Lo contó Hillary Clinton (69) en una entrevista. Cuando era pequeña y su padre llegaba a casa el trabajo, siempre pronunciaba la misma frase: "Lo has hecho bien, Hillary, pero ¿lo podría haber hecho mejor? Ahí fuera es todo muy duro". Si Hugh Rodham siguiera vivo, seguramente le preguntaría lo mismo a su hija mayor, una pregunta que debe martillear estos días en la cabeza de la candidata derrotada.
Rodham se crió en Scranton, Pennsylvania, a donde su padre, nacido británico, se había mudado de joven. Allí trabajaba en una fábrica, empleo que le sirvió para dar educación universitaria a su hijo, que se graduó gracias a una beca deportiva. El padre de Hillary fue un hombre conservador, un republicano duro de roer, un veterano de guerra (sirvió en la II Guerra Mundial) que se obsesionó por dar a sus tres hijos una buena educación. Murió en 1993, con 82 años, a causa de un infarto. Hillary era entonces primera dama.
Tal y como cuenta Judith Warner en la biografía Hillary Clinton: the inside story (Signet, 1993), los Rodham "trabajaron muy duro para Hillary y sus dos hermanos, Hugh y Tony. Debían aprender que la mayor responsabilidad de sus jóvenes vidas era estar seguros de que tendrían la mejor educación posible". "Aprender por el bien del aprendizaje", solía decirles su madre, "aprender por el bien de las ganancias", respondía bromista su padre.
Casado con Dorothy Howell, la madre de Hillary, en 1932, Rodham tuvo una empresa tapicera a la que dedicó su vida laboral con mucho éxito -llegó a vender cortinas a hoteles, compañías aéreas y restaurantes-. Lo hizo en Chicago, a donde se mudó tras la Gran Depresión y donde nacieron sus hijos. En 1950, tres años después del nacimiento de Hillary, su primogénita, decidió mudarse a las afueras, a la ciudad residencial de Park Ridge. A finales de los 80, cuando Bill, el marido de su hija, logró ser gobernador de Arkansas, se volvieron a mudar, esta vez a Little Rock, para estar cerca de los Clinton.
Siempre pendientes del porvenir de sus hijos, los Rodham fueron unos orgullosos padres. Y eso lo lleva Hillary consigo. Cuando confirmó que se presentaba a las elecciones, habló de sus padres como fuente de inspiración, en especial de su madre. Porque sabía que con su ausencia (murió en 2011) la cuesta iba a ser más empinada. "Me hubiera gustado que pudiera ver a su hija convertida en el candidato demócrata", dijo entonces.
Dorothy Howell Rodham tuvo una infancia difícil. Creció en un hogar roto en Chicago (sus padres se divorciaron cuando ella tenía ocho años) y ella y su hermana fueron enviadas a vivir con sus abuelos, una pareja en extremo estricta, a California.
Clinton ha hablado en varias ocasiones de cómo su madre fue tratada de manera cruel y sufrió aislamiento social (llegó a vivir un año encerrada en su habitación). Con 14 años, la madre de Hillary se fue de casa y se dedicó a ser niñea hasta que pudo pagarse una educación. Esta ha sido la "gran inspiración" de la demócrata, una historia de superación que ella quiso llevar más lejos.
Porque Hillary siempre quiso ser la mejor. Lo era en el colegio, lo era en clase de natación, en béisbol (softball, concretamente)… Estudió en la escuela pública de Park Ridge y por sus buenas notas fue trasladada a Maine South High, un instituto recién estrenado en el que la joven Hillary demostró que podía con todo. Sus calificaciones al completo, cuenta en su propia página web, fueron A (lo que equivale a sobresaliente).
Allí, además de estudiar y participar en la Iglesia Metodista (templo al que acudía su familia), Hillary tenía tiempo de realizar numerosas actividades extraescolares, como ser girlscout, según su libro escolar. En esas páginas aparece sonriente y con mirada angelical, sobre todo para hablar de su papel al frente del consejo escolar. Terminó el instituto y se graduó en la universidad de Wellesley, donde empezó a decantarse por el activismo social. Con semejante currículum no le fue difícil entrar en la Universidad de Yale, donde se licenció en Derecho en la Yale Law School, en una promoción en la que sólo hubo 27 mujeres.
Estudiante aplicada y con conciencia social, Hillary Rodham pasaba muchas horas en la biblioteca de su universidad y en sus pasillos, entre libros, fue donde conoció a Bill Clinton. La historia fue casi un flechazo. Bill suele recordar que a diferencia de ahora, cuando la mayoría de estudiantes de Derecho en Estados Unidos son chicas, entonces había pocas, y era difícil encontrar novia. Lo cuenta bromeando para presumir de su conquista.
La relación entre ambos surgió de sus intereses políticos. Ya novios se graduaron y decidieron dedicar sus esfuerzos laborales en ayudar a los demás, en fundaciones defensoras de los derechos civiles, organizaciones de asistencia a los necesitados… Hasta que en 1975 se casaron en Lafayetteville, Arkansas, donde dieron un paso más allá con destino final en Washington DC.
Se casó cuando ella tenía 28 años y una carrera política prometedora. Una carrera que ha tenido que esperar un tiempo para florecer y que se ha marchitado justo antes de lograr su máximo esplendor. A los dos años de casarse fundó el Arkansas Advocates for Children and Families (Abogados de Arkansas para niños y familias), una organización encargada de dar apoyo legal a los más necesitados. Siempre ha estado ligada a la política.
Así que cuando Bill llegó a gobernador de Arkansas, Hillary empezó con su labor de primera dama implicada en gestiones diversas, lejos de casa. No ha podido desligarse jamás de su lado más intelectual y cuando en 1980 nació su primera y única hija, la llamaron Chelsea en honor a la canción Chelsea Morning de la cantautora Joni Mitchell.
Nada la ha apartado jamás de su objetivo. Ni ser abuela (Chelsea tiene dos hijos). Lo ha dicho alto y claro: "Convertirme en abuela me ha hecho pensar mucho en la responsabilidad que todos tenemos como administradores del mundo que heredamos y que un día dejaremos en herencia. Ser abuela, en lugar de hacerme querer bajar el ritmo, me ha animado a acelerar".
Detrás quedan los años duros en los que Hillary tuvo que agarrarse a sus sueños para no perder la fe. Aquellos tiempos en los que su imagen y su nombre aparecían en los medios de todo el mundo como los de una mujer casi despechada, una esposa afligida, traicionada por un marido que había los papeles en pleno mandato. Monica Lewinksy y todo lo que supone, los rumores de amantes, infidelidades y desmanes ya no estarán en la agenda.
Ya lo había dicho en 1993, cuando llegó a la Casa Blanca: ella no iba a dedicarse a hacer galletas y tomar té. No lo ha hecho. Hasta la fecha. Esta semana, seguramente una de las más duras de su vida -"Esto es doloroso y lo será por mucho tiempo", dijo el miércoles tras su derrota-, ha sido vista paseando a su perro -la imagen superior la colgó el viernes en Instagram Margot Gerster, una joven que se cruzó con la candidata en el bosque de Chippaqua, Nueva York-. ¿Se dedicará Hillary a pasear por el bosque como una jubilada más?