La moda se inspira en el arte, ¿o es el arte el que se inspira en la industria fashion? Sea cual sea la respuesta, lo que si está claro es que ambas disciplinas son totalmente complementarias. En numerosas ocasiones hemos visto cómo los diseñadores más reputados se han inspirado en cuadros o artistas para idear algunas de las colecciones y prendas más exitosas de la historia. Yves Saint Laurent lo hizo con Mondrian, también con Picasso, Vang Gogh y Matisse. Raf Simons colaboró con Sterling Ruby para su debut en Dior y hasta Céline se inspiró en Klein para su colección Primavera-Verano 2017.
Y aunque siempre se ha considerado a Saint Laurent como un verdadero visionario en este sentido, lo cierto es que mucho antes -concretamente allá por 1910- ya hubo una artista francesa (nacida en Ucrania) que tuvo esta misma idea. Se llamaba Sonia Delaunay y aunque su figura haya pasado desapercibida, tuvo una de las carreras más polifacéticas del sector. Pasó de la pintura, al interiorismo; y de éste a la moda (y viceversa). Ahora, el Museo Thyssen-Bornemisza ha querido recuperarla y crear la primera retrospectiva Sonia Delaunay. Arte, diseño y moda en España. Una exposición, abierta hasta el 15 de octubre, con la que buscan poner en valor no solo su papel como pintora de vanguardia; sino, también, la exitosa aplicación de su ideario artístico a la vida cotidiana.
Cuando el arte está dentro de ti, está en todas partes.
Fue una de las mujeres más revolucionarias y vanguardistas de la Historia del arte. Su capacidad de reinvención le llevó a convertirse en multidisciplinar explorando diversos soportes y técnicas más allá de la pintura. Prueba de ello es la sencilla manta de bebé que realizó para su hijo Charles en 1910 y que fue lo que la llevó a cambiar su rumbo artístico y descubrir en la moda una nueva forma de expresión. Un diseño que recuerda mucho a la apariencia del patchwork actual y con el que quiso seguir (y mantener viva) la tradición de las madres ucranianas.
Nacida en el seno de una modesta familia judía, Delaunay comenzó su formación artística en 1904 en Karlsruhe (Alemania) y, posteriormente, en París. Ciudad de la que cayó completamente enamorada y por lo que, para no tener que abandonarla, contrajo matrimonio de conveniencia con el marchante alemán Wilhelm Uhde; en cuya galería expuso por primera vez en 1908. Gracias a él conoció a artistas de vanguardia como Picasso, Braque y el propio Robert Delaunay, con quien se casó en 1910 tras divorciarse de Uhde. A partir de entonces, el intercambio artístico entre ambos sería constante.
Juntos crearon la teoría del simultaneísmo, un movimiento que se enfrentó a otras corrientes artísticas como el cubismo o el futurismo y con el que -fieles seguidores de la empírica ley del contraste simultáneo de los colores del químico francés Michel Eugéne Chevreul-, querían que el color rigiera el cuadro o la prenda. O lo que es lo mismo, dejar que el color mezclara los colores y aprovechara las vibraciones que crean interrelación. En este sentido, y a diferencia de su marido, Sonia se caracterizó por compaginar los pinceles con las agujas de bordar, la decoración de interiores o el diseño de moda; convirtiéndose así, en una artista multidisciplinar interesada en plasmar el lenguaje vanguardista sobre los más variados soportes, con vivos colores y técnicas diversas que recuerdan a sus orígenes rusos.
UNA BOUTIQUE CON NOMBRE PROPIO
Después de confeccionar la manta, su primera incursión profesional en el mundo de la moda fue en Madrid en 1917. Los Delaunay, que se encontraban en la capital española de vacaciones cuando estalló la Primera Guerra Mundial, decidieron establecerse en la ciudad y fue entonces cuando Sonia inauguró una boutique en la que vendía sus creaciones de moda y de interiores. La llamó Casa Sonia y desde la calle Columela 2 dejó que sus experimentos dieran rienda suelta a su imaginación, intentando trasladar el ideario del simultaneísmo a la vida cotidiana y a la ropa. Contando entre sus clientes con destacados miembros de la aristocracia y la alta burguesía, este periodo supuso para la artista un momento de gran experimentación y libertad que marcaría todo su desarrollo artístico posterior a partir de la década de 1920.
Una vez de vuelta a tierras francesas Casa Sonia pasó a convertirse en Maison Sonia. Aunque, esta vez, sus clientes se centraron en la sociedad intelectual del momento a la que se animó a vestir con los cuadros que había pintado en España y en los que recuperó gran parte de su esencia como figurinista. Siempre sin dejar de lado su investigación en la teoría del color, dio forma al vestido simultáneo como una forma de acercar al público este nuevo lenguaje visual. Una prenda que, incluso, llegó a ser vestida por ella misma quien, con sus creaciones, convirtió salones de baile -como el parisino Bal Bullier- en verdaderos laboratorios con los que experimentar con el simultaneísmo en un primer intento de renovar la estética urbana a través del color. Porque si hay algo que Sonia tuvo muy claro desde el principio es que moda, pintura y vanguardia han estado siempre estrechamente ligadas.