La vida de Miguel Bosé (60 años) se quebró a mediados del mes de diciembre cuando, al otro lado del teléfono, su sobrina Bimba le confirmaba que los médicos le aconsejaban afrontar con serenidad sus últimas semanas de vida. Ya no había nada que hacer. El tratamiento farmacológico al que había sido sometida durante los últimos meses no había dado los resultados esperados y el cáncer diseminaba, sin control, sus órganos vitales. Aquella tarde Bimba no pudo contener las lágrimas. Era rara la ocasión en la que permitía mostrarse débil durante el combate. Era consciente de que se marchaba, aunque siempre tuvo la esperanza de poder vencer la batalla final.
No pudo ser. La familia -incluso con la que apenas tenia relación- llora ahora una muerte que ha consternado a todos. Especialmente a su tío Miguel. Fue quien ejerció de padre y consejero. De guía espiritual. De confesor en tiempos revueltos. Es cierto que discutían, pero también mantenían largas y profundas conversaciones que les hacían sonreír ante la adversidad. Miguel siempre creyó que su sobrina podría ganar otra vez y que pronto, muy pronto, repetirían el éxito que cosecharon en 2007 con la remasterización de la mítica Como un lobo.
La vida de Bimba era también la de Miguel. Ambos ejercían de referentes familiares en un clan en el que el término resulta cuasi impúdico. Compartían los avances de sus hijos y disfrutaban conversando sobre lo cotidiano. Aunque el contacto era periódico, Dora (13) y June (5), sus dos (re)sobrinas le despiertan una gran ternura. La mayor ha heredado la impermeabilidad familiar, esa compostura tan Bosé ante las turbulencias del destino. Por eso no quiere que nada entorpezca su crecimiento. Explican con contenida emoción que, tras el funesto desenlace, Miguel ya ha planteado la posibilidad de asumir los gastos derivados de la preparación escolar de las menores. No está dispuesto a que sufran precariedad y, mucho menos, a que tengan que modular sus pretensiones académicas.
Un gesto que demuestra la estrecha relación que mantenía con su sobrina y que dibuja un perfil desconocido del cantante, siempre enraizado a controversias por las que pasa de puntillas. En cualquier caso, insisten, el ofrecimiento -realizado con extraordinaria sensibilidad- queda condicionado a la decisión última de Diego Postigo, padre de las niñas, que deberá decidir ahora cuál será su futuro. No es un asunto baladí. Hacía mucho tiempo que había conseguido ser amigo de la madre de sus hijos y es plenamente consciente del vínculo irrompible que las pequeñas tienen con Charlie Centa (24), el viudo de Bimba.
Una situación económica complicada
Charlie y Bimba no vivían en la abundancia. Eran austeros en sus gastos y en sus formas, a pesar de que en 2015 cambiaran Madrid por Sotogrande por consejo médico. Los ingresos de la pareja provenían de contadas intervenciones públicas y de campaña publicitaria a relacionadas, en los últimos años, con la lucha contra el cáncer. La última, la que protagonizó en octubre de 2016 junto a Terelu Campos (51) y Marta Sánchez (50), por la que percibió una remuneración anecdótica. Tampoco sus bolos como DJ's les permitían vivir con tranquilidad. Ahora, tras la muerte de la mujer de su vida, Charlie prefiere no hacer declaraciones y permanece aislado. Su teléfono está apagado y apenas se conecta a WhatsApp.