Indonesia. Un país sin mesura, con más de 17.000 islas y 300 variedades étnicas que aportan sus propias lenguas, ritos o gastronomía. Caleidoscopio de belleza natural con impresionantes selvas, como Sumatra o Borneo, y dominado por volcanes, muchos de ellos activos, en los que prima una amplia biodiversidad.
Fusión de culturas y espiritualidad cuyo máximo exponente encontramos en pleno corazón de Java, en el límite entre Yogyakarta y Surakarta, donde en un radio de 15 kilómetros encontramos dos joyas arquitectónicas de dos religiones muy diferentes, budista e hinduista. Borobudur y Prambanan, joyas construidas en la misma época (entre los siglos VIII y IX) consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que muestran el apogeo creativo que se desarrollo en la zona.
Una parada obligatoria al visitar Java. Borobudur. Imponente, el mayor templo budista del mundo construido por la dinastía Sailendra que gobernaba el sur de Java.Y muy cerca, compitiendo en importancia, Candi Prambanan, construido por los Sanjaya, gobernantes del norte, una réplica para intentar contrarrestar el auge del budismo en la zona. Un complejo de templos hinduistas que tendrá renombre mundial. Situado entre pequeños pueblos rodeados de arrozales, sus esbeltas cúpulas talladas en piedra despuntan entre la verde vegetación de esta fértil llanura.
Unos pináculos que intentan competir con la grandiosidad de la naturaleza, imitando al cercano volcán Merapi y cuyos perfiles a primera vista nos recuerdan el de los templos de Angkor en Camboya. Al acercamos, un montón de ruinas salen al paso a modo de bienvenida, bloques de piedra esparcidos por el suelo de los 224 templos arrasados por varios terremotos en el siglo XVI y otros desastres naturales que truncaron su longevidad y parte de su grandeza.
Sólo dos han sido reconstruidos, pero sirve para darnos idea de la magnitud que tuvo este complejo arquitectónico que tardará décadas en recuperar su pasada grandeza y esplendor. Una morada para los dioses que refleja la cosmología hindú dividida en tres niveles verticales que representan los tres reinos del universo y cuyo un núcleo central se ha estructurado como un gran mandála, con tres templos principales dedicados a las divinidades hinduistas de la trilogía Trimûrti: Shiva, Brahma y Visnu y, junto a ellos, los templos menores dedicados a los animales que utilizaban como montura estas divinidades.
El templo más importante es Candi Shiva, dedicado al Destructor, el más poderoso de los dioses hindúes. Espectacular con sus casi 50 metros de altura, hay que animarse a subir escaleras, recorrer su muro exterior en el sentido de las agujas del reloj y detenerse delante de sus paredes ornamentadas, filigranas esculpidas delicadamente con tal precisión que parece mentira que estén esculpidas sobre piedra volcánica. Un total de 41 bajorrelieves enmarcados, cuyas tallas narran escenas del texto épico Ramayana.
Es obligatorio ir descubriendo poco a poco las esculturas de sus capillas interiores y como colofón, centrando todo el interés, la imagen de tres metros de alto de Shiva en un estado de meditación que, curiosamente, descansa sobre un símbolo budista, un pedestal con forma de loto sagrado. Lo flanquean dos templos idénticos, con una estructura gemela: por el norte, el templo de Vishnu, el Protector, y por el sur, el de Brahma, el Creador.
Candi Vishnu con la epopeya de Krisna, héroe del Mahabharata, esculpida en sus relieves y con una única sala que contiene la escultura del dios Protector en su interior. En el templo más pequeño, Candi Brahma, nos recibe una entrada con forma de la boca de un monstruo. Sus filigranas nos relataran el final del Ramayana hasta conducirnos por sus pasillos a la estatua de cuatro cabezas del Creador. Por la noche, en los meses de verano, con las siluetas iluminadas de los templos como telón de fondo, un numeroso elenco de bailarines y músicos pone en escena un espectáculo al aire libre de danza ramayana que relata la constante lucha entre el bien y el mal através de la leyenda del príncipe Rama.