre causa cierta polémica.
Pero, sobre todo, es criticada por su protagonismo en las revistas de moda y por ir con la cabeza descubierta, a diferencia de otras mujeres como la Jequesa de Catar. Aunque en las miles de páginas de Pinterest y otras Redes Sociales que hablan de su estilo causan furor sus estilismos con vestidos tipo caftán y otras prendas de estilo árabe, con las que está siempre impecable.
Gran impulsora del diseñador libanés Eliee Saab en sus inicios, es también fan de Valentino, modisto del que lució un espectacular vestido para la gala del MET en Nueva York, el pasado mes de mayo. Pero, sin duda, se dio a conocer en nuestro país, como icono de estilo, en la boda de los hoy reyes Felipe y Letizia, cuando encandiló a los expertos en moda con su combinación de camisa blanca de seda y falda larga de pedrería, firmada por Givenchy.
Como sabe que en su país irrita su gusto por los diseñadores occidentales, últimamente se ha decantado por diseñadores de allí; por ejemplo, en una de sus últimas apariciones oficiales, con motivo de la independencia de Jordania, para la que escogió un diseño con original falda de la diseñadora jordana Hama Hinnawi.
En esto sigue el ejemplo de Kate Middleton, quien viste siempre de diseñadores británicos (excepto en algunas ocasiones en que lleva Zara) para fomentar la industria textil inglesa. Ambas saben que sus apariciones públicas tienen una enorme repercusión mediática y que con un gesto tan sencillo pueden catapultar la carrera de los distintos diseñadores y marcas de sus respectivos países, lo que redunda en beneficio de la economía (tanto internamente como para la exportación).
Volcada en causas humanitarias en favor de la infancia y en el desarrollo de la educación y los derechos de la mujer en los países árabes, su esfuerzo le valió en 2011 un puesto en la lista de las 100 mujeres más poderosas del mundo, según la revista Forbes. Y ella salta de las páginas de las revistas de moda a las tribunas en organismos internacionales, ante los que defiende la protección de los menores o la modernización de los países menos desarrollados. Su cumpleaños es una buena excusa para recordar que, en ese sentido, todavía queda mucho por hacer.